La corrupción: el fin de la democracia

El filósofo y arqueólogo belga, David Van Reybrouck, en su último libro: “Contra las elecciones – Cómo salvar la democracia”, afirma: “Los síntomas que sufre la democracia occidental son tan habituales como vagos, pero si se suma la abstención, la fluctuación del voto, la pérdida de afiliados de los partidos, la incapacidad de la Administración, el debilitamiento político, el temor al fracaso electoral, las dificultades de captación de nuevos políticos.

Así como el afán compulsivo de protagonismo, la fiebre crónica de las campañas electorales, el estrés agotador de los medios de comunicación, los recelos, la indiferencia y otras lacras pertinentes, se obtiene el perfil de un trastorno conocido como “el síndrome de fatiga democrática” que aún no está estudiado por completo, pero que ya padecen numerosas sociedades occidentales”.

Pero, no es la permanencia en el tiempo de la democracia, ni la eficacia de su legitimidad, ni las fuerzas que tienden a abolirla, ni los procedimientos democráticos y ficticios de sus elecciones, ni la aceptación de la opinión pública lo que está deteriorando nuestra democracia. Es simplemente la mente muchos colombianos y el deterioro de la capacidad de resolución del Estado para ponerle fin a la corrupción en cada uno de los poderes que configuran él mismo, entre ellos los medios de información.

En estos tiempos de notoria descomposición de las costumbres y la desintegración de los valores, en donde la mente, la mano extendida y el bolígrafo de los corruptos está sumiendo nuestra democracia en una enfermedad casi terminal, es necesario luchar por la recuperación de los principios fundamentales de nuestro Estado social de derecho, los de la sociedad agrietada y rasgada por el relativismo y la descomposición imperante en la política, en la justicia, en los medios de comunicación y en casi todos los entes públicos y privados del Estado.

 La coyuntura que está viviendo nuestro país en el contexto de corrupción, es escalofriante. Vivimos en un mundo en que la información circula de manera desaforada y nuestra institucionalidad se torna obsoleta en poco tiempo y cuando menos lo esperamos, pues estamos navegando en la oscuridad de las acciones de los corruptos y es necesario buscar otros horizontes, horizontes lejos de la corrupción, aunque es mejor no perder el sitio en el cual nos ha ubicado el destino y luchar con grandeza contra todo lo que está deteriorando nuestra democracia.

 No podemos ignorar que los axiomas y los éxitos pueden hacer de nosotros esclavos de los sentidos y será necesario descifrar lo indescifrable para poder penetrar y extirpar la metástasis de la corrupción en cada ente del Estado, y evitar que las manipulaciones de las mentes de los corruptos y de los poderes ilegítimos que nos rodean y quieren ahogar nuestra lucha contra la corrupción, le pongan fin a la democracia.

 Y, hoy cuando nuestra identidad como colombianos es decisiva al encontrar en crisis los sistemas políticos, las estructuras económicas, los referenciales éticos y los propios paradigmas científicos que sustentan la dignidad del ser humano, tenemos que alejarnos de las maniobras, de las intrigas y del dominio de conciencias sin escrúpulos o consideraciones perversas.

 Como colombianos demos obrar con pasión y con firmeza a la hora de declarar el curso de nuestra historia y los valores de nuestra democracia; sin eludir la constante búsqueda de la moral y la bondad. Proclamemos siempre la rectitud en todas nuestras acciones, insistamos a tiempo y a destiempo, reprendiendo, reprochando, exhortando, con todo estoicismo y deseando en todo momento el bienestar de la Nación.

 Si no luchamos por una Colombia libre de corrupción, nos esperan tiempos en que la gente no soportará ni lo recto, ni lo noble, ni lo bueno; sino que, los enemigos de lo justo, de lo equitativo y de lo solidario, para halagarse el oído, se rodearán de maestros a la medida de sus deseos y se apartarán de toda verdad y de la rectitud.

 Tenemos como desafío ayudar a construir una Colombia que supere la connotación feudal del tiempo que nos ha correspondido vivir. Debemos luchar por una Colombia en la cual todas las personas podamos ejercer nuestros derechos, gozar de oportunidades y llevar adelante proyectos de vida sin dependencia de fuerzas corruptas, manipuladoras o poderes ilegítimos.

Estoy convencido que aún podemos recuperar la fe en una Colombia grande, una Colombia en donde quepamos todos, una Colombia sin distinción de raza, religión o color;  una Colombia en donde la justicia sea el destino moral de nuestro presente para construir un futuro en paz, un país sin corrupción, en el que el respeto por el otro sea el aliado bondadoso de nuestras acciones y, sobre todo, tengamos fe en el ejercicio de una libertad respetuosa de la dignidad humana, pues fuera de ella no hay dignidad, ni justicia, ni paz posible.

 Nuestra misión como colombianos, es contribuir al mantenimiento del orden, de la disciplina, del mandato, de la ley y de la moral, es decir, de un orden espontáneo llamado sociedad. De una sociedad en donde lo sublime de los valores éticos nos conmuevan, nos estremezcan, nos dominen; una sociedad que colme nuestras acciones y principios democráticos, aun en medio del asombro.

 Estamos siendo víctimas de una sociedad que nos está acostumbrado a vivir en el desconcierto, una sociedad contaminada por el egoísmo, la mediocridad, el terror, por la descomposición de los valores, en una palabra, por la corrupción.

 Debemos fundamentar nuestros deberes y derechos en libertad, en donde la libertad sea la armonía entre autonomía y lealtad, entre gobernar y ser gobernado. Debemos construir una Colombia que repose sobre un equilibrio entre las personas y el Estado y en donde el Estado se más y mejor al servicio de cada colombiano.

 No podemos permitir que la crisis de las personas sea también el trance de la democracia y la solución para una democracia enferma, por culpa de la corrupción; no son las consultas populares, ni nuevas leyes las que pondrán fin a la corrupción en nuestro país; no en vano el aforismo latino afirma: “Entre más leyes una República, más corrupta es”

 Si queremos alcanzar un país más respetuoso de la dignidad humana, más justo y solidario es imperativo cambiar la mente de nuestra clase política, clase política oportunista, manipuladora, inoportuna y calculadora pues no son los paliativos del populismo, ni las etiquetas colgadas al sentido común de una ideología, lo que fortalece nuestra democracia.

 Si queremos salvar la democracia, tengamos el valor y la dignidad suficiente para luchar contra la corrupción y que nuestra conciencia y que nuestros ojos puedan mirar de frente porque nos domina la libertad y el valor para proteger los fundamentos de la moral, la ética y la norma.

 Por eso hoy, cuando la descomposición de los valores está dominando casi todos los estamentos de la sociedad, quiero invitar a todos los medios de información liberarse de las manipulaciones de quienes ostentan los poderes, incluso el poder mismo de los medios de comunicación, y luchar por una Colombia diferente, una Colombia en donde los entes informativos de la Nación reivindiquen valores y principios y no los ahoguen en intereses mezquinos, calculadores y perversos que lo único que están logrando es el caos y la ceguedad para conducir el destino de la Nación por caminos más respetuosos de la dignidad humana.

 


Ricardo Arrieta Castañeda

Director de Departamento Jurídico en C.I. ARCAS SAS | Ph.D. en Derechos Humanos

3 años

Gracias Padre Luis Fernando Alvarez por su escrito, por desenredarnos ese nudo en la garganta y aliviarnos de la carga pesada que significa vivir en un país ahogado por la corrupción y por la falta de oportunidades. Un respetuoso y cálido saludo, Ricardo

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