La importancia de decir no
En 1909 don Augusto B. Leguía se estrenaba como Presidente de la República del Perú en su primer mandato y le aconteció uno de los sucesos más adversos que puede imaginarse un gobernante. Unos cuantos partidarios de Piérola decidieron que su líder era el único capaz de dirigir al país y conjuraron para derrocar al legítimo gobernante. Para ello no tuvieron mejor idea que apoderarse de la persona del Presidente y en un plan muy audaz, sin comparación alguna en nuestra historia, la mañana del 29 de mayo de 1909 irrumpieron en la sede de gobierno y tras vencer una débil oposición por parte de personal de seguridad aprehendieron a Leguía con la firme intención de hacerle firmar su renuncia.
El plan no fue nada complejo pero sí muy efectivo, tan así que a la media hora de iniciar sus acciones los sediciosos tenían en su poder al Presidente, renuncia y pluma a la mano, a punto de coronar su “hazaña”. Sin embargo, sucedió algo que no estaba calculado y que seguramente congeló la sonrisa de Carlos de Piérola, hermano del caudillo y cabecilla del asalto, pues, cuando instaban al Presidente, seguramente que con improperios y uno que otro empellón, para que firme su renuncia, éste dijo calmada y lacónicamente: “No firmo”. Para ver si con el escarnio doblegaban su voluntad, sacaron al mandatario de Palacio y lo pasearon por las principales calles de Lima, conduciéndolo hasta la Plaza de la Inquisición, donde renovaron sus esfuerzos para que firmase su renuncia, pero la respuesta fue la misma: “No firmo”.
No se sabe hasta donde o hasta cuando pudo haberse prolongado esta situación, pero por fortuna para el que pasaría a la historia como el presidente del oncenio, llegaron soldados leales a la democracia que dispersando a los conjurados (matando algunos también), liberaron ileso al Presidente que inmediatamente se dio el gusto de pasearse por las calles de Lima con sus ropas aún manchadas de sangre, recibiendo vítores y saludos de los ciudadanos que sólo unos minutos antes lo habían ignorado en su desgracia, según narra Basadre. Demás está decir que Leguía logró terminar su mandato democrático en 1912.
Nunca se sabrá qué habría pasado si Leguía ante el primer “ajustón” de los pierolistas hubiese firmado su renuncia. Quizás Nicolás de Piérola habría asumido la presidencia y quizás, a su vez, éste habría sido derrocado al poco tiempo por Leguía mismo o por otro caudillo, tal como ha sucedido incontables veces en nuestra historia. Lo importante es que supo decir no así se cayera el cielo y con ello salvó el régimen democrático y su mandato constitucional, por lo menos en esa oportunidad.