Kanishka, o el reto de activar las voces

Kanishka, o el reto de activar las voces

Juan tiene 5 años y termina el Jardín de Infantes. El cole propuso que madres y padres hiciéramos una canción para celebrarlo. Dimos alguna vuelta en el grupo de WhatsApp, le pedimos asesoramiento al profe de música y entre todos consensuamos canción, escenografía, coreografía. Sale el Tiburón Kanishka.

Unos días después nos comunicaron del colegio que teníamos que acordar una sola canción con la otra sala de 5. Ellos habían elegido otra canción. Válido, inobjetable, respetable: cada grupo había hecho su trabajo. ¡¿Y ahora?! 

Como en cualquier grupo humano, ante el desafío de ponernos de acuerdo, hubo distintas reacciones. Quejosos, los fuera de la ley, los intransigentes, los mediadores, los conciliadores, los apáticos. Lo cierto es que no se podían cambiar las reglas, no hubo un consenso para arrimar posiciones y la lucha apareció en la puerta del Jardín: ¡¿cuál es la canción que se “impone”?!

El ánimo se caldeaba, cada sala reforzaba su elección y con ella su "identidad". Cuando veíamos peligrar toda posibilidad de acuerdo, se acercó tímidamente una madre de la otra sala. Buscó una mirada cómplice y cuando la encontró, explicó que a su hijo le encantaba Kanishka y que la mayoría de su sala no tenía problema con esta elección.

Pero la charla no estaba siendo entre las salas, sino entre quienes había decidido representarla y habían sido aceptados silenciosamente como representantes lo que no necesariamente implicaba el sentir de los representados.

Fin de la historia.

........

Nota de color

A los peques en Sala de 5 les enseñan "Pautas de buena convivencia" que incluyen comprender las emociones, conversar con otros, arrimar posiciones y ponerse de acuerdo; para los grandes no es algo tan sencillo y nos falta entrenamiento. Y en nuestra dificultad, no está claro que las soluciones a las que llegamos sean realmente representativas del sentir "popular" ni de buena convivencia.

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Moraleja

Estos comportamientos no solo se ven en el Jardín sino que suelen verse  en las organizaciones (¡y en la sociedad!). Ante cada situación se presentan los patrones de queja, intransigencia, anti-norma, consenso, silencio y apatía y aparece un “juego” donde queda desvirtuada la representatividad de cada posición. 

Los intransigentes elevan tanto su voz que terminan presentándose como representantes de la mayoría silenciosa. Y no solo es que no lo son sino que se crea un círculo defectuoso en el que los intransigentes son cada vez más fuertes y los silenciosos se apagan cada vez más (y se frustran cada vez más).  

Una situación que tiene un costo altísimo en el ánimo organizacional y en las personas. En un mundo en el que cada día nos encontramos con nuevos desafíos, los cambios se traban, no florecen y van agotando el músculo transformador y creador. Toda energía propositiva queda atascada y activar algo nuevo cada vez requiere empezar desde “más abajo” y ponerle más garra.

En el “juego de los patrones” se encierra el futuro de nuestras organizaciones (y sociedades): dime qué amplificas y qué silencias y te diré qué futuro construyes.


Romper el patrón de los patrones

Las organizaciones tienen en sus manos decidir a qué juego quieren jugar y cómo navegar los mares del cambio. En la medida que los intransigentes dominen la escena y los silenciosos no hagan uso de su voz, los resultados colectivos no solo no serán representativos sino que serán “penosos”. La solución no es más intransigencia, queja o “cadena nacional” desde la organización para "acallar a los rebeldes".

La solución es cambiar el juego y para ello el primer reto es mapear quién es quién y cuanto antes lo hagamos, ¡mejor! Y desde ahí, lograr que los silenciosos a los que sí les importa cobren la voz y se animen a aparecer en la “escena pública”.

Esto no solo sería más representativo sino que crearía un círculo virtuoso en el que, poco a poco, los silenciosos recobran su poder: bueno para ellos, buenos para lo colectivo. 

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Convertí la intransigencia en acción

Vamos paso a paso, empecemos con los intransigentes. Muchos tienen como primera reacción mutearlos; pero no, no es esa la solución: eso solo generaría más enojo. Así que lo primero, recordemos que no son tan representativos como nos hacen creer, respiremos y desde ahí trabajemos con ellos.

  • Que expresen su opinión pero que no intoxiquen y caldeen el ambiente con su enojo.
  • Escuchemos sus quejas e indignación, puede que en ellas se encierre algún “tesoro”, algo que debamos trabajar para mejorar.
  • El reto es que la queja no se estanque y se convierta en agua podrida sino que fluya para crear algo mejor. Acompañemoslos para que conviertan su energía en acción.

En caso de que esto no sea posible, pongamos en evidencia el placer de la queja y lo poco útil que es y recordemos que el “enojo radical” suele ser algo existencial que va más allá del “tema” que tratamos y no nos volvamos locos.

Tal vez podamos acompañarlos preguntándoles ¡¿qué cuidan con el enojo?!, ¡¿cuál es el costo personal que están pagando?!, ¡¿y los que están a su alrededor?! E incluso usar los 5 whys: preguntarles cinco veces ¡¿por qué te enoja tanto?! y ver si logramos llegar más profundo y entender qué se está jugando.

Quitame el mute

Vayamos a los silenciosos. Si realmente les importa, ¡¿por qué no "toman" el micrófono?! Algunos no creen que su voz sea importante; otros creen que están en disidencia -¡¿para qué hablar si estoy solo?!- y muchos prefieren evitar conflictos.  

Cada caso requiere distintas soluciones. Confianza para que algunos entiendan que su voz vale; red para demostrar que no están solos; explicitar el costo de evitar el conflicto. Algunos silenciosos necesitarán hablar en privado antes de animarse a manifestarse en público; otros necesitarán “un canal”,  alguien que exponga su pensar, un medio para expresarse. 

Ellos tendrán que poner de su parte y animarse a entrar en escena. Por mucho que les demos la mano, no podemos hablar en su nombre y, si lo hiciéramos, de nada serviría. Eso sí, tendremos que ser cuidadosos: una vez que se animan tienen que sentirse seguros y no-expuestos. Si a la hora de tomar el micrófono, los come el tiburón, mataremos toda posibilidad de cambio.

Tal vez podemos ayudarlos con algunas preguntas: ¡¿qué harías si supieras que otros piensan como vos?!, ¡¿qué costo estás pagando por no decir lo que pensás?!, ¡¿qué es lo peor que podría pasar si subieras tu volumen?!

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Un coro de voces

Entrenemos el músculo de abrir micrófonos, de escuchar, de disentir y de acordar y recordemos que nuestra identidad no está en juego en cada conversación. Fomentemos que cada persona sea protagonista y no espectadora de la obra. Solo así abriremos espacios vitales sanos que se multipliquen hoy y creen el futuro de los nuestros. En nuestras manos está ver qué canciones componemos.

El reto de las organizaciones (y la sociedad) es que se oigan las voces para que florezcan en mares de respeto las disidencias y los acuerdos. El reto de las personas es poner de su parte para cambiar este juego. Mares azules de colaboración en vez de mares rojos de sangre y "radicalidad". Empecemos a nadar a contracorriente.

Gráfica impresionante a cargo de Aldana Otero

#colaboración #acuerdos #inteligenciacolectiva #linkedinarticuloslatam

Roberto Bravo Graubin 😀

Coach, Consultor & Neogeneralista. Ayudo a líderes a reflexionar y sentir.

2 años

Estas hablando de armonía Melina, y cuando hablamos de armonía hablamos de *relaciones* que soportan y/o buscan resaltar la melodía principal, teniendo en cuenta las formas de cada integrante/instrumento. En tanto es una disposición, quien tiene que organizar/influenciar esto es el líder. 😉

Juan Pablo Rico

Profesor en negociación y liderazgo | Diseño de capacitaciones que transforman equipos y resultados

2 años

Buenísimo Melina! Sumaría al coro de personajes de este tipo de disputas/desafos, a los/as intransiguentes disfrazadas de super open mind, escuchemos todas las voces, buscquemos el consenso y coso, pero con agenda oculta de hacer la propia. Beso grande y gracias por estos contenidos tan valiosos.

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