RESPONSABILIDAD SOCIAL HUMANA
En estos días estamos viviendo un gran número de experiencias, tanto cercanas que nos afectan directamente, como las que vienen a través de información (verificada o no) desde medios de comunicación oficiales hasta las redes sociales habituales. De entre ellas estamos viendo, no sin cierto sensacionalismo y carga emocional, como hay un posicionamiento de empresas y marcas para ayudar a la sociedad en estos momentos donde la pandemia nos ha recordado lo vulnerables que somos todas -que lo recordemos dentro de un año es para otro episodio-.
Nadie niega que la respuesta y comportamiento de la sociedad vasca está siendo ejemplar, sumándose a una cadena de valor global y colaborativa en el mundo y en su comunidad local, con un ejercicio solidario y multiplicador, sin histrionismos. Pero no somos especiales en comparación con otras sociedades y comunidades. Si somos privilegiadas, y es por ello que el ejercicio de nuestra responsabilidad es el camino que debemos abordar para no atrincherarnos, como un espacio de confort, en el “no va a cambiar nada”.
Sin duda estamos asistiendo a lo que parece una floración en esta primavera de la responsabilidad social corporativa: Empresas pequeñas, medianas y grandes que gestionan su actividad teniendo en cuenta los impactos sobre sus clientes, empleados, proveedores, accionistas, y en pro del beneficio -y reducción de impacto negativo- sobre el medio ambiente, derechos humanos y la sociedad global. Si bien los inicios de la década de los noventa nos trajeron la panacea del desarrollo sin precedentes que sería la globalización, los desequilibrios que esta ha provocado -o el mal ejercicio de la misma- han puesto de manifiesto como desde las grandes empresas multinacionales hasta las pymes deben ser responsables de su entorno social local / global de la misma manera que deben ser responsables de sí mismas.
Y si bien las empresas vascas y a nivel estatal están dando muestras de ejemplaridad y buenas prácticas de responsabilidad social corporativa, todavía se dan demasiadas entidades mercantiles que adolecen de la corto visión donde han venido operando. Como remarcaba recientemente la experta en RSC e innovación social Helena Ancos, hay empresas y organizaciones mercantiles que durante esta crisis se han dedicado a “acciones cosméticas -en la acción social- en los temas de moda (aunque necesarios) por la presión social, la competencia de otras organizaciones, o las meras exigencias legales”.
Las empresas líderes en un sector no son necesariamente las más reactivas a las fluctuaciones del mercado. La experiencia de las pequeñas empresas obligadas continuamente a adaptarse al entorno suele tener mejor comportamiento ante dichas fluctuaciones. Pero la adaptación de una gran empresa no siempre se visualiza como su capacidad de adaptación a un ecosistema cambiante, sino por la capacidad de protección y abrigo contra las fluctuaciones de ese mercado porque pesa más la inercia de su actuar que la capacidad real de adaptación, de mejora, de innovación. Y a pesar de ello se las percibe como adaptables y elásticas. Y, a veces, hasta socialmente responsables. Pero como exponía Stephen Reicher, si “cuando una amenaza se enmarca en términos grupales en lugar de individuales, la respuesta pública es más sólida y más efectiva”, la empresa será mas socialmente responsable cuando nuestra conciencia grupal se cohesione con nuestra responsabilidad individual, convirtiendo la RSC en un hecho real, no solo reivindicativo.
Ciertamente, quien podía antes del coronavirus y después de la crisis de deuda dar un paso a delante de su organización / empresa en cuanto a la responsabilidad social y no lo hizo adolecía de desconocimiento y/o falta de voluntad. Ahora en este panorama debemos añadir la incertidumbre. Pedimos una colaboración institucional y administrativa, pero aun nos cuesta colaborar a ciertos niveles de nuestras propias comunidades o grupos. La gestión de la incertidumbre ha sacado lo mejor y lo peor de la responsabilidad individual.
Y mientras esperamos la cura que inmunice nuestro cuerpo obviamos que aún no tenemos la vacuna que nos ayude a controlar la incertidumbre (que no a erradicarla). Es un ejercicio de inteligencia colectiva que nace desde la responsabilidad humana. Es en esos derechos y responsabilidades donde no podemos seguir democratizando las debilidades e individualizando las fortalezas de grandes empresas; y aplicar la formula contraria a las pequeñas empresas con sus proveedores y consumidores de a pie.
No inventamos nada nuevo porque solo tenemos que recuperar e interiorizar el principio de Hans Jonas donde nos dice claramente que “La responsabilidad del ser humano consigo mismo es indisociable de la que debe tenerse en relación con todos los demás”. No esperemos tener una RSC plena y sostenible en nuestro sector empresarial si no empezamos a dar valor a lo colectivo y las responsabilidades individuales, tanto desde el derecho a las mismas como a las responsabilidades en su ejercicio.
Alvaro Martín de Vega