Los desvelos de la generación sándwich. Opiniones personales 34
Mientras los informativos, los entretenimientos, los juegos, las pantallas e incluso la gestión de recientes tragedias abonan la creencia de un mundo dividido entre cebras de rayas blancas y cebras de rayas negras.
Mientras nos venden de manera interesada una sociedad de humanos, tan iguales, que “hace falta” dividirla entre vencedores y vencidos, feos y guapos, flacos y gordos, pijos y canis, rojos y fachas y la vida empieza a ser lo que pasa entre las cargas de un móvil cada vez más lleno de escasas vivencias genuinas, cabe preguntarse, no sin cierto desasosiego, cómo educar en este agitado contexto a niños, a la juventud y al mismo tiempo cómo hacer entender ésta macedonia a nuestros mayores, que están de vuelta y media.
Hoy en día, que nos arrastramos para conocer y satisfacer hasta el mayor de los abandonos los gustos de la generación “z”, las aspiraciones de los milenial, las historias de la “y” o las apetencias de la “x”, poco se habla de la generación sándwich.
Me refiero a esa generación nacida entre el blanco y negro y la aparición de los canales privados a color, o con rayas de madrugada. La que babeó el cristal con la aparición de los elevalunas eléctricos, la de hoy lentejas, pero no las dejas, la generación que platea la sien, si conserva el pelo, la que aún te hace pruebas deportivas, aunque sean de barrio, pero con ropa cara.
La generación que te puede hacer una calle entera a vinos, pero se duele como nadie en la resaca, la que empieza a ver mal de cerca, pero disimula, en la que ya es fácil que falte alguno de los progenitores o que, si viven, se estén haciendo muy mayores, ya no les renuevan el carné de conducir y demandan, y merecen, un tiempo de calidad que por otra parte no sobra. La generación que con tesón y suerte ha tenido ocasión de asentar su empleo.
Una generación con más hijos que mascotas que aún no se valen del todo por sí mismos (los hijos digo) aunque crean que sí, hijos que montan un consejo de guerra para elegir la ropa o el corte de pelo mientras olvidan apagar la luz del baño, no cierran la puerta del frigo y tiran agua en la ducha como si no hubiera un mañana.
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La generación que estiró de cable para hablar por teléfono cuando las paredes oían, como decía Juan Ruiz de Alarcón, y ahora lo lleva colgado al cuello como la tarjeta del comedor del cole, pero con unas cintas de lo más ponible. La generación que hoy cumple entre 45 y 55 palos con el consuelo de que los 50 de ahora son los 40 de antes gracias a la ropa slim fit.
Gestionar las distintas pistas de este singular circo con función diaria es complejo, pero lo que verdaderamente ocupa y muchas veces preocupa es acertar, mantener la paciencia, no irse ni por las ramas, ni a por tabaco, procurando dar lo mejor y en cada una de las pistas.
Malo si además nos obligamos a encasillarnos, para ponernos a parir entre tribus, y absurdo negocio tenemos si buscamos contar las cosas antes de que sucedan, o hacer que sucedan solo para contarlo y por las redes.
Sugiero respirar hondo, conocer, o intentar conocer, las capacidades de cada uno y asumir la misión de cada momento. Elegir las guerras, contar hasta 10 y procurar disfrutar del viaje intentando al menos hacer siempre lo correcto, dando y siendo buen ejemplo.
En palabras más doctas de San Francisco de Asis, Dios mío, concédeme SERENIDAD para aceptar las cosas que no puedo cambiar, VALOR para cambiar las cosas que puedo cambiar y SABIDURÍA para conocer la diferencia.
Director Comercial en CorpaChef / Bahía de la Concha
1 mesMe siento muy identificado con la generación sandwich. Bonita reflexión Paul