Lo que gasto en súper cada mes

Cada fin de mes, mi esposa y yo nos sentamos a hacer las cuentas de la casa. Descargamos los estados de cuenta de la American Express, de la Bancomer (la de debito mía, la de crédito, la de débito de ella), el sobre con todo lo que sacamos de efectivo y el estado de cuenta en dólares.

Nos sentamos en una mesa, a veces en mi escritorio, a veces en el comedor, pocas veces en la cama, y ella me dicta, línea por línea, cada concepto.

Esto lo hacemos desde el segundo año de matrimonio, porque en el primero nos acabamos todos nuestros ahorros, y aunque sabíamos que no los habíamos malgastado, no teníamos idea a dónde se habían ido los sobres que recibimos en la boda y lo demás que teníamos en la cuenta. Así que te puedo decir exactamente cuanto gasté en súper o en medicinas o en el cine, en febrero de 2012 o en octubre de 2017.

Escribo esto porque tengo un poco de estrés post-traumático. Un estrés que visito y repito cada fin de mes, cuando, a través de suspiros, miradas, silencios y a veces quejas directas, trato de liberar mi ansiedad. O más bien, trato de cargársela a mi esposa.

Analizar mi Excel sería una gran forma de conocerme si eres un extraño en mi vida, ver en lo que gasto y en lo que no te dice mucho de mí, pero te diría mucho más si estuvieras en el cuarto con nosotros y me vieras reaccionar cada vez que registro la compra de Costco y enojarme por usar la tarjeta de crédito cuando la de débito te ahorra el 1.6% en todo el ticket.

Si vieras mi Excel sabrías que nunca me ha faltado nada, de hecho, me ha sobrado, hay ahí un sin fin de viajes, restaurantes, compras de Amazon, cuya mayoría son compras de placer. Pero lo que no te dice un Excel es cómo se ha sentido gastar en todas esas cosas. Cómo me sentí cuando pagué una cuenta de $200 dólares en un restaurante que no disfruté, porque me enojé porque los platos fuertes costaban $40 y parecían más bien canapés, o cómo me sentí cuando registré la gran cantidad de regalos que mi esposa dio a sus amigas, a su mamá, a su hermana, y a otros desconocidos.

Te lo puedo decir: es muy duro que se te apriete el corazón cuando alguien da un regalo a alguien más y lo sientes como si te estuvieran quitando algo a ti. No te lo recomiendo.

Pero por un condicionamiento ancestral y mi falta de auto-observación y de actualización de creencias, no me lo he podido quitar por completo. Tal vez decirlo fuerte, como ahora lo hago, ayude un poco a quitarme el trauma que tengo con los regalos. Estos traumas, me temo, no solo bloquean mi capacidad de dar, sino también la de recibir.  

Pero no todo es drama. No tengo que ver mi Excel para saber que he tenido la mejor vida de la vida, que no me arrepiento de nada, y que -ésta si es una creencia que está instalada al 95%-, ya no dejo al dinero definir quién soy. Así que no estoy aquí escribiendo para lamentarme o alquemizar estas creencias base, sino solo para cambiar la forma en la que, mes con mes, me siento en esa mesa y abro mi Excel. ¿Cómo hacer para que ya no sea incómodo? ¿Cómo hacer para que, sea cual sea el número, sea quién sea quién decidió hacer ese gasto, sea lo que sea que signifiquen esos confusos $899 de CLIP y de ZETTLE que no identificamos, yo pueda sentir la energía del dinero como algo que no es mío, algo de lo que no tengo que agarrarme, algo por lo que no tengo que sufrir ni transferir a través del suspiro la culpa a alguien más?

Creo ahora recordar a mis padres suspirar mientras pagaban algo, mientras íbamos a restaurantes a los que no teníamos que ir, mientras pagaban cuentas que no creían que tenían que pagar o precios que se les hacían excesivos. Ese suspiro de víctima e inconformidad con el mundo. Imperceptible pero heredable hasta que alguien decida detenerlo.

¿Cómo puedo hacer de ese espacio de fin de mes no solo un espacio de una mejor administración doméstica, sino de sanación de creencias y de afirmación de vida? ¿Cómo puede ese espacio testificar de una manera más integral la comunicación que quiero tener con mi pareja y con el dinero. 

Tal vez tenemos demasiado confundidos al dinero y a nuestra pareja. Dime cómo tratas a tu pareja y te diré que creencias tienes sobre el dinero. Dime cómo te sientes al gastar y recibir dinero, y te diré cómo te sientes al recibir y dar amor.

Pero, otra vez, no todo es drama. De hecho, 10 años de vivir con mi pareja y compartir gastos me han vuelto alguien que disfruta de un buen restaurante, que ya no se pone a contar todas las monedas que tiene en su cajón, que ya no se pone histérico cuando el seguro médico no reembolsa una medicina porque perdimos el ticket de la farmacia.  

La creencia que llevo años instalando en mi sistema operativo tiene que ver con esta energía del dinero como un flujo y no como un acervo. Como algo prestado y no como algo mío. Como algo por lo que no tengo que sentir culpa ni aprensión y por lo que sí puedo y quiero sentir placer y merecimiento. No importa la cantidad, importa la forma. Siempre habrá un suspiro, pero en vez de víctima puede ser de agradecimiento.

Me podría poner aquí a hablar de la espiritualidad y divinidad del dinero, y usar palabras poéticas y metafóricas, pero realmente no las necesito. No hay nada más espiritual que un Excel frío, plano y directo en el que tú depositas tu esperanza sin tratar de poetizarlo. La poesía, siempre, siempre, es más cómo vives algo, que tu experiencia de contarlo. (La única excepción es la experiencia misma cuando lees un poema).

Llevamos 10 años haciendo este Excel y lo seguiremos haciendo. Pero intenciono a través de estas palabras que a pesar de saber que los ingresos y los gastos irán en aumento, de eso no depende mi vida. Lo que gaste en súper, aviones, gasolina, medicinas, donativos, colegiaturas, seguros, mantenimientos, Amazon, Spotify, cine, salón de belleza (un rubro fuerte viviendo con 4 mujeres), y los múltiples conceptos a los cuales depositamos nuestras inversiones de vida, nada de eso define quién soy. Lo que lo define es lo que siento cuando veo el estado de cuenta y lo dejo fluir, o no.

Mi intención es sentir eso en el momento en el que hago las cuentas y no a la mañana siguiente cuando me siento medio arrepentido por mi reacción de la noche anterior, y solo mi meditación y mi cuaderno lo terminan sabiendo.

El chantaje económico es probablemente la peor herramienta para construir una vida. Aquí se acaba.

Los suspiros de víctima son vestigios de mi vida pasada. Ahora quiero suspiros de comprensión cósmica de la abundancia de la vida. Yo no soy mi dinero, soy el suspiro.

Quiero practicar el sentirme abundante en momentos de escasez condicionada. Porque la abundancia, no la gran cantidad de dinero, la abundancia, es la práctica constante de resignificación de suspiros.

 

Listo. Gracias por darme terapia. Ahora viene lo bueno la próxima vez que me siente en esa mesa y abra ese Exel.

Paola Jimenez

Personal and Executive Assistant | Administrative Support Services | Office Administration | Temporary Help Services | Travel arrangements

1 año

Què buena reflexión, me va muy bien en este momento. Un abrazo!

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