Fútbol ajedrez. ¿Se puede apreciar al entrenador como un ajedrecista?
Estamos habituados a escuchar comparaciones entre el fútbol y el ajedrez. Sobre todo, cuando relacionamos al entrenador de fútbol con el jugador de ajedrez, podemos encontrar puntos en común con respecto al pensamiento estratégico.
El ajedrez es un juego donde las relaciones que se establecen entre las ubicaciones, los movimientos y las características de nuestras piezas y las del rival es determinante, al igual que en el fútbol. El ajedrez, al igual que el fútbol, no es un juego lineal que pueda entenderse a partir del reduccionismo de las situaciones observadas, sino a partir de la complejidad y del entendimiento sistémico.
“En el planteamiento sistémico las propiedades de las partes sólo se pueden comprender desde la organización del conjunto, no se concentra en los componentes básicos, sino en los principios esenciales de organización. El pensamiento sistémico es contextual, en contrapartida del analítico. Análisis significa aislar algo para estudiarlo y comprenderlo, mientras que el pensamiento sistémico encuadra ese algo dentro del contexto de un todo superior” – Capra.
Comúnmente se evalúa el desempeño de un entrenador de acuerdo a la selección, alineación, ubicación y sustitución, o no, de las piezas. Escuchamos reiteradas veces frases cómo “que mal armó el equipo”, “se equivocó en los cambios”, “como no va a poner a este jugador”, “el partido lo ganó el entrenador en la semana” o “los cambios le dieron resultado al entrenador”. Quizás, en parte, producto de ese reduccionismo, nuestra capacidad de análisis necesite siempre de un sólo factor que explique las cosas, en este caso un resultado o un funcionamiento.
En el ajedrez, tenemos un conjunto de piezas; cada una de ellas tiene una posición y capacidades dentro del terreno de juego, de forma similar a los jugadores de un equipo de fútbol, los cuales tienen distintas características y en función de la posición que ocupan son potencialmente sensibles a unas conductas determinadas. Del mismo modo, existe un equipo rival, con la misma cantidad de jugadores en el tablero. También encontramos un espacio de juego que debe gestionarse correctamente si queremos superar al rival: aquel que tenga superioridad numérica en el medio campo, quien ubique a las mejores piezas en él, el uso de la amplitud y la profundidad del juego, la posibilidad de atacar por tres carriles (uno central y dos laterales) siendo el del medio el que brinda más opciones de pase y movimiento y por el que más rápido se llega a la meta rival (gol en el fútbol – rey en el ajedrez), aunque también el más codiciado por el rival y en el que más oposición vamos a encontrar para movernos. También hay estilos de juego más ofensivos y más defensivos, ataques más directos o más organizados, defensas férreas e inquebrantables y ataques feroces y con mucha “gente”, todos y cada uno de ellos con sus ventajas y sus desventajas. También destacara aquel jugador – entrenador que entienda la globalidad del juego, es decir que entienda que cuando está atacando debe estar preparándose para defender y viceversa.
“El juego es una unidad indivisible, no hay momento defensivo sin momento ofensivo. Ambos constituyen una unidad funcional” - Juanma Lillo.
Evidentemente hay muchos puntos de contacto entre ambos mundos. Es por eso que la inteligencia del entrenador, así como la inteligencia del ajedrecista, tiene relación con el correcto uso de las piezas, la visión futura del juego para anticiparse a posibles situaciones, el conocimiento de las distintas fases o momentos, el entendimiento de cada pieza y como combinar las mimas para potenciarlas, la correcta lectura del rival, el conocimiento del oponente, la ocupación de los espacios, entre otras cosas. Sin negar todos esos puntos en común, me gustaría invitar a pensar en sus diferencias, a la hora de pensar al entrenador como un ajedrecista.
Recomendado por LinkedIn
A diferencia del ajedrez, en el fútbol muchas veces, el jugador – entrenador, no puede disponer siempre del mismo número y clase de piezas: uno podría contar con 4 torres, un caballo y un alfil, otro con 2 piezas de cada clase, uno con varias piezas de cada clase y otro con pocas reinas y muchos peones; es decir que al iniciar la partida uno tendrá determinadas piezas y el otro, otras distintas. A su vez esas piezas no se mueven siempre igual, no dan siempre lo mismo, no podemos anticipar que desempeño va a tener cuando las colocamos en el tablero. En este mismo juego, no se juega en una cuadrícula de 64 posibles ubicaciones, sino en un espacio rectangular y verde con infinitas posiciones posibles y donde no puedo saber con certeza que movimientos van a realizar las piezas rivales. Para más complejidad, las piezas del fútbol, a diferencia del ajedrez, se ven invadidas constantemente por piezas rivales en su espacio de interacción, ya que no disponen del uso exclusivo de una casilla determinada; esto evidentemente va a condicionar sus movimientos. También pensemos ahora que el fútbol no es secuencial, y los dos entrenadores pueden mover al mismo tiempo; y aún más, un movimiento no antecede al otro, sino que todos los movimientos se dan al mismo tiempo, entre rivales y compañeros. Y para colmo, el jugador – entrenador, no puede mover las piezas directamente el, sino que tiene que entrenarlas días previos para que esas mismas piezas tomen decisiones en el tablero, interpreten los movimientos de rivales y amigos, conozcan el juego, sepan las aperturas, el juego medio y las finalizaciones. Para mayor dificultad, esas piezas, un juego pueden actuar como reinas y al otro como alfiles, o cómo caballos, o cómo peones. O un peón puede convertirse en reina sin necesidad de llegar a la última casilla. También pueden modificarse de un juego a otro. También se fatigan, se lesionan o se enferman, por lo que puede darse que en un juego disponga de ciertas piezas y al otro de otras distintas. Por último, imagina ahora esas piezas como seres humanos, que tienen un entorno (familia, amigos, representantes, hinchada, dirigentes) que influyen en su estado de ánimo aumentando o disminuyendo su rendimiento. Imagina también que esa pieza tenga sentimientos, valores, expectativas y objetivos de vida distintos. Imagina que ese jugador – entrenador, ahora no tenga el trabajo único de mover piezas, sino de potenciarlas, mejorarlas, aconsejarlas, ayudarlas, escucharlas y unificar los objetivos de cada una para lograr el bien colectivo. Imagina también que tenga que convencerlas él y motivarlas a realizar los movimientos esperados.
El ajedrez y el fútbol tienen muchas similitudes, ambos son deportes complejos, que no se pueden pensar cartesianamente, sino sistémicamente.
“Un todo produce cualidades que no existen en las partes separadas. El todo no es nunca únicamente la adición de las partes. Es algo más” – Morín.
El fútbol es un deporte tan complejo, imprevisible y cambiante y jugado por seres humano complejos, que los criterios monocausales y acumulativos no tienen cabida en su análisis, por lo que pensar en una sola causa para explicar el buen o mal funcionamiento de un equipo o el resultado de un partido sería poco acertado. El fútbol es mucho más que elegir, colocar, ubicar e intercambiar piezas.
Un entrenador no maneja piezas, manejas seres humanos en relación con otros seres humanos, por lo que las posibilidades de movimiento y comportamiento no son predecibles, sino que son inesperadas e infinitas. El funcionamiento de un equipo se logre por las redes que forman los jugadores entre sí, ajustadas por el trabajo del entrenador y su cuerpo técnico, la eficiencia de los directivos y el comportamiento de una hinchada. Tal vez debamos dejar de buscar siempre un culpable en las derrotas y un héroe en las victorias y comenzar a pensar el juego, el deporte y el mundo de una manera más holística, ya que de esta manera funciona el universo.
Bibliografía: