MIEDO A LO DESCONOCIDO Vs GESTIÓN DE LA INCERTIDUMBRE

MIEDO A LO DESCONOCIDO Vs GESTIÓN DE LA INCERTIDUMBRE

Hace poco un amigo me contaba que, años atrás, a través de un head-hunter, había estado incluido en el proceso de selección para un puesto de dirección de una gran multinacional. Gracias a su formación, a su larga experiencia profesional y a su valía personal había llegado hasta la fase final que se decidió entre él y otro candidato. Desafortunadamente, mi amigo no logró el puesto, que fue para el otro aspirante. Y la explicación de su head-hunter fue que, uno de los principales factores que habían jugado en su contra en esa decisión final, fue que él había pasado casi toda su vida laboral trabajando en la misma empresa.

           Y es que, en el mundo anglosajón principalmente, pero también en otras partes del globo, el cambiar de empresa con cierta frecuencia es visto como algo positivo. La gran mayoría de las personas que tienen ciertas ambiciones profesionales, al cabo de determinado tiempo trabajando para la misma empresa, encuentran que su capacidad de ascenso interno ha llegado a su límite, o le llevaría muchos años alcanzar un escalón más alto, por lo que deciden cambiar de empleo para poder acceder a un puesto de mayor responsabilidad. Así que los pasos por diferentes firmas cada cierto tiempo, por lo general son un indicativo de ser una persona inquieta y ambiciosa. Y además le otorga el valor adicional de tener experiencia en diferentes sectores del tejido empresarial. Y lo contrario también ocurre, que la persona que lleva muchos años en la misma empresa suele ser contemplada como algo acomodaticia, sin grandes aspiraciones profesionales.

           Sin embargo, en España, por lo general, tenemos una visión algo distinta de las cosas. Probablemente debido a una herencia de la posguerra, durante la cual, no solo conseguir un trabajo, sino mantenerlo podía significar poder alimentar a tu familia; y condicionado por las décadas de paro que hemos arrastrado desde entonces, nos hemos acostumbrado a que, una vez hemos conseguido un trabajo bien remunerado y estable, nuestro objetivo principal sea no perder ese empleo y mantenerlo durante el máximo tiempo posible.

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           Esto tiene unas consecuencias lógicas, y es que aporta cierta lealtad y sensación de pertenencia por parte de los empleados, que llegan a sentir la firma como suya. Otra consecuencia positiva para el empleador es que, al no haber mucho cambio de personal, no tiene que dedicar muchos recursos en la formación de los nuevos trabajadores, por lo que esa permanencia está muy bien considerada dentro de cualquier sector (además de remunerada económicamente a través de trienios y otras formas de fidelización). Consecuentemente, el empleado que se ve recompensado en su permanencia, tiende a alargar su vida laboral dentro de la misma empresa a veces incluso más de lo que él mismo desearía, pues así evita los inconvenientes de tener que buscar un nuevo empleo, pasar un proceso de selección, más adelante un proceso de formación y adaptación a la nueva empresa, y total para no estar seguro de que en el nuevo trabajo se vaya a estar mejor que en el actual. Aquello de “más vale malo conocido que bueno por conocer”.   

        Total, que así estábamos todos tan tranquilos en nuestros puestos de trabajo, cuando apareció el COVID-19.

           Las primeras consecuencias de la pandemia ya las ha sufrido mucha gente de forma directa enfermando o a través de la enfermedad o incluso la muerte de familiares y amigos. Pero la principal secuela de la crisis sanitaria es la, todavía más profunda, crisis económica en la que estamos inmersos, y que desconocemos cuanto durará.

Esta última ha traído consigo una situación a la que muchos no estaban acostumbrados: la incertidumbre. 

Como dijimos anteriormente, uno de los principales motivos para no querer cambiar de trabajo es para evitar enfrentarnos a un terreno desconocido. Para permanecer el máximo tiempo posible en nuestra zona de confort, y así no tener que vivir experiencias que posiblemente puedan ser desagradables o traigan consecuencias no deseadas.

Pero precisamente una de las repercusiones más importantes que ha tenido esta pandemia y su crisis económica es una inseguridad laboral desconocida desde hace muchos años, y muchas personas que nunca pensaron tener que enfrentarse a quedarse sin empleo, ahora lo están sufriendo, o piensan que les puede ocurrir en un futuro cercano. Desgraciadamente, muchas empresas han tenido que cerrar y por lo tanto despedir a todos sus trabajadores, otras han reducido considerablemente su tamaño, básicamente reduciendo sus plantillas, y miles de autónomos se han visto forzados a dejar de trabajar durante los estados de alarma y las cuarentenas, en muchos casos viéndose obligados a cerrar permanentemente sus negocios.

La aviación ha sido uno de los sectores más castigados, y miles de empleados de aeropuertos, azafatas y pilotos han perdido sus empleos. Pero los pilotos nos encontramos en cierto modo en ventaja frente al resto: y es que esta situación nueva para muchos, y que no saben muy bien cómo manejar, que es el miedo a lo desconocido, para nosotros es muy familiar y llevamos años practicándola. Nosotros lo llamamos gestión de la incertidumbre.

Aparte de todos los escenarios a los que nos enfrentamos regularmente cada vez que vamos al simulador, nuestro trabajo diario está lleno de esas incertidumbres y estamos acostumbrados a gestionarlas. El ejemplo más claro de ello es que, para cada vuelo que realizamos, tenemos la obligación legal de incluir en nuestro plan de vuelo la previsión de una ruta hacia un aeropuerto alternativo distinto al de destino (a veces incluso tienen que ser dos o más), y tenemos que cargar a bordo el combustible suficiente por si en cualquier momento nos tenemos que desviar a ese alternativo. ¿Y por qué es obligatorio planear siempre ese desvío al aeropuerto alternativo? Por un lado, porque en todo momento existe una posibilidad muy real de que tengamos que acabar desviándonos hacia nuestro alternativo, y por otro porque, si es así, tenemos que estar seguros desde antes de despegar, de que tenemos combustible suficiente para poder realizarlo en cualquier momento, pues, obviamente, las consecuencias de no disponer de ese combustible serían desastrosas.

En pocas empresas, para cada plan de acción que se toma, ya sea una estrategia de marketing, un nuevo plan de ventas, una compra de activos, la creación de un nuevo departamento o una campaña de publicidad, se crea también un plan de contingencia por si el plan inicial no transcurre como se esperaba. En cierto modo es lógico, pues las consecuencias de que el plan inicial no funcione no suelen ser tan desastrosas, y además suele haber tiempo de reacción para elaborar un nuevo plan que sustituya o corrija el anterior.

Pero como durante un vuelo no sueles tener mucho tiempo para trazar un nuevo plan desde el inicio, ni desde luego tienes combustible suficiente para nada que no hayas previsto desde antes del despegue, por eso nosotros nos vemos obligados a anticipar muchas situaciones antes de que ocurran.

¿Y qué puede ocurrir en un vuelo para que no se pueda aterrizar en el aeropuerto de destino, y haya que desviarse al alternativo? Pues la verdad es que infinidad de cosas, pero la más obvia y común es la meteorología adversa. Los que hemos volado por todo el mundo nos hemos dirigido a zonas del planeta donde los fenómenos meteorológicos son una amenaza constante. Por ejemplo, en aeropuertos como el de San José de Costa Rica o el de Guatemala, las tormentas tropicales suelen descargar tal cantidad de agua, que muchas veces se ven obligados a cerrar las pistas de aterrizaje durante horas. Algo similar ocurre en algunos aeropuertos de India durante los monzones, o en el aeropuerto de Hong Kong, también conocido por sus fuertes tormentas. En otras zonas del planeta como Estocolmo, Toronto o incluso Nueva York, la amenaza en invierno son las tormentas de nieve, que también obligan en ocasiones a cerrar las pistas durante horas, e incluso a veces durante días. En Islandia, Chile o Indonesia, la amenaza son los volcanes y sus nubes de cenizas que representan un serio peligro para los aviones. O, sin irnos tan lejos, la niebla matutina que a veces se forma en Madrid, Vigo o Bilbao, y que en ocasiones es tan densa que impide por completo el aterrizaje de muchos aviones, también nos obliga a desviarnos a otros aeropuertos.

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Aparte de la meteorología, otra de las causas más comunes de cambio de destino una vez comenzado un vuelo, suele ser una emergencia médica. Especialmente en el A380, con una capacidad de hasta 800 pasajeros, pero también en otros aviones de gran capacidad, es relativamente común que aparezca alguna persona con una dolencia física. A veces se puede solucionar en vuelo con las medicinas que llevamos a bordo, pero en casos extremos como apendicitis o infartos, la necesidad de atender al pasajero con urgencia para poder salvarle la vida, obliga al Comandante del avión a tener que buscar un aeropuerto cercano en el que poder aterrizar. Si estamos volando sobre Estados Unidos o Europa, por ejemplo, es relativamente sencillo encontrar un aeropuerto aceptable con instalaciones hospitalarias a una distancia prudencial. Pero en los vuelos de largo recorrido muchas veces sobrevolamos zonas remotas en las que el aeropuerto más cercano (independientemente ya de si dispone de un hospital en sus cercanías o no) se encuentra a varias horas de vuelo. Por ejemplo, despegando desde Dubai para volar a la costa Oeste de Estados Unidos sobrevolamos el Polo Norte, para volar a Australia cruzamos el Océano Índico en ocasiones durante más de 4 horas, o para volar a Japón, sobrevolamos durante un par de horas una de las zonas más inhóspitas y agrestes del planeta, como es la cordillera del Himalaya. En todos estos casos, un desvío urgente por emergencia médica (o cualquier otro motivo) representa un serio problema, para el que hay que estar muy bien preparado con antelación.

Hay otros motivos que nos pueden obligar a desviarnos de nuestra ruta, como pueden ser fallos técnicos del avión, huelga de controladores aéreos, cierre de un determinado espacio aéreo por motivos políticos o militares, amenazas terroristas, o muchas otras.

Aunque todo lo anterior suene muy catastrofista, como bien sabe todo el mundo, las probabilidades de que algo de esto ocurra son muy pocas, y la inmensa mayoría de los vuelos transcurren sin ningún tipo de incidencia. Pero eso no impide para que nosotros tengamos que estar preparados para todas y cada una de esas posibles eventualidades. Así que nuestro trabajo diario, aparte de llevar el avión y a sus pasajeros de forma segura y eficiente a su destino, consiste en estar preparado para todo lo que pueda ocurrir. Y si algo de eso llega a suceder, buscar las posibles soluciones para que el resultado sea el óptimo. Es decir, enfrentarnos a la incertidumbre, y gestionarla de la mejor manera posible. 

Así que, lo que para la mayoría de la población puede ser el miedo a lo desconocido, para los pilotos se convierte en la gestión de la incertidumbre, algo a lo que estamos acostumbrados, y para lo que se nos prepara desde que nos subimos a un avión por primera vez.

Y para gestionar esa incertidumbre de manera óptima no hay una receta sencilla ni una fórmula mágica. Yo diría que solo hay dos acciones que uno pueda tomar: prepararse lo mejor posible para lo que pueda venir y, si efectivamente acaba llegando, mantener la calma.

Para todos aquellos que temen por sus puestos de trabajo, la primera parte la dividiría en dos: prepararse mentalmente, es decir, hacerse a la idea que de esa posibilidad es real y pensar en qué ocurrirá una vez nos encontremos sin empleo, y prepararse profesionalmente, de manera proactiva, ya sea intentando rendir lo mejor posible dentro de su propio trabajo para hacerse valer e intentar evitar el despido, o prepararse mediante cursos para fortalecer algún área que nos pueda ser de utilidad a la hora de buscar un nuevo empleo.

Y con respecto a la segunda, la de mantener la calma, ya sé que suena más fácil decirlo que hacerlo, y muchas veces es complicado vencer la rabia, la frustración o la pena, pero por experiencia puedo asegurar que, si bien todas ellas son reacciones naturales, no ayudan a la solución del problema. La mejor manera de enfrentarse a cualquier situación comprometida es tranquilizándose y analizando ese problema objetivamente, para así intentar buscar las posibles soluciones y ponerse de inmediato con ellas. No va a servir de nada quejarse y protestar, o consolarse porque muchos otros están en nuestra misma situación y somos unas víctimas inocentes más de las circunstancias actuales. La única solución pasa por enfocar el problema de manera calmada, buscar las posibles soluciones, y poner los medios suficientes para remediarlo.

Como piloto te lo digo: no tengas miedo a lo desconocido, pues todo problema tiene una solución. Está en tus manos encontrarla y llevarla a cabo.


FERMIN BASANTA

Celia Basanta

Senior Manager Governance and Risk Advisory

4 años

Que interesante 🧐 y cuánto estamos aprendiendo !!! Deseando que llegue el próximo artículo

Ignacio Bermudo

Captain Airbus A380 at Emirates. EASA A340. EASA CRM FACILITATOR. +17000h

4 años

Interesante reflexión!!

Ignacio Montesinos Moreno

AVIATOR - Airbus A350 - Boeing 787 - Airbus A380 - Airbus A330 - Airbus A320/SFI EASA - Technical Pilot

4 años

👏🏻👏🏻👏🏻

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