La Formación del Corazón

La Formación del Corazón

El Padre Felipe Scott es un sacerdote peruano que vivió desde niño en Miami. Fundó la comunidad Familia de Jesús Sanador, que ahora opera en la selva de la Amazonia Peruana. Hijo de un padre que vivió la tragedia de tener un padre alcohólico a quien vió morir a los 7 años. La infancia del padre Scott y su experiencia familiar le dieron una perspectiva y sensibilidad extraordinaria para entender y comprender la dinámica familiar que ha sabido por inspiración de Dios, compartir al mundo. He tomado como referencia una meditación en uno de sus retiros, particularmente uno titulado “La bendición del Padre”

El Padre Scott conecta la bendición de Dios en sus hijos y el rol que tenemos los padres en hacer actual esa bendición en el ejercicio de nuestra paternidad. Apunta cinco formas concretas de hacerlo. Cinco comportamientos de los padres para con los hijos que actualizan esa bendición que los hijos recibimos de los padres y que ahora quienes somos padres, podemos practicar para lograr que esa bendición que los hijos necesitan vitalmente, sea una realidad en su propia experiencia de vida familiar, produciendo salud de corazón, emocional. Que los padres seamos capaces de relacionarnos emocionalmente con los hijos y sean ellos capaces de hacerlo con el resto de gente con quien se relacionan, saludablemente.

La primera: Expresar afecto y cariño a los hijos.

Expresar afecto a los hijos significa tocarlos, abrazarlos, besarlos. Los hijos debemos sentirnos queridos. Debemos sentir que nuestros padres nos quieren, nos aceptan, nos aprueban, tal como somos. Sí. Eso. Cuando los hijos son pequeños el lenguaje que los niños entienden es ese. El lenguaje del corazón. Sentirse queridos, aceptados, amados porque mi Papá, mi Mamá me abrazan, me toman de la mano, me acarician, me besan. El mundo del niño es el mundo de su corazoncito. “Papa y Mamá me quieren porque me hablan bonito, me abrazan”; se sienten conectados emocionalmente con sus padres.

Los hijos tienen derecho a que sus padres los quieran. Tienen derecho a querer a sus padres y tienen derecho a que sus padres se quieran. Cuánto daño recibimos -o hacemos cuando somos padres- cuando ese cariño está en duda, porque no sentimos esa conexión emocional o no expresamos cariño y afecto abiertamente a nuestro cónyuge y a los hijos.

Muchos hoy adultos, fueron víctimas de abandono de alguno de sus padres con consecuencias evidentes. Otros mas fueron víctimas de la separación o divorcio de sus padres; de alcoholismo de alguno de ellos, pleitos o violencia. Un niño no entiende que a veces sus papas no se llevan bien. Por eso, nunca pelear delante de ellos. Para ellos, esa es una verdadera tragedia, les hiere con heridas que llevarán en su corazón por décadas y quizás por el resto de su vida.

La segunda: Expresar verbalmente a los hijos palabras que los aprueben y afirmen.

“Hijo, qué bien haces eso”. “Hijo qué bonita tarea, vas a ser un gran hombre cuando crezcas”. “Hija, qué orgulloso estoy de ti! Gracias a Dios que naciste”. “Qué bien que me tocó ser tu papa”. “Serás un buenísimo ingeniero”. “Serás una estupenda doctora”. Esas son palabras que afirman a los hijos. Los empoderan para valorarse a sí mismos, a sentir que sus padres no solo los aprueban, sino que se sienten orgullosos de ellos. Los hijos esperamos palabras y expresiones de aprobación como personas. Eso nos fortalece y nos afirma. Nos da la certeza de sentirnos hijos aceptados, aprobados; con permiso de ser nosotros mismos y buscar nuestro propio camino. Cuando somos adultos, esa afirmación nos habrá hecho un gran bien que repetiremos con nuestros propios hijos con un patrón sano. La fuerza de la palabra dirigida con aceptación y cariño es una caricia al alma; construye y vivifica. Es lo contrario de la maldición, que destruye.

La tercera: Darles tiempo

Existe la creencia que es mejor darles a los hijos “tiempo de calidad”. La vida actual pasa de prisa. Decenas de actividades, una tras otra. No nos da la vida para estar en casa, para hablar con cada uno, para compartir tiempo con ellos. Los hijos necesitan tiempo con su papá, con su mamá. Tiempo no significan segundos ni minutos. Significa horas, días, semanas, meses. Tranquilizar la conciencia dando tiempo de calidad no funciona. Hacer actividades juntos, pasear juntos, jugar y convivir juntos, eso fortalece nuestra tarea de padres y al mismo tiempo lo hijos reciben esa memorable bendición que guardarán en sus corazones. El testimonio de decenas de adultos mayores, que están a poco de morir, a la pregunta expresa “de qué se arrepienten” la respuesta típica es “me hubiera gustado estar más tiempo con mis seres queridos”; “me hubiera gustado trabajar menos y convivir mas con mi mujer y con mis hijos”. “Trabajé mucho y mis hijos se fueron muy rápido”. “Hubiera querido visitar más a mis padres, mientras pude”

La cuarta: Conocer a los hijos

Qué color favorito tienen. Qué les gusta. Qué materia o asignatura les gusta más. Cuál menos. Qué están pensando ser y hacer de grandes. Qué deporte les atrae mas. Qué piensan de su país. Cómo se llaman sus mejores amigos o amigas. Porqué les gusta andar con ellos. Qué piensan de los distintos temas de actualidad. En qué son buenos. Qué habilidades tienen. Qué están haciendo. Conocer a los hijos para ser capaces de guiarlos y poder ayudarles a que descubran el plan de Dios para sus vidas. Para eso necesitamos abrir conversaciones uno a uno con cada hijo.

La quinta: corregir.

Corregirlos para el bien. Corregirlos según el bien y para el bien. Para su bien. El momento de corregir es el momento de la instrucción. Los padres somos instrumentos de Dios, del plan de Dios para hacer de esos hijos, buenos hijos de Dios. Corregimos para sacar lo mejor de ellos, para su propia felicidad. Para hacerlos más capaces de enfrentar la vida tan llena de escollos y retos. Para enseñarlos a ser virtuosos y sepan decir NO auto-afirmándose. No a las drogas, no al alcohol, no a la mentira, no a aquello que los hace esclavos de sí mismos. Y sepan decir SI a los compromisos, responsabilidades y a sus deberes. Queremos corregir para que sean libres, sanos de la mente, del corazón, del cuerpo, del alma y del espíritu. La corrección es quizá el comportamiento que nuestros padres más usaron con nosotros y de donde hemos aprendido. Lo habitual es usar un lenguaje que atribuye adjetivos calificativos a las personas (adjetivo=lo que decimos de la persona) en lugar de enfocarnos en lo que la persona hizo o dijo, sus comportamientos. Cuando corregimos y usamos adjetivos con los hijos no los afirmamos. Esto significa dejar de usar el verbo “ser”, vgr “eres un flojo, eres tonto, eres un irresponsable, un desobligado, majadero, malcriado, etc”; y usar en su lugar expresiones como “lo que hiciste, estuvo mal” , “eso que dijiste, es una falta de caridad”, “no cumpliste tu promesa”, “eso que escuché de ti, fue una tontería”; dejamos a sus personas intactas y nos enfocamos en lo que han hecho y eso, lo que hacen o dicen es la materia de la corrección. Podemos corregir lo necesario en su conducta y a la vez que se sientan queridos. Difícil tarea.

Qué problema tenemos los padres?

No saber conectarnos emocionalmente con los hijos. No saber conectarse emocionalmente con nuestra esposa o esposo. Muchos tenemos heridas de niños de las que no estamos conscientes. Heridas porque nuestros padres no supieron conectarse emocionalmente con nosotros de niños. Eso deja secuelas en nuestros corazones porque no aprendimos a conectar nuestra mente con nuestro corazón, con nuestras emociones.

Creemos que debemos ser fuertes, racionales, una especie de héroes. Cuando sabemos que somos vulnerables, débiles, frágiles. Y a algunos nos da miedo mostrarnos como somos. Que vean y conozcan nuestra debilidad. Al mismo tiempo, queremos asegurar que somos aceptados, tomados en cuenta, reconocidos y queridos. Es una necesidad social humana natural básica, inconsciente la mayor parte del tiempo.

Esto genera tres formas de conducirnos antes los demás:

a) Alejándonos de los demás: comportamientos de aislamiento, rencor, silencio y evasión, entre otros. Escondemos nuestro verdadero “yo” huyendo de los demás. Evitando el riesgo de ser descubiertos como débiles y frágiles. Tendemos a cuidar nuestra propia imagen ante los demás; pensar que los demás no nos aceptan, reconocen, incluyan o quieren es un riesgo que no queremos tomar y por tanto nos alejamos de los demás para evitarlo.

b) Agredir a los demás o ir en contra de los demás: expresar nuestras propias frustraciones, vulnerabilidades, miedos, debilidades y enojos agrediendo a otros. Eso nos hace sentir que estamos “a mano”. Sufro silenciosamente mis propias flaquezas y las expreso mediante agresiones a los demás. Sé que haciéndolo, me aseguro de no “verme menos” que los demás. Es una forma de sentirnos aceptados y queridos por la fuerza. No estoy seguro de que me acepten, quieran o incluyan; pero lo harán, porque yo lo digo. Ese comportamiento nos hace sentir superiores a los demás escondiendo en el fondo nuestros propios temores a mostrarnos vulnerables y débiles y que no se “aprovechen”. Otra manifestación frecuente son los chismes y hablar mal de la gente. En el fondo, es un deseo inconsciente de sentirme superior a los demás.

c) Complacer a los demás hasta la propia negación. Queremos esconder nuestros miedos, debilidades y limitaciones complaciendo a los demás concediéndoles sus deseos y demandas para evitar posibles roces, confrontaciones o conflictos. Es una forma de evitar mostrar mi propia debilidad y carencia. Es una forma asimismo de sentirnos aceptados y queridos. Los demás nos expresarán agradecimiento, aceptación y benevolencia porque haremos lo que esperan de nosotros. No habrá problemas ni recibiremos expresiones de rechazo. Buscamos un sentimiento de aceptación inmediata sin darnos cuenta que es mera ilusión.

Vale apuntar, que es distinto complacer para obtener aceptación, que complacer por caridad.

Estos comportamientos que ahora experimentamos de adultos, son producto de mi propia experiencia de infancia, de familia, de conexiones emocionales con mis propios padres, amigos y hermanos dentro del núcleo familiar. No aprendimos a identificar y manejar nuestro propio corazón, nuestras emociones. Hay un bloqueo entre mi inteligencia y mi mente, con nuestro corazón y emociones. Por tanto, no sé qué hacer con mis propios sentimientos, no sé cómo expresarlos. Preferimos hacerlos a un lado y racionalizar, justificarnos. Eso explica porqué nos cuesta tanto perdonarnos, pedir perdón o perdonar a los demás. Es mejor huir de esos sentimientos y mantenerme alejado del contacto emocional que ello supone y justificamos intelectualmente. Eso explica porqué decido comprarme el coche de mis sueños aunque no tenga cómo pagarlo. Explica porqué subo al Facebook la imagen del “yo” que quiero mostrar aunque sea solo una ilusión; me hace sentir bien pensar que esa imagen es perfecta. También explica mi relación con mis propios errores y “fracasos” y mi relación con el sufrimiento; explica la dificultad para acudir a la confesión; hacer contacto con nuestras faltas supone verme tal cual soy. Evadir, enojarme con los demás o someterme a los demás son las respuestas que doy, en lugar de estar consciente de mi emoción — es solo una emoción- abrazarla, manejarla y responder mas congruentemente. Y también explica porqué nos puede costar tanto abrazar a nuestros hijos, pedirles perdón, decirles frases que los afirmen, pasar tiempo con ellos o corregirlos. Tenemos que vernos bien ante ellos — cuando bien sabemos que ellos mejor que nadie, conocen nuestras mas hondas debilidades-.

El sentimiento que muchos frecuentemente experimentamos de no ser “suficientemente buenos” en algo nos genera limitaciones internas que inhiben el comportamiento y nuestro avance profesional y la forma como navegamos en la vida. Ese sentimiento lo producimos internamente por experiencias pasadas, en muchos casos vividas en nuestra infancia con nuestros padres, que pueden ser aliviadas cuando recibimos expresiones de afirmación y aprobación, especialmente de nuestros papás. La misma dinámica ocurre desde nosotros como padres, hacia nuestros hijos. Expresar aprobación y manifestaciones concretas que afirmen a nuestros hijos, los harán sentirse que “sí soy suficientemente bueno”, que “si me lo propongo, lo sabré conseguir y hacer”. “Tengo un lugar en mi familia, en el mundo”.

Estas heridas nos acompañarán en nuestra vida adulta y no solo impactarán nuestra relación con nuestros hijos, sino que empezarán por la relación con nuestro cónyuge. En una relación matrimonial, conyugal, mucho de esa relación se da en y a través del lenguaje del corazón, del lenguaje emocional.

Cómo romper con eso?

a) Aprender a identificar, nombrar, aceptar y abrazar nuestras propias emociones y a manejar el propio corazón. Aprender a conectarnos emocionalmente con nosotros mismos y a conectarnos emocionalmente con los demás

b) Aprender a ser vulnerables y a perder el miedo al qué dirán, a la necesidad de aceptación, aprobación y reconocimiento. Aprender a mostrarnos tal como somos ante nosotros mismos, ante los demás y ante nuestros propios hijos.

c) Aprender a ver el sufrimiento como un buen hermano, aliado y compañero. El sufrimiento es parte de la vida y de nuestra humana existencia. Es el sufrimiento la forma concreta como hacemos contacto con nuestra realidad y nuestro corazón. Darle la bienvenida y aprender a sufrir, reconociéndolo, aceptándolo y abrazándolo. Dios permite el sufrimiento para que volvamos nuestros ojos al cielo, a El. Es como si Dios nos jalara de la manga o nos tocara el hombro para llamar nuestra atención. El sufrimiento nos hace humanos. Conectamos nuestra inteligencia con nuestro entorno y con el propio corazón. En otros sentido el sufrimiento propio lo podemos conectar con el plan de Redención, ofreciéndolo, encontrándole y experimentando un verdadero sentido sobrenatural.

d) Aprender a reconocer y perdonar lo que pudo haber ocurrido en nuestra infancia con nuestros padres. Ellos hicieron lo mejor que pudieron a su modo y estilo. Reconocer aquello que pudo habernos afectado en nuestra formación; la falta de conexiones emocionales con ellos; las veces que recibimos solo palabras de desaprobación, que nos hicieron temerosos e inseguros. Las indiferencias, falta de cariño y muestras de afecto que hubiéramos deseado y sentimos que no recibimos. Hacer un ejercicio de perdón de todo corazón. Per-donar significa “donar la pérdida”; nuestros padres no fueron perfectos, como nosotros no lo somos. Qué aprendo de todo lo que viví de niño? Qué aprendo ahora que lo veo a la distancia? Qué comportamientos tengo ahora que impactan mi matrimonio, a mis hijos y mi relación familiar?

e) Para Dios no hay tiempo. Por lo mismo, podemos invitarle a que nos acompañe en aquellos eventos y momentos en que nos sentimos solos y desprotegidos. Recorrer esos eventos de nuevo en nuestra memoria, pero ahora acompañados de Su mano y de Su presencia. Con esto, experimentaremos “un tsunami” de sanación en el corazón.

f) Buscar la auto-conciencia de nuestros posibles errores, indiferencias y ausencias de conexiones emocionales con nuestros padres y nuestros hijos, hoy, y hacer lo propio para reparar los daños que pueda haber. No esperar a estar en el umbral de nuestra muerte -o de nuestros padres- para expresarles afecto, para abrazarlos y decirles lo mucho que los queremos, para decirles todo aquello que los afirme, pasar tiempo real con cada hijo, abrir conversaciones que nos acerquen mas a ellos; estar dispuestos a compartirles nuestras propias experiencias que los hagan mas capaces de descubrir el plan de Dios en sus vidas y abrir conversaciones, aunque nos cueste, cuando sea necesario corregirlos.

La bendición que recibimos de nuestros padres la necesitamos. La bendición que nuestros hijos esperan de nosotros, la necesitan.

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