Liderando en educación: La brecha entre confianza y arrogancia
Tras años guiando equipos pedagógicos y gestionando talento docente, aprendí que la delgada línea entre confianza y arrogancia define el éxito o fracaso de un líder educativo.
Los directores seguros de sí mismos escuchan ideas diversas para tomar mejores decisiones. Inspiran lo mejor de sus profesores con visión y propósito. Fijan metas ambiciosas para sus estudiantes con planes de acción realistas. Anteponen las necesidades de la institución sobre intereses personales o políticos.
Por otro lado, los arrogantes descalifican opiniones distintas a la suya. Tienen fantasías de grandeza que no se condicen con realidades en el aula. Todo gira alrededor de su ego y sed de protagonismo.
Un líder educativo confiado pero humilde motiva a su equipo a crecer, invita al debate constructivo, e impulsa la innovación pedagógica constante. El arrogante se aferra al poder, inhibe ideas frescas de colaboradores y frena mejoras.
Conozco directores miopes enfocados sólo en inflar su imagen personal aplastando egos ajenos, dejando estragos y relaciones rotas a su paso. Lamentablemente también hay autoridades arrogantes del sector educación más interesadas en sus agendas que en apoyar el aprendizaje en las escuelas.
Los grandes líderes logran equilibrio entre fortaleza y humildad. Tienen voluntad férrea con los pies bien puestos en la tierra. No temen mostrar su lado humano para conectar genuinamente con su personal.
Educar requiere firmeza en la gestión pero sobre todo empatía en lo humano. Como decía Mandela, “dirigir es servir”. Hagámoslo entonces con confianza, no arrogancia.