El líder educado

Hablar sobre educación nunca es suficiente. Alicia Delibes Liniers (1950), política y profesora de educación secundaria, publicó en Libertad Digital (tres de marzo de este año) un artículo titulado “Enseñar lo que no se sabe”. En él, nos recuerda autores que han escrito sobre los modelos educativos en Europa, las leyes implementadas en nuestro país en las últimas décadas y la decadente actitud hacia el aprendizaje reforzada por el desprecio hacia la herencia cultural de nuestros antepasados.

Hacer un paralelismo entre la educación y cómo ésta ha ido cambiando con el liderazgo que tantas veces se demanda en nuestras empresas, es de obligado análisis. El líder tiene que ser pedagogo. Si nos vamos a la segunda acepción de la R.A.E., define pedagogía como la “práctica educativa o enseñanza en un determinado aspecto o área”. La siguiente acepción, refuerza: “Capacidad para enseñar o educar”. La R.A.E. nos ayuda a comprender qué debemos considerar sobre las habilidades de un líder.

Delibes apunta: “La pedagogía es el arte de enseñar lo que se sabe pero hace ya mucho tiempo que parece haberse convertido en la ciencia de enseñar incluso lo que no se sabe. La pedagogía se ha considerado como una ciencia separada del objeto al que ha de aplicarse”. La pregunta es inevitable y se cae de madura: ¿Tenemos líderes, en nuestras empresas, que comprendan y utilicen la pedagogía? La orientación a resultados o la falta de tiempo, no pueden seguir siendo una excusa.

En tiempos complejos y de gran incertidumbre, mucha gente se siente frustrada. Desde la pandemia a esta parte, sobre todo, la falta de liderazgo es notoria en cómo se perciben las funciones y responsabilidades en cualquier área de la estructura de una empresa. Considero que las personas, más allá de sus motivaciones intrínsecas, bien guiadas están dispuestas a darlo todo cuando comienzan un nuevo trabajo, se renuevan estructuras o se hacen modificaciones para la mejora del ambiente laboral.

El liderazgo no está reservado a una persona en particular que tiene que gestionar a un equipo. Cualquiera de los miembros puede (y debe) aflorar sus competencias como alguien que inspire, a quien admirar, tener como ejemplo y poder seguir. Antes de hablar de asumir riesgos, saber delegar, transmitir experiencia, ausencia de egos, contar con los recursos necesarios o tener una comunicación eficaz, el líder, ¿ha adquirido el arte de enseñar lo que sabe? ¿Tiene esa capacidad para enseñar o educar?

¿Cuál es el objetivo de un líder dentro de una organización? Evidentemente hay que cumplir unas metas para lograr la viabilidad de ésta pero, ¿se trata de transmitir unos saberes o de adoctrinar según quiera ese “líder”? Cuando se adoctrina, deberíamos resistirnos a utilizar la palabra líder. Cuando se quiere transmitir unos saberes, es donde pones luces de corto, medio y largo plazo. El beneficio es para todo el equipo. Llamar líder a alguien sin serlo, es un flaco favor que nos hacemos y, sin embargo, ocurre.

El líder educado es sinónimo de conectar, de llegar a las personas, de guiarlas, de educarlas en los valores que siempre hemos conocido y que nunca pasan de moda. Si como nos recordara Alicia Delibes, “La pedagogía se ha considerado como una ciencia separada del objeto al que ha de aplicarse”, entendemos que no hay relación entre la educación y el liderazgo, mal encaminados vamos. Las futuras generaciones (o actuales) de profesionales están “sufriendo” los vaivenes políticos y sus leyes visionarias.

Mucho se ha hablado sobre tener una sólida y potente ley de educación consensuada por la sociedad toda y nuestros representantes, independientemente del color político. La realidad sigue siendo otra bien distinta. Lejos de educar en la libertad y el asumir el liderazgo personal, el mensaje va en sentido contrario. Esa educación que olvida los legados culturales o que no propone la excelencia, está condenada a que quienes tengan responsabilidades futuras, ejerzan un liderazgo mediocre.

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