INTELIGENCIA ARTIFICIAL. DUDAS Y RETOS.
"Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario"
Elbert Hubbard (1856-1915).- Ensayista estadounidense
Carla sabía que la inteligencia artificial aportaría a la empresa creada por su padre un gran valor, incrementando la eficiencia y la calidad de sus procesos internos y externos. Además, había implicado numerosos cambios en departamentos como los de finanzas, ventas, marketing y operaciones, sobre todo en su primera etapa en logística (donde fue pionera en la implantación).
Pero también era consciente de los retos que debería recorrer para que nada diera al traste con tan complejo negocio, hoy en manos de innumerable cerebro de obra y sin duda, mañana llevado en una combinación de humanos y procesadores de inteligencia artificial.Por un lado, para que el resultado sea correcto en cuanto a calidad es necesario que los datos sean eso, de calidad. Por lo tanto, decidir lo que es muda y lo que no, debería ser fundamental en una primera aproximación a lo que sería la arquitectura de información requerida para montar un buen sistema que tenga como raíces una base de inteligencia artificial.
Es muy probable que el funcionamiento no sea perfecto en las primeras etapas. Eso era algo que pilló a esta familia de susto, pero es importante no confundir artificial con perfección. En una artículo, Carla leyó que el potencial de la inteligencia artificial no se conoce hasta que no se prueban muchos melones. Se abren y se prueban. Buenos y malos. Malos y buenos. Toca probar muchos palos para saber los que están buenos antes de abrirlos.
Y estando claro que se busca un incremento de productividad, no está tanto cual es la tecnología a aplicar según cada caso, cada empresa, cada sector. Podríamos decir que es necesario pero no suficiente. Carla pensaba mientras subía de tomar su café de media mañana cuantas veces su padre había tomado decisiones no basadas en datos ordenados y procesados sino tras una negociación entre personas, o incluso había sido simplemente cuestión de olfato o intuición. Prioridades, entorno, tolerancia al riesgo; circunstancias subjetivas difícilmente de sustituir por algoritmos...
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En otra ocasión, tras concluir un proceso gracias a un sistema automatizado, nadie sabía explicar el por qué tras varios fracasos, en esa ocasión funcionó. Estaba claro que la inteligencia artificial no había venido a la compañía para sustituir al humano, sino para apoyarlo, mejorarlo y siempre dejando claro que las personas deberían continuar teniendo un sitio central a la hora de tomar decisiones, ejecutarlas y seguir los resultados continuando con el plan o pivotando cuando fuera necesario.
Quedaba claro que es conveniente ir paso a paso en la implementación de estas tecnologías, y aspirar a que nos ayuden a aumentar nuestras capacidades, no intentando que sirvan como sustitutas del talento humano, tan valioso y escaso en nuestras organizaciones.
Ni que decir tiene cómo Carla tuvo y tiene que luchar con el rechazo y la preocupación de las personas que temen por su puesto de trabajo. Siempre, en cualquier revolución tecnológica, el ser humano ha tenido la sensación que los puestos de trabajo corrían peligro. Y aun siendo cierto que esos puestos de trabajo, tal como los conocemos, están en peligro de extinción, lo que abre seguro la puerta es a otros de diferente naturaleza, de mayor eficiencia, y también de mayor valor añadido a la sociedad que se forja de cara al futuro.
No dejan de tener razón aquellas personas que sin preparación para lo nuevo que se avecina, requerirán unos conocimientos técnicos que ni tienen ni podrán prepararse a tiempo para cuando mañana mismo los necesiten. Esas personas, esas zonas, esos sectores sí que pasarán etapas de dolor y restructuración difíciles de paliar.
Por todo, desde cualquier tecnología basada en la inteligencia artificial, es necesario que se ofrezca el máximo nivel de confianza que se pueda diseñar. Es necesario que los sistemas sean justos, útiles y despejen cualquier duda que el humano pudiera intuir.
Carla lo tenía claro, e independientemente que por un rato de ocio, una aplicación que nos regale el poder de comunicarnos con amigos (o enemigos), o cedamos toda nuestra vida en forma de datos para que los algoritmos trabajen y nos devuelvan información para nuestro (su) beneficio, las empresas que usen aplicaciones de inteligencia artificial deberían ser capaces de demostrarnos una total trazabilidad, un tratamiento de los datos totalmente privados, unas auditorías periódicas para evitar sesgos en la información de salida y calidad de los datos de entrada, y por último, un enfoque ético que cambie el "nuestra única misión es ganar dinero" por unas actuaciones en función de valores como son la justicia social y la ética.
Publicado por La semana de EduSanchez