MASCULINIDAD Y VICTIMAS EN TIEMPOS DE GUERRA (VÍRICA)
En estos tiempos convulsos que nos han recordado nuestra vulnerabilidad como especie humana, mirar a la historia puede ser un buen antídoto de autocrítica para no repetir errores. Y es que la literatura clásica es una lejana pista que nos traslada a las masculinidades más toxicas, interiorizadas y aprendidas. Las que atacan el feminismo poniendo el foco en el 8 de marzo. Las que sin una sombra dolorosa que se acepta como ese reflejo opaco que parece debemos llevar los hombres por ser hombres. El hombre de las batallas troyanas comparte elementos comunes con el de hoy y construye un diálogo que ha llegado a nuestro presente.
La peor versión de uno de esos hombres es el ejecutor consciente. El que se beneficia de la doble pandemia que sufren, como un insulto de realidad, muchas mujeres obligadas a sufrir un encierro con su carcelero y maltratador, especializado en denigrar la personalidad y la dignidad de la encarcelada. Cruel burla de la vida contra las mujeres que ya han sido castigadas con la “normalidad” anterior. Ese hombre que actúa con rabia ha jugado hasta ahora en un sistema que le beneficiaba. Pero ese mundo ya no existe y jugar con verdadera igualdad le llena de frustración por el poder perdido (Kimmel, 2017). Una pérdida de privilegio que quiere recuperar.
Ese hombre carcelero se siente fuerte en su reino doméstico para recuperar los privilegios que ha perdido. La mujer encarcelada sigue una pauta de rutina de bajo perfil, sin llamar la atención y anhelando cualquier instante que le permita respirar sin sentirse vulnerable y víctima. Como Penélope, tejiendo mecánicamente de día y esperando a la noche liberadora para, en un insomnio forzado, poder con cada hilada deshecha retroceder en el tiempo. O avanzar para que termine. O que llegue un minutero sin miedo.
La figura de Penélope, esperando estoicamente el regreso de Ulises -rey de Ítaca-, se cosifica como un medio para llegar al trono por parte de los pretendientes masculinos. Una vez más, una lucha por una posición de poder con normas que dan ventaja al hombre. Y entre ellos su hijo, Telémaco, el cual ante una opinión de su madre la ordena callar: “Vuelve ya a tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen en el trabajo; de hablar nos cuidaremos los hombres, y principalmente yo, porque mío es el mando de esta casa”.
Mary Beard, catedrática de estudios clásicos en la Universidad de Cambridge, ve en estas palabras la representación de cómo “el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer ‘que se calle’, que su voz no merecía ser escuchada […] se encuentra en La Odisea, de Homero, escrita hace casi 3,000 años”. El hijo se convierte en carcelero por el privilegio masculino en lugar de cuidador de su madre.
Y es que las violencias masculinas pueden tener asociados factores previos agravantes, pero ni ser heredero del trono de Ítaca entonces ni ser heredero de los privilegios patriarcales ahora, legitima el ejercicio de ningún tipo de violencia. Lo que es terriblemente siniestro es como un hombre con el uso del poder en un contexto específico puede ejercer una detallada y selectiva gestión y uso de la violencia. Tal como menciona Ritxar Bacete, “quien ejerce la violencia controla, modula y lo hace de manera selectiva […] responde a un fin, aunque este sea el desahogo de la frustración, el dominio sobre la pareja o la liberación de un país”.
Y en esa selección hay otras masculinidades. Otro hombre que somos, podemos y debemos ser, pero sin privilegios heredados. Es ese mismo hombre que aun pudiendo ejercer el poder y la violencia selectiva no lo hace. Al contrario, es ese otro hombre homérico que se apiada de las súplicas de un adulto mayor por la muerte de su hijo en combate. Y así se narra desde un escenario bélico cómo Príamo, rey de Troya, pide a Aquiles que le devuelva el cuerpo de su hijo Héctor, muerto en combate contra aquel. Ambos hombres encaran sus recuerdos y sentimientos: “A Aquiles le vino deseo de llorar por su padre; y cogiendo la mano de Príamo, le apartó suavemente. Los dos lloraban afligidos por los recuerdos: Príamo acordándose de Héctor […] derramaba copiosas lágrimas postrado a los pies de Aquiles […] y los gemidos de ambos resonaban en la tienda”
¿Por qué ha transcendido en los relatos la fuerza del hombre rabioso y violento en lugar del compasivo, cuidador y empático? Porque nos hemos quedado con la transmisión de un lenguaje cómplice, que mantenía los privilegios patriarcales masculinos en lugar de convertir el cuidado en una palabra de fuerza y valor en la sociedad. Homero narró en sus cantos la antesala de los dos seres que habitan en el hombre. Debemos aprender hoy que la mano abierta que cuida es más libre y poderosa que la que cierra del carcelero.
Álvaro Martín de Vega
Psicóloga
3 añosPues me encanta leerte Álvaro. No puedo negarlo. Lo cierto es que es así, y a veces, a mi me pasa, perdemos fuelle dando explicaciones de este problema estructural de nuestra sociedad; tanto que sin quererlo, hago oídos sordos y paso. Gracias por compartir esas ideas, sensaciones, pensamientos y emociones libres. Me has recordado a una persona a la que tuve el placer de conocer hace poco, Víctor M. Sánchez López. También me hablaba de estas cuestiones y puedo asegurarte que su historia y el modo en que llegó a ello, no me dejó indiferente. Te sigo. Un saludo