La agricultura sostenible: herramienta clave contra el hambre y el cambio climático

La agricultura sostenible: herramienta clave contra el hambre y el cambio climático

El valor de la producción agrícola mundial supera los 3.000 billones de dólares al año y en algunos países supone hasta el 40 % de su riqueza, según datos del Banco Mundial. Pero es responsable de más del 20 % de los gases de efecto invernadero. La apuesta por la agricultura sostenible, aquella que es respetuosa con el medioambiente, rentable y social, se ha convertido en una prioridad.

Son más de 30.000 millones de insectos. Un ejército de trabajadores incansables que en los últimos meses ha ocupado 25.000 de las más de 31.000 hectáreas dedicadas al cultivo hortícola en invernadero en las provincias españolas de Almería y Granada. Forman parte de las medidas de control biológico de plagas que desde hace años aplica la industria agrícola de esta zona del Mediterráneo.

La primera aplicación masiva de control biológico en Almería tuvo lugar en 2007. La resistencia de algunas enfermedades y plagas a los pesticidas químicos había mermado la producción y disparado las advertencias por los residuos encontrados en las hortalizas. A los pocos años, el uso de sistemas de control biológico era ya dominante y, lo que es si cabe más importante, la producción se había recuperado.

La aplicación de estos métodos, analizada por el entomólogo Jan van der Blom, responsable de agroecología de la Asociación de Organizaciones de Productores de Frutas y Hortalizas de Andalucía, en un artículo publicado en 2017, nos cuenta una historia de agricultura sostenible. Una que habla de sostenibilidad medioambiental, pero también social y, sobre todo, económica.

Un mundo agrícola

Nuestro mundo es, ante todo, un mundo agrícola. Salvo algunas excepciones, las sociedades que pueblan el planeta son una consecuencia directa de la invención de la agricultura. Sin ella, nuestra historia habría sido muy diferente. Hoy, la alimentación, el textil o el papel no pueden entenderse sin la agricultura. En 2019, el valor total de la producción agrícola mundial superó los 3.250 billones de dólares, según los datos del Banco Mundial. Esto es un 3,7% del Producto Interior Bruto (PIB) global.

En la mayoría de países ricos occidentales, este porcentaje es menor. Sin embargo, en grandes potencias como China o países emergentes como Brasil el peso de la agricultura es bastante más elevado. En muchos países emergentes, la producción agrícola supone más del 30 % e incluso el 40 % de su riqueza. Solo durante 2018 se produjeron más de 2.700 millones de toneladas de trigo, 780 millones de toneladas de arroz o 370 millones de toneladas de patatas. Estos números no han dejado de crecer desde la llamada revolución verde a mediados del siglo pasado.

La agricultura es un elemento de desarrollo económico y un eje de articulación social. Sin embargo, tal como señala la FAO, este protagonismo no viene libre de costes. La agricultura y el uso de las tierras de cultivo es responsable de más del 20 % de las emisiones de gases de efecto invernadero y del consumo del 70 % de agua a nivel mundial. Un tercio de toda la producción agrícola global se desperdicia; y, a pesar del aumento constante del rendimiento de los cultivos, cerca de 700 millones de personas pasan hambre.

Mientras la población mundial siga aumentando (a mediados de siglo se superarán los 9.000 millones de habitantes), la producción agrícola debe seguir creciendo. “La trayectoria actual de crecimiento de la producción es insostenible”, sostienen desde la FAO. Para la organización de la ONU, existen cinco retos para la sostenibilidad futura de la agricultura:

  • Frenar la degradación de la tierra y de los recursos naturales al tiempo que se reduce la inseguridad alimentaria.
  • Gestionar mejor los recursos ante un previsible aumento de la competencia.
  • Minimizar el impacto de la agricultura en el cambio climático y, al mismo tiempo, proteger la actividad de los impactos de este fenómeno global.
  • Mejorar el control de enfermedades y otras amenazas naturales ligadas a la globalización de la cadena de producción agrícola.
  • Reforzar las políticas de gestión de las tierras agrícolas para que integren la conservación de especies y espacios naturales.


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Las vertientes de la agricultura sostenible

“Para hablar de agricultura sostenible tenemos que hablar de una agricultura respetuosa con el medioambiente, una agricultura rentable y una agricultura que genere externalidades sociales en el territorio, como buenas condiciones laborales. Con una sola, no vale”, explica Eduardo Moyano, ingeniero agrónomo e investigador del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en España.

Las tres patas de la agricultura sostenible –económica, social y ambiental– se han convertido en una prioridad. En marzo de 2021, responsables gubernamentales de Argentina y Brasil ratificaron su alianza para articular acciones en pos de este desarrollo sostenible. En el primero de estos países, la Comisión Nacional de Valores ha elaborado una guía para los bonos sociales, verdes y sostenibles (SVS) donde se destaca que la financiación de la agricultura sostenible puede ser el futuro de estos bonos, lo que evidencia la importancia de este sector agrícola.

“La revolución verde no incorporaba la sostenibilidad ambiental ni la social. Solo se centraba en la sostenibilidad económica a pesar de los costes energéticos altos”, continúa Moyano. “El avance tecnológico de los últimos 50 años ha incorporado las otras dos dimensiones de la sostenibilidad. Hoy en día, la innovación permite que la agricultura sea mucho más sostenible en términos ecológicos y económicos, y también sociales, si se usa de forma que mejoren las condiciones laborales”.

Al hablar de sostenibilidad, a menudo se enfrentan conceptos como los de producción ecológica e industrial. Pero la agricultura sostenible va más allá. Como su propio nombre indica, engloba todas aquellas prácticas que permiten que la actividad pueda sostenerse en el tiempo. La degradación medioambiental y la contaminación influyen en esta sostenibilidad, pero también lo hacen factores como la variedad genética de las especies, la presencia de enfermedades, la eficiencia energética o el uso del agua.

La definición de agricultura sostenible, en detalle, no es algo inmutable. De acuerdo con las políticas agrarias de la Unión Europea, los factores que influyen en la sostenibilidad de los cultivos son:

  • El uso de insumos, es decir, todos aquellos productos usados en la producción agrícola. Estos tienen su propia huella ambiental y su impacto económico. Son, por ejemplo, los fertilizantes y los plaguicidas, así como la energía (eléctrica o de combustibles) necesaria.
  • La calidad del suelo. Frenar la degradación del suelo supone reducir las emisiones de gases de dióxido de carbono y asegurar la sostenibilidad a largo plazo de los cultivos. Para ello, es necesario proteger la biodiversidad del suelo (uno de los ecosistemas más complejos que existen) y disminuir el impacto de la erosión, tanto por factores naturales como humanos.
  • La contaminación atmosférica y el cambio climático. La agricultura es una fuente importante de emisiones de gases de efecto invernadero. A nivel europeo, supone alrededor de un 10 %, pero el porcentaje es más elevado a nivel global. Además, es una fuente de contaminantes atmosférico con impacto directo en la salud humana y animal, como el amoniaco.
  • El uso del agua. La agricultura es la actividad que más estrés hídrico genera a nivel mundial, especialmente, en aquellos lugares en que es un bien escaso. Además, puede ser una fuente de contaminación de los recursos hídricos derivada del uso de fertilizantes y pesticidas.
  • El impacto en la biodiversidad. El cambio en los usos del suelo tiene un impacto directo en la biodiversidad animal y vegetal. En particular, la agricultura se ha asociado con una disminución en los números y la variedad de especies de insectos y pájaros.

“La agricultura sostenible no tiene por qué ser ecológica. Pero sí debe ser eficiente, permitiendo atender la demanda de alimentos y, al mismo tiempo, reducir el impacto ambiental y los costes asociados al consumo de recursos. Todo esto sin que se disparen los precios”, añade Eduardo Moyano. “Creo que el proceso hacia esa tecnología tecnificada, eficiente y sostenible es imparable”.

Por ejemplo en España, para aquellos agricultores que quieran convertir sus explotaciones convencionales en ecológicas, disponen de un préstamo de BBVA adaptado a las necesidades de los productores durante el periodo de conversión, en el que tienen necesidades especiales de tesorería.


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El papel de la ciencia: del suelo a los genes

La revolución verde supuso la entrada de las tecnologías industriales en la agricultura. Máquinas y productos químicos al servicio de la eficacia en aras de una mayor producción y precios más ajustados. La sostenibilidad social y la medioambiental se vieron perjudicadas en gran medida. En los últimos 60 años, sin embargo, la ciencia no ha dejado de avanzar y las posibilidades para lograr una agricultura realmente sostenible son muchas.

La mayoría de estas líneas de investigación confluyen en el Instituto de Agricultura Sostenible (IAS-CSIC). Allí trabaja Jesús Mercado, microbiólogo, quien centra su trabajo en la protección de enfermedades en cultivos desde un punto de vista muy innovador: el estudio de los cientos de miles de seres microscópicos que viven en equilibrio con las plantas y el suelo.

“Las plantas están acompañadas de una comunidad microbiana enorme que solo ahora empezamos a descubrir. Muchos de estos microorganismos son fundamentales para mantener la salud de un individuo”, explica Mercado. “Se trata de considerar a una lechuga, una planta de maíz o un olivo como un todo, lo que denominamos un holobionte. Si nosotros somos capaces de conocer todos los componentes beneficiosos que conviven con la planta podemos llegar a entender por qué se producen determinadas enfermedades en algunos momentos”.


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Hace más de un siglo que se conoce la existencia de los organismos que viven dentro de la planta sin causarle perjuicios. Sin embargo, su estudio se ha ignorado durante todo este tiempo, sobre todo, por razones metodológicas. “Ahora tenemos herramientas poderosas de secuenciación masiva, procedimientos bioinformáticos para analizar gran cantidad de datos que nos permiten estudiar los microbiotas”, añade Mercado. “Ese mundo microbiano puede ofrecer herramientas de control biológico novedosas. No va a ser una solución definitiva, pero nos puede ayudar a reducir el uso de químicos y del impacto ambiental de la agricultura”.

Para el investigador, este conocimiento que ahora es ciencia, en realidad, se tiene desde hace muchos años. “Los huertos siempre se han fertilizado con estiércol, que no deja de ser un elemento lleno de microorganismos”, sostiene. Sin embargo, el uso extendido de productos biológicos en agricultura pasa hacer una transferencia adecuada de la tecnología.


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“El agricultor puede ser reticente a las nuevas herramientas. Las dos preguntas que siempre hacen son si funciona y cuánto va a costar”, explica Mercado. “Si se demuestra que funciona, el agricultor es receptivo. Al final son los que más saben del cultivo, son los que se enfrentan a los problemas a diario”. Como sucede con los insectos de los invernaderos de Almería y Granada, donde hoy parece increíble que hace 15 años la industria sobreviviese sin métodos de control biológico.

“Existen muchos elementos esenciales para la sostenibilidad de la agricultura. La protección y la salud del suelo, la utilización eficiente de los recursos hídricos o el modelaje de los sistemas de riego de cara a adaptarse a los impactos del cambio climático”, añade el investigador. “Y la mejora genética para hacer más rentables los cultivos, de forma clásica o con ingeniería genética”.

Este es precisamente uno de los factores más controvertidos en la búsqueda de la sostenibilidad agrícola. El uso de organismos modificados genéticamente o GMO, por sus siglas en inglés, genera reticencias entre los consumidores y no siempre cuenta con el respaldo de los reguladores. En la Unión Europea, por ejemplo, su cultivo y su comercialización están bastante restringidos.

Sin embargo, a nivel mundial, algunos productos, como la soja o el maíz, proceden en su gran mayoría del cultivo de variedades modificadas genéticamente. Estados Unidos, Brasil y Argentina lideran las cifras de este tipo de producción, tal como señalan desde el Rausser College of Natural Resources, de la Universidad de Berkeley. Y, siendo estrictos, la selección genética y la hibridación han sido habituales en la agricultura durante cientos de años.

Según la FAO, la modificación genética de variedades agrícolas no es la panacea, pero sí puede ofrecer alternativas a la hora de mitigar el hambre en el mundo y, al mismo tiempo, avanzar hacia una agricultura más sostenible. Entre sus ventajas están mayor resistencia a los agentes externos (sean plagas, condiciones climáticas o productos químicos) y mayor productividad con menos insumos. Entre los argumentos en contra destacan la interacción de estas especies y sus genes con el medio salvaje y la aparición de nuevas enfermedades resistentes y más difíciles de combatir.

Tras muchos años a la baja, el número de personas que pasan hambre en el mundo ha vuelto a crecer de forma continuada desde 2014. La población mundial también sigue en aumento y con ella la inseguridad alimentaria, tal y como admite la FAO. La agricultura sostenible es la herramienta para conseguir los dos grandes objetivos de la humanidad para la primera mitad del siglo XXI: que cero personas pasen hambre y que las emisiones de gases de efecto invernadero sean cero. Por ahora, queda mucho camino que recorrer.

Por último, la innovación en sostenibilidad también puede llegar de la mano de las técnicas agrícolas. Un ejemplo es la llamada agricultura de conservación, que cada vez gana mayor relevancia. Este tipo de agricultura busca alterar lo mínimo posible la composición del suelo y la biodiversidad, imitando al máximo la estructura de los ecosistemas naturales, combinando especies herbáceas con árboles, no retirando los rastrojos de cosechas anteriores y con un laboreo mínimo de la tierra.


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