MAESTROS
En la foto de grupo aparecen mi madre con su padre, el 'Maestro de Huitar' y una de sus nietas. Tras ellos la placa con la avenida que el ayuntamiento de Olula del Río (Almería) dedicó a mi abuelo poco después de que le fuera concedida por consejo de ministros la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio, una distinción que luce con orgullo en esta misma imagen.
Eran otros tiempos aquellos. La calle fue aprobada por un ayuntamiento derechas, a pesar de ser bien sabido que mi abuelo fue siempre un republicano de izquierdas y que al perder la guerra sufrió cárcel y las inevitables depuraciones. Eran tiempos en los que la mayoría de españoles - mi abuelo entre ellos- solo anhelaban la reconciliación y el pasado quedaba para ser estudiado en los libros de historia y, quizás, para aprender alguna lección desprovista de resentimiento.
Tras ser 'depurado' en 1939, el Maestro de Huitar tardó años en volver a la enseñanza (conservo el BOE con su excarcelación) y cuando lo hizo empezó desde cero en un establo destruido que hizo las veces de escuela y que mi abuelo fue poco a poco habilitado para sus niños de Huitar, una pedanía en las afueras de Olula del Rio, tierra de mármol, chumberas y ríos secos que a veces ahogan las riadas.
En otras ocasiones he contado como mi madre y mi abuelo recorrían ese camino en mula, en las gélidas madrugadas del invierno almeriense, solamente para visitar a algún niño enfermo y darle unas horas de clases de recuperación. Eso es vocación y sacrificio y lo demás tontería.
Mi madre - que durante muchos años se dedicó también a la enseñanza - siempre tuvo al maestro como referente en su vida y quisiera creer que nosotros, los que aún perduramos, hemos heredado algo de ellos, aunque solo sea el legítimo orgullo de haberlos disfrutado tanto.
Escribí mi Diccionario Biográfico de Nazismo y III Reich pensando en mí abuelo y también en una madre y en su hija, ambas víctimas de la Shoá. Por ellos lo escribí y a ellos de algún modo fue dedicado. Sé muy bien que no es lo mismo escribir, que educar a varias generaciones de aquellos niños de la posguerra, tan faltos de todo. Actuar en la vida real es siempre más difícil que elucubrar. No es comparable, pero al menos que sirvan las palabras para recordar los hechos de quienes realmente reconstruyeron España, sin odio y con toda su incombustible energía. No solo fue el Maestro de Huitar o Luchita, mi madre. Los hubo a miles, la mayoría de ellos gente anónima que ya murió y que antes de hacerlo fue quizás consciente de dejar un mundo mejor que el recibido.
Hace unos días regresé a Olula del Rio. Fue un viaje relámpago y no planificado, de camino hacia nuestro destino de vacaciones. Pero quise que mis hijos pequeños conociesen el pueblo de su abuela y bisabuelos, su casa de nacimiento en la calle del Pilar, la iglesia en donde se casaron mis padres y el área en el que estaba ubicada la vieja escuela del "Maestro de Huitar", de la que tantas veces les había hablado.
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Cuál fue mi sorpresa, cuando al dirigirme a la zona en la que creía iba a encontrarme con las ruinas de la antigua escuela (en una calle que aboca a la avenida del Maestro de Huitar) me topé con el modesto edificio no solamente rehabilitado, sino con una placa conmemorativa: Escuela del Maestro de Huitar.
La construcción conserva la distribución original, en forma de ele. A la izquierda estaba la casa del maestro y a la derecha, el aulario. Creo que sus fines hoy son distintos (sede de la asociación local) pero me alegró mucho comprobar que muchos años después de la muerte del maestro y también de su hija Luchita, el pueblo haya querido recordar aquel modesto y vocacional maestro que se dejó - como tantos otros - sus mejores años en aquella pequeña escuela, en una Olula que a la sazón estaba lejos de alcanzar el nivel socioeconómico de hoy.
Fui un niño afortunado, entre otras cosas, porqué crecí al lado del "Maestro de Huitar" y de su hija, que fue también mi madre. Me acostaba siempre escuchando sus maravillosas historias, recuperé mis suspensos veraniegos con su ayuda, me enseñó a jugar medianamente ajedrez (sin embargo, y a pesar de su ceguera, jamás logré ganarle una partida) y, en resumen, tuve la dicha de tenerlo en casa y de compartir habitación con él en aquellos largos veranos de infancia.
Por eso, cuando hace unos días en compañía de mis hijos, pudimos ver resucitada su vieja escuela, lo sentí también a el vivo de nuevo, con su modulado vozarrón y sus gruesas gafas y su traje y sombrero negro, repitiéndome cariñosamente cuando el abatimiento me dominaba, aquello de "Fernandico, entre día y noche no hay pared".
Y como vivimos tiempos de mucha tribulación y escaso reconocimiento a las instituciones he querido escribir estas líneas de recuerdo y agradecimiento al pueblo de Olula del Rio pues, entre otras cosas, sé que es lo habrían querido tanto el "Maestro de Huitar" como mi madre que fue, durante toda su vida, la gran reivindicadora de los valores que aprendió de aquel maestro que tenia algo de Atticus Finch.
Acceso a la escuela, vía Google Maps: https://goo.gl/maps/85DRihS4CrNa46268
Fernando Navarro García