Liam Echavarría Molloy
MITO DE SISIFO, EXALTACIÓN DE LO ABSURDO, AMAR LO QUE ATORMENTA.
EL MITO DE SISIFO: Sísifo fue y tal vez aunque prisionero siga siendo el personaje más astuto de la mitología griega. La astucia no parece ser un don que se compadezca con las buenas acciones, los dioses son testigos y partícipes necesarios de esto emprendimientos del engaño. Sísifo, la usó para beneficio propio, para robar hacienda, para llegar al lecho conyugal antes que el marido ( dicen que fue el que engendró a Ulises de quien hereda la astucia) y para divulgar los pecados de Zeus sin pudor, quien decide castigar a Sísifo enviando a Tánatos, el ángel de la muerte. Sísifo logra inmovilizar a Tánatos y se interrumpe el tránsito de la tierra a veces con su superficie azul otras doradas, verde o seca y el Hades se queda vacío porque las muertes se suspenden y todo esto trastoca el orden de las cosas, la semilogía de la muerte digamos. Nadie muere es el resultado de la fobia de Sísifo a la muerte, una suerte de generalización apresurada con cierta lógica, si nadie muere, no lo hace Sisifo tampoco. No debemos pensar que el Hades griego es una gran caldera donde todos arden y se transforman en luctuosa lava que obtura las fúnebres grietas. Es peor, uno empalidece allí, se deshilacha, pierde la memoria entre el gris inicial y el pedregullo negro final. Sísifo le llega la muerte, pero antes le dice en secreto a su mujer que no haga los ritos fúnebres correspondientes a su memoria y status de muerto. Llega ante el rey Hades ( Plutón) se queja de la falta de piedad de su mujer y Hades lo deja subir para arreglar esta situación. Lo que debe haber sido para Sísifo ante la tumba un mojón de piedras grises mudas, opacas, volver a respirar el aire puro, el sol en la cara, la luna en los manantiales nocturnos, los cantos de la naturaleza, la flauta de algún pastor lejano. Vivió con tiempo con el aire robado a las autoridades y por eso era un mortal no tan mortal, pero definitivamente distinto al resto; finalmente lo capturaron. Lo encadenaron a un castigo ejemplar: la ceguera y subir una roca hasta la cima de una montaña y en el momento justo de calzar la piedra, se desbarranca hasta la llanura, como si fuera un desafortunado albañil. Una y otra vez le sucede lo mismo, todos los días. Se advierte una condena brutal porque la rutina mecánica y precisa lastima más que el fuego y látigos de cuero y las blasfemias eternas. Albert Camus, interpreta este mito como los modernos trabajadores que todas las mañanas llegan a su trabajo, la bandeja de entrada del trabajo llena, al atardecer, cuando resta el último papel, otro Sísifo trae más papeles a este Sísifoen su escritorio y los vuelve a colocar en la bandeja de entrada vaciando la bandeja de salida, otro Sísifo, el que vive de estos Sísifos, se va a su casa o a la casa del amante. Camus ante estos colmos de castigos para todos los tiempos, advierte que hay una sola oportunidad, cuando Sísifo baja a buscar la roca, porque mientras baja, es de alguna manera libre y siente la brisa y la llovizna agradable en su rostro y la ceguera amarilla seguramente como en Miton o Borges de llena de otros colores, de otras agradables voces. Yo lo digo de otra manera, Sisifo termina amando a su roca, hablando con ella, recordando a su mujer o a sus mujeres. Un efímero respiro de lo eterno impersonal. Todos los días, con sol con lluvia, con tristeza con el corazón contento por la pasión de amor, con la imperiosas ganas de mandar al mundo al Hades, un soplo de color. En nuestra corta vida, ciertas monotonías nos permite esa identificación todos los días bajar al valle a buscar la roca impersonal de los dioses, en nuestra rodando sin alcanzar la cúspide del seudo Gólgota, adelantado por los griegos. Un hombre absurdo frente a un castigo absurdo. Hay un minuto de libertad en esa atrapante eternidad, besar ciegamente esa roca. No hay otra cosa.