Los medios deportivos se mueren de entretenimiento (del mismo entretenimiento)

Los medios deportivos se mueren de entretenimiento (del mismo entretenimiento)

Para entender la crisis de los medios deportivos no hace falta más que ver a Bart Simpson. A esa sabiduría premonitoria que llevó a la serie de Matt Groening a anticipar la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la rifa del avión presidencial que es apenas equiparable a la rifa del elefante Stampy que termina siendo entregado a Bart y la goleada de Alemania frente a Brasil, habrá que sumar el modo en que pronosticaron que los medios deportivos terminarían por morirse de entretenimiento.

En el doceavo episodio de la quinta temporada de Los Simpson, Bart es contratado como asistente de producción en el show de Krusty, el payaso. De forma accidental, Bart destruye toda la escenografía y no atina más que a decir “yo no fui” frente a una audiencia que no tarda mas de un segundo en reaccionar con una risa estruendosa que termina viajando por todo Springfield para convertirlo en la figura del momento. Bart lo disfruta en un primer momento. Se fastidia tiempo después pero sigue porque ha encontrado la llave de la fama y el éxito: decir “yo no fui” a la menor provocación. Hasta que un día deja de dar risa. Y entonces todo se acaba. Como les está pasando a los medios deportivos. Como le está pasando al futbol en su agenda reiterativa.

Responsables puede haber muchos. Pero los principales son los que viendo la decadencia de un modelo que solo tiene sentido para los dueños de los derechos de transmisión o para los que en verdad logran diferenciarse deciden apropiarse de bromas y repetirlas hasta que la propia audiencia esté en condiciones de saber lo que verá sin tener que entrar a comprobar lo que los medios han publicado en sus redes sociales o en sus sitios.

Los modelos editoriales de los medios deportivos hoy podrían pasar por la inteligencia artificial. Si pierde determinado equipo, el robot podrá recurrir a los memes que siempre funcionan con el simple ajuste en la imagen. Si se trata de emocionarse ante un partido estelar, habrá de recurrir a memes que ya existen para anunciar expectativa. Si se trata de polemizar con el América, el robot no tendrá más que utilizar la imagen de un microbús o unas personas de barrio (nacos para decirlo en el término en que la sociedad y los propios medios encasillan al americanismo) para que los que lo apoyan se indignen o se rían, cuando ya han aceptado que todo es parte de un sistema que no para de repetirse, y para que los otros se burlen del bajo nivel educativo de la afición americanista. Una broma simplona que cansa cuando creces. Que te deja de dar risa cuando la escuchas tantas veces y en tantos medios. Una broma que no solo termina matando la diversión, sino también, en cierto modo, a la industria.

Pero la repetición de los medios no es solo memera. Desde que las redes sociales y Google Analytics le pusieron ciencia al instinto se acabó la diversidad. Se publica lo que funciona. Lo que jala visitas. Y si no lo hará de forma natural, se incurre en la venta de humo como máxima editorial. Esa estafa al lector se escucha y promueve al interior de las redacciones. Se menciona incluso con un dejo de cinismo. Si no hay nada real que vender, hay que vender mentiras. O humo como le decimos. A veces generando expectativas irreales que decepcionarán al lector una vez que descubre el engaño. A veces inventando la nota, que para eso se hicieron los rumores. Todo en los medios deportivos es predecible. Su “yo no fui” se produce en los memes, en su modelo editorial compuesto por titulares engañosos primero y por su escasa calidad narrativa después, y también en la polémica. Ni siquiera a las diferencias en puntos de vista se les ha permitido fluir de forma natural. Se antepone lo que vende a lo que se piensa. Estar de acuerdo es un imposible para una industria que ha entendido que entretener equivale a gritar, a insultar, a descalificar y a burlarse del otro para que algunos se sigan sorprendiendo del show que se ha montado, cada vez más agresivo en su forma frente a la necesidad de seguir haciendo reír contando el mismo chiste por milésima ocasión.

Al principio las descalificaciones se producían entre compañeros de estudio. Y si acaso con ataques en forma de indirecta entre los comentaristas de Televisa y TV Azteca. Pero ahora desde Multimedios se ha hecho sistema atacar a los comentaristas de televisoras de alcance nacional con cuanta falta de respeto les venga a la mente. Se han burlado del desempleo de uno. Del estilo de otro. Han insultado a futbolistas, periodistas y directivos. Se han metido como parte de su juego por el rating y los followers hasta con los feminicidios y el narcotráfico. Por los trending topics. Por la relevancia cultural aunque para ello no haya más que hacer lo mismo que los demás, pero con niveles todavía más allá de lo que antes se permitía. Un “yo no fui” sin límites. Una estrategia que además se publicita como original en podcasts que mencionan aquello como caso de de éxito. Un periodismo sin propósito. La consolidación de los medios deportivos dispuestos a contar el mismo chiste y a extremarlo con tal de llamar la atención.

La polémica se ha maquilado a grado tal que ya existe un curso para los que decidan ejercerla. Si te inscribes, sabrás burlarte de tus compañeros y acaparar la cámara y el micrófono. Aprenderás a alzar la voz. A robar la palabra. A convertirte en el que impone su autoridad, sea ésta legítima o una mera estrategia para unos minutos después convertirte en nota en los sitios de medios y en las redes, más dados a vivir del escándalo que les dan otros que a manejar su propia agenda. La controversia también podría hacerse a través de los robots. Su programación no consistiría más que en una serie de condicionantes en las que se especifica el resultado o el tema más la intención que se tiene y entonces la inteligencia artificial elegirá el modo de responder basado en las miles de muestras de éxito que en una misma semana regalan los comentaristas para hacer polémica y simular que se irán de ahí sin hablarse por no estar de acuerdo en una decisión arbitral.

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El sentido de pertenencia es ya también parte de la narrativa reiterada de los medios deportivos. Antes cuando menos se podía creer que los que estaban defendiendo a sus equipos tenían un vínculo con ellos a partir del sitio en que nacieron y por haber crecido con los colores de su equipo tatuados en el corazón, pero ahora muchas de las polémicas sobre la Liga MX se producen desde Miami con comentaristas que a duras penas han visitado el Estadio Azteca. Hoy se le pide a Luis Omar Tapia que se escuche natural narrando la falla del Cabecita Rodríguez después de que por años fuera la voz icónica de la Champions League. Utiliza el mismo estilo, le imprime, o pretende hacerlo, la misma emoción. Pero joder, nadie en su sano juicio estaría feliz de pasar de la Champions League a los partidos de temporada regular de la Liga MX, a la que tampoco le conviene que le traigan voces porque sí. La Liga MX tiene como única ventaja competitiva frente al resto el existente, aunque decadente por la globalización de las nuevas generaciones, esa pasión de código postal que aún hace que millones de mexicanos se sientan más representados por el América o por las Chivas que por el Real Madrid o el Barcelona. Pero que desde Miami se generen polémicas de altos decibeles por un partidito insignificante de una liga que se muere de nada suena más a tomadura de pelo que a una invitación a pasarla bien mientras uno se toma una cerveza.

Que el futbol debe ser visto como un entretenimiento es un punto en el que todos tendríamos que coincidir. Pero entretenerse no tendría que significar contar el mismo chiste mil veces o reeditar las mismas polémicas con nombres y apellidos diferentes reunidos en una mesa. El entretenimiento es en realidad un componente necesario en cualquier tipo de contenido que pretenda trascender y tener un lugar en la economía de la atención. Cuando vemos un documental, incluso si va sobre un tema tan duro como la historia de las elecciones en Estados Unidos, nos estamos entreteniendo. Si no lo hiciéramos, no lo veríamos completo. Entretener es en realidad un objetivo que cualquier creador de contenidos debería tener, pues representaría una visión clara sobre lo importancia de hacer que cada segundo que una persona pase frente a un contenido termine valiendo la pena.

Cuando vemos una película que expone la vida de una persona, incluso si es sobre un diseñador de modas del que no tenemos ni una prenda, nos estamos entreteniendo porque si no nos saldríamos del cine para invertir nuestro tiempo en otra actividad. El ser humano se entretiene en lo que le gusta y hasta en lo que no. Si pierde sus llaves del coche y pasa tiempo buscándolas, de acuerdo a la definición de la Real Academia Española, se está entreteniendo en ello. Si está tomando un curso de cocina, también se está entreteniendo. El problema no es el entretenimiento, que insisto está presente o debiera estar en todo contenido al que estamos expuestos como consumidores y en toda obra que nosotros desarrollemos, sino la interpretación que los medios deportivos han hecho de él. Para ellos entretenimiento es igual a memes, polémica, venta de humo y oportunismo emocional, entendido este último punto como el villamelonismo que han adoptado los medios para hoy apoyar a un jugador, mañana salir a destrozarlo y al día siguiente volver a aplaudirlo porque eso es lo que quiere la gente y eso es lo que traerá reacciones. El entretenimiento, entendido como debería ser, es una condición indispensable para que un contenido sea capaz de impactar, de convertirse en producto y de retener la atención de un usuario por más tiempo del que éste tarda en parpadear.

La imitación provoca que el “yo no fui” de los medios deportivos sea aún más chocante. El problema no fue que Brozo y el Güiri Güiri de la mano de José Ramón Fernández descubrieran una oportunidad detrás de la comedia para disfrutar el deporte. Era entonces un recurso original que reunía a las familias mexicanas en torno al televisor para pasar un buen rato. Pero existía una diferenciación clara. Se sabía que así como estaba el tiempo para reír estaba el espacio para los que sí se interesaban por el juego, que podían o no ser los mismos que más enganchados estaban con la Beba Galván o con el Doctor Chunga. Pero después llegó Televisa a hacer lo mismo. Y al Güiri Güiri y a Brozo se le sumó Eugenio Dérbez. Y después Omar Chaparro, el Compayito, Doña Lucha y Albertano. Ya cuando no fue suficiente con que la comedia se quedara en esos segmentos y cuando se decidió, otra vez a partir de un modelo capitalizado mejor que nadie por José Ramón Fernández, que los programas vendían más si se peleaban que a partir de la cordialidad llegaron los imitadores, los que ya hacían polémica en Los Protagonistas extremaron sus posturas para oficializar su conversión en personajes, y terminó todo convirtiéndose en un show que no deja espacio más que para el aficionado que está dispuesto a seguirse riendo con la milésima interpretación del “yo no fui”.

Al negocio es al que peor le ha ido. Pretender que todos los medios deportivos seguirán viviendo de la misma fórmula carece de sentido. Si es de por sí cuestionable que las fórmulas continúen no solo repitiéndose sino también extremándose, resulta aún más lamentable que quienes no son líderes en ese rubro quieran hacer el “yo no fui” de otros. Hoy todos quieren ser Martinoli y Luis García sin que tengan éxito en su ideal de imitar. Hoy Álvaro Morales prepara a otros para ser como él. Y muchos acuden fervorosos a inscribirse para ser parte de esa escuela que ya ha cumplido su cuota con el propio Álvaro y con otros que con honestidad o cinismo, corresponde a cada uno decidirlo, aceptan que lo suyo es construir un personaje que forma parte de un show y que lo seguirá haciendo hasta que un día a la gente deje de darle risa el mismo mentado performance.

El futbol visto bajo el simplón concepto de entretenimiento de los medios deportivos no se terminará en un país con un ochenta por ciento de aficionados que ven el deporte como una oportunidad de socialización. El problema es que ese ochenta por ciento no convertirá más que a través del pago de un sistema de televisión o una plataforma de streaming que tenga los derechos de transmisión, de la nueva edición del FIFA, del nuevo calzado de Nike o Adidas, del jersey de la Selección o del álbum mundialista de Panini que sale cada cuatro años. Ese entretenimiento que tanto repetimos no convertirá más allá de eso. Ese entretenimiento condena a los medios deportivos a seguir viviendo de la publicidad. Y a seguir contando el mismo chiste una y otra vez buscando que los anunciantes paguen por el aplauso que se ha ganado el payaso.

El veinte por ciento de los aficionados que busca otro tipo de entretenimiento ha sido abandonado. Se le ve como un sector tan nicho que no vale la pena atenderlo. Y cuando se hace, es utilizado más para lavar la conciencia de los que generan el mismo entretenimiento de siempre que como un propósito. Lo que ese sector de aficionados busca no es ni ciencia ni reportajes a profundidad que los manden a dormir. Busca historias distintas que los entretengan a ellos. Que les puedan parecer divertidas, novedosas, bien trabajadas tanto si duran un segundo como si duran tres horas. Es otro modo de reír, de disfrutar y de pensar y asumir su vínculo con el deporte. Un entretenimiento que equivalga a pasarse treinta minutos escuchando la historia de Madden, que de aburrimiento tiene muy poco. O uno que los atrape por espacio de una hora con cuarenta minutos para descubrir la historia de los dos Escobar, Andrés y Pablo. Si de entretenimiento hablamos, habría que preguntarse cuál es más poderoso, si ese que nos hace reír como también nos haría reír un video viral en el que taclean al Dr. Simi o un entretenimiento tan poderoso como para que ese producto que estamos creando pueda tener un valor perenne y hacer que nos quedemos pese a las múltiples distracciones que nos gritan que vayamos a un mejor lugar a realizar cualquier otra actividad.

La vía de escape es siempre la misma: asegurar que el aficionado tiene lo que quiere. De seguir con esa premisa la industria del deporte en México y Latinoamérica seguirá hundiéndose. En aras del poder adquisitivo de los aficionados podrá seguirse diciendo que no vale la pena invertir en buenas estadios porque la gente no sabe o no pdorá valorarlos. En aras del consumo de ese ochenta por ciento, que no representa al veinte por ciento restante, se podrá seguir generando el mismo entretenimiento de siempre con el deslinde que representa asumir que a esos que se ríen de un chiste contado mil veces no hay nada nuevo que contarles. Bajo esa lógica, podremos seguir yéndonos a dormir tranquilos diciendo que cobrar por contenido deportivo que no sean los derechos de transmisión o pensar en comercializar entretenimiento que no se resuma en hacer lo mismo que el resto es una pérdida de tiempo porque el negocio no da. Olvidamos que sin producto que valga la pena cualquier tipo de negocio y esfuerzo de monetización se acabará yendo a la mierda.

Somos muchos los aficionados que nos sentimos huérfanos de un medio deportivo que nos represente. Que nos mueva a querer defenderlo con tal pasión que estemos dispuestos a ser parte de su comunidad con todo lo que ello implique, ya sea invertir tiempo considerable consumiendo sus contenidos para que en su momento puedan vivir de patrocinios o hasta invertir dinero con tal de poder seguir recibiendo un producto que nos entretenga, aunque quizás no atienda a la demanda de ese ochenta por ciento restante. En Estados Unidos ya ocurre. Ahí está The Athletic como una propiedad que acertó en identificar que las aficiones locales estaban siendo desatendidas por los grandes medios deportivos. Entregó una forma de entretenimiento para aficionados con peticiones diferentes. Ahí está Barstool, que si bien amerita una exhaustiva revisión a sus valores e ideales, se ha dado cuenta que el entretenimiento que generaba podía derivar en una serie de negocios que muy lejos están de limitarse a la publicación de unos memes o a la pelea cantinera de personas vestidas de traje y corbata en un estudio de televisión. Si no se cree en que el aficionado pague por otro tipo de entretenimiento, cuando menos habría que creer en el valor de una comunidad, misma que cuando en verdad se tiene representa oportunidades comerciales que se cuentan en horas y minutos, no en los míseros segundos que tardamos en poner nuestra reacción a un posteo en redes sociales. Para los curiosos, que o son parte de la industria, o son fanáticos con curiosidad por el negocio, el marketing y el deporte como estilo de vida, está Axios Sports que rara vez genera contenido original pero que ofrece una curaduría que funge como la portada de un periódico que sí nos presenta sorpresas aunque no se imprima en papel, a diferencia de los diarios que esperan que paguemos por leer lo que ya supimos, digerimos y vivimos varias horas atrás desde las plataformas digitales.

El deporte es diversión. El deporte es alegría. El deporte es motivación. El deporte es todo lo que siempre hemos pensado que es. Ponerse a hacer buen entretenimiento, o un entretenimiento distinto para que no se molesten los meme scientists y los actores que hoy presumen con orgullo su ingenio, no tendría por qué ser un derroche si en verdad nos decidiéramos a crear un modelo de negocio y un espacio que en verdad creyera en él. Quizás no alcance para dar trabajo a setenta y cinco personas. Quizás nunca podrá estar en lo más alto de Comscore. Quizás Coca Cola tardará un buen rato en fijar su atención en un medio que no le habla a la mayoría de las familias mexicanas. Pero ese veinte por ciento de aficionados que está allá afuera buscando una alternativa que sea suya y que comparta lenguaje y código postal con él sí presenta una oportunidad de conversión, una oportunidad de crear una comunidad que crea en lo que ese medio hace, que la siga por tener la certeza de que lo que en ella recibirá será lo que está buscando. Otro tipo de entretenimiento, otro tipo de propuesta, otro tipo de convivencia. Otro modo de amar el deporte y por ende otro modo de poder sustentarse.

Los medios deportivos se mueren de entretenimiento, del mismo entretenimiento. Después de haber hecho un medio que enseñó a muchos a hacer memes y a entretener en las redes sociales, y de haber sido parte del equipo fundador del medio que encontró el modo de ser el referente del contenido deportivo en digital, nada me gustaría más que ser parte de ese medio que sé que hoy necesito, que hoy busco. Una necesidad que comparto con el veinte por ciento de los aficionados. Solo es cuestión de hacer otro tipo de entretenimiento, uno que rompa con el “yo no fui” con el que Los Simpson pronosticaron la caída de los medios deportivos.

Ya que llegaste hasta el final, es posible que quieras saber qué podemos hacer juntos. Aquí te dejo una serie de ideas y áreas en las que podría colaborar con tu negocio y te recuerdo el modo de suscribirte a mi mailing list, en el que comparto textos sobre la vida, sobre los medios y sobre todo aquello que me llama la atención de nuestro mundo. También te invito a The Muffin, newsletter semanal con insights sobre lo más relevante que ocurrió en la semana tanto en los medios como en el marketing en México, Latinoamérica y el mundo. Si es tu primera vez leyéndome, puede que no conozcas The Coffee, mi podcast sobre marketing y medios. Aquí puedes escucharlo.






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