Geraldine Fernández y la fuerza de la retórica

Geraldine Fernández y la fuerza de la retórica

Fake it until you make it, una frasecita que Geraldine Fernández y un centenar de jóvenes de mi generación usan para solapar una realidad que existe. No, perdón, «una meta a alcanzar». Sin embargo, detrás de una frase genérica en inglés, se esconde toda una magia del habla que esta mujer colombiana le vendió al mundo y, como consecuencia, los medios de comunicación creyeron a ciegas. 

Si bien hay un componente de creer una mentira hasta que se haga realidad, lo cierto es que para presentarla al mundo se necesita del poder de la retórica —sí, tal como Aristóteles la planteó hace tantos siglos atrás. Curiosamente, el poder del convencimiento no está en las palabras que usamos, ¡qué va! Está en todos los aparatos —voz, discurso, lenguaje no verbal, etc—, que nos permiten construir un argumento sólido, verosímil y sostenible pese a ser falaz. 


Geraldine Fernández y la mentira de Studio Ghibli 

Esta fue una noticia viral, pero, para quienes vivieron debajo de una piedra, Geraldine Fernández es una chica colombiana cuya historia reventó en las redes sociales. ¿La razón? Según sus palabras, «fue la única persona latinoamericana en trabajar en la última película de Hayao Miyazaki, “El niño y la garza”». Su relato, tan sorprendente y poderoso, llenó de curiosidad a tantísimas personas, en especial a los compatriotas colombianos, pues significó que el talento nacional sería expuesto en una obra que estaba nominada al Globo de Oro 2024.

La famosa colombiana, antes de que borrara todas sus redes sociales

La joven apareció en un montón de clips de TikTok y Twitter (X) hablando acerca de su experiencia como «ilustradora y animadora». No les mentiré, la vi en múltiples videos dando charlas en universidades, medios de comunicación y entrevistas con creadores contenidos impresionados por sus habilidades. ¿Por qué lo digo? Pues, en sus palabras, ella reconoció haber trabajado en los primeros 15 minutos de la película, haber realizado más de 25,000 fotogramas y haber tenido contacto con el mismísimo director japonés. ¡Es más! De cariño le decía «La colombiana».

A simple vista, nada de esta historia parece descabellada y, más aún, se trata de una posibilidad. Sin embargo, Fernández no tomó en cuenta que, además de ella, en el extranjero también hay animadores latinos trabajando para casas de animación japonesa. Por ello, al escuchar su narración, las inconsistencias emergieron como espuma de mar. Para varios profesionales, era imposible que una mujer desconocida se hiciera cargo de un trabajo tan meticuloso como el de Hayao Miyazaki —quien ni siquiera confía en su propio hijo—; tampoco cuadraba que una sola persona hicieran alrededor del 25% de la película o, peor aún, que enviara cada fotograma vía Fedex desde Colombia a Japón. 

Para colmo, el respaldo que le dio los medios de comunicación tradicionales como el «Heraldo» cuestionó el trabajo periodístico y la seriedad de investigación. ¿Cómo es posible que nadie se dio cuenta que esta novedosa historia en realidad era una mentira y un chisme a escalas desproporcionadas?   

La Retórica según Aristóteles 

Una profesora española me dijo una vez que, como escritores, tenemos licencia para mentir. Así que, al momento de construir una historia, todo se vale siempre y cuando funcione. Por lo visto, Geraldine se lo tomó muy en serio y no culpo al público de haber caído redondo. De hecho, la respuesta a la pregunta anterior se encuentra en la Retórica, ¡déjenme explicarles la razón!

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La Retórica, según Aristóteles, es el arte o habilidad de persuadir. Por supuesto, mucho de su obra se concentra en los ritos dentro de los juicios y la política; en un campo donde la palabra es la única prueba fehaciente de la verdad. Como recurso para alcanzar el convencimiento, se necesita del lenguaje y el estilo para persuadir y aportar información específica para una situación particular. Sin embargo, ¿cómo se logra el convencimiento? Al evitar cualquier descuido que destruya la narrativa. Por ejemplo, en el caso de la literatura y la escritura, la credibilidad de un libro recae en su verosimilitud. Es decir, tener un escenario que, a primera instancia, es irreal, pero que cuenta con todas las características para ser posible. 

Según Aristóteles, hay tres formas de Retórica: pathos, ethos y logos. Como resumen ejecutivo, el pathos es la destreza del orador para empatizar, conectar con las emociones y los sentimientos de la audiencia a modo de plantear un argumento controvertido que no se sostienen por sí mismos —ilógicos—; luego, el ethos recupera la ética y la moral para sonar creíbles, así se vuelve una figura digna de confianza; por último, logos es la apelación a la intelectualidad del público a través de de pensamientos deductivos e inductivos. Todo esto, en un conjunto, representan las herramientas más poderosas para «mentir o fingir hasta que se haga realidad».

El poder de la retórica de Geraldine Fernández

La ilustradora colombiana no fue tonta. Si bien su historia salió de un chat de amigas que cotorreaban sobre su día a día, tras haber metido la pata, la única manera de sobrellevar la equivocación fue surfeando sobre esa misma ola. De esa manera, aceptó la idea de haber trabajado con una de las casas de animación más importantes del mundo, se empapó del lenguaje y terminología del sector e hizo su tarea: investigó todo acerca de la película —fechas, técnicas, entregas y trabajos—, aprendió a esquivar preguntas y a responder sin vacilar. Al tener a un orador frente a ti que no duda de su propia mentira, ¿habría forma de no caerle? 

Fotografía de Geraldine Fernández en un periódico colombiano

En lo personal, Geraldine apeló al Pathos y al Logos, pues construyó un discurso que partió de la lógica cronológica de los hechos, para luego intentar tocarle el corazón a la audiencia por medio de los sueños artísticos. Al unificar ambos, sumándole el acento tan bello de los colombianos, tenemos una narrativa que logra sustentarse por sí sola. Sin embargo, la desconfianza y los cabos sueltos terminaron por hundirla. 

Así como la historia de Geraldine levantó vuelo por todo Internet, también fue su estrepitosa caída. Pese a que el mundo entero la desenmascaró y la señaló de mentirosa, su voz no se quebró. A decir verdad, su relato comenzó como un golpe de suerte, sustentado por el talento y el esfuerzo, respaldado por una supuesta maestría y una carta de agradecimiento extendida por el mismo Studio Ghibli. 

«Me arrepiento de todo. Hubiera preferido no haberles dicho a mis amigos, en especial a la que se tomó el atrevimiento de difundir la información».
Mariano Pagés Candioti

Transitemos juntos ese recorrido por la escritura; te muestro los artificios y las técnicas para producir textos memorables, después seguís solo. Yo solo soy una muleta.

9 meses

La literatura tiene que ser posible, probable, que pueda acontecer, sin que necesariamente haya ocurrido. La literatura descansa en la verosimilitud de los hechos que se narran. La literatura está en el orden de lo contingente, de lo que podría o pudo haber ocurrido, pero no tiene la condición de haber ocurrido. Lo ficticio, particularidad no privativa de la literatura, porque otros lenguajes también pueden haber sido atravesados por la ficción. Etimológicamente el término "ficción" proviene de fingere que quiere decir fingir, simular un mundo parecido al real, pero no es el mundo real. Saludos y perdón por la intromisión, pero es un tema que me fascina.

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