LA LLOVIZNA

LA LLOVIZNA

Arq. Javier Herrera Palma

En las únicas dos precarias mesas de aquel negocio, cerca al lugar donde elaborábamos la tesis, estábamos reunidos los seis amigos que tantas aventuras habíamos vivido por todo un lustro.

—Muchas gracias estimado, dijo en ese entonces el hoy en día Pastor evangélico, por la gentileza de considerarme tu amigo. Es todo un honor. La amistad para mí equivale a ser enaltecido cuál caballero de la orden del reino. Solo aspiro a corresponder en la misma proporción y gratitud. De verdad, ¡muchas gracias!

Esas palabras levantando el vaso, me sorprendieron en medio de aquella reunión etílica del último año de la facultad. Tiempo después, cada uno de la media docena de amigos presente, iniciaría su propio camino y seguiría escribiendo su historia, hasta el fin de sus días.

—Muchas gracias a ti, apreciado colega, por permitirme pertenecer a tu grupo de amigos, respondió Héctor. Dicen que quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro. Es una verdad del tamaño de las pirámides de Egipto, de la belleza del Taj Mahal, de la potencia de las montañas de cuarzo energizadas de Machu Picchu. Es bien sabido, que si eres suficientemente sensible, los astros se alinean con tu propio centro y otras series de símiles que pudiera seguir enumerando, que en nada se contradicen por lo sencillo y al mismo tiempo por lo complejo de su esencia. Vaciando hasta el fondo el pequeño vaso y siendo celebrado por una ronda de frenéticos aplausos. 

Le tocó el turno y se puso de pie Julio, que en esa época soñaba con futuras aspiraciones políticas.

—Sin embargo, este axioma no es tan básico como pareciera. La verdadera amistad se confecciona de una serie de variables y para cada persona la componen quizás elementos diferentes. La distancia o cercanía, no es un elemento determinante y menos en estos tiempos de comunicaciones instantáneas. Tampoco la proporción del patrimonio que se posea. Puedes ser amigo de uno de los hombres más ricos de la tierra y, sin embargo, aunque parezca imposible, al mismo tiempo, tener dificultades para adquirir tu almuerzo.

Esto me recuerda lo que decía una vez un amigo poeta cuando le sugirieron que necesitaba, para poder desarrollar su obra, que tuviese un “Mecenas” y él contestó:

—Yo lo que necesito urgente es un “Me almuerzas” porque ¡ni siquiera he desayunado!

La raza, la clase social, la casta o cualesquiera otras divisiones que nosotros, los seres humanos tan complicados, nos hemos impuesto, no necesariamente son una fórmula mágica para que se genere automáticamente una sólida corriente de amistad. Entonces, ¿cuál es la respuesta? Elemental, mi querido Watson diría Sherlock, aunque en verdad, según los historiadores, nunca lo dijo…

Mi tocayo se dirigió por un momento al fondo a la derecha y luego extrañamente, al regresar, preguntó si de casualidad estaba lloviznando.

Eso lo recuerdo, como si fuera ayer. En esa época, la vida de estudiante no era precisamente un dechado de opulencia. Entre varios nos reuníamos los viernes para poder completar una botella de “Conciencia” el más popular de los rones de esos años y a disertar sobre los más extravagantes proyectos, la mayoría utópicos, pero eso sí, revestidos de la armadura de la ingenuidad.

Ya habría tiempo para tropezar varias veces con la misma piedra como Julio Iglesias y llegar a la conclusión que nunca fue un camino fácil y algunos incluso, lo resolvieron de una manera más cómoda y para nada sobre una mesa de dibujo, sino transitando por los caminos del señor y llegando incluso, en algunos casos, a ser pastores de su propia iglesia, o como diría otro, tan próspero ¡como cura con dos parroquias!

Cerca al lugar donde teníamos alquilado un pequeño taller para hacer nuestra tesis de grado, había un pequeño negocio, que, en la terraza bajo un frondoso árbol de almendras, había un par de modestas mesitas con sus respectivos bancos y al fondo a la derecha, contaba con un pasillo con un rudimentario orinal sin puertas, para resolver las urgencias de los tomadores de cerveza.

Recuerdo cuando el hoy pastor de su rebaño, se quedó dormido en el piso del estrecho pasillo mientras esperaba su turno y al despertar, vino de nuevo a la mesa con aires de despistado y nos preguntó si por casualidad había estado lloviznado en la madrugada, pero en realidad, solo se trataba de otro tipo de llovizna, procedente de los colegas y sus imprecisiones, al apuntar al centro del improvisado orinal…

BARRANQUILLA, 22 noviembre 1980.

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