Minimal son
Minimal son, novela de Ana Luz García Calzada publicada por vez primera en 1995 en la Editorial Letras Cubana, y reditada por la Editorial Oriente veinte años después como parte de la colección Mariposa, centra su atención en una típica familia cubana a principios de los noventa, con todas las complejidades de un gran grupo de personas obligadas a inmiscuirse en la vida de los otros por el parentesco y la convivencia en un mismo (reducido) espacio físico. Se suma a la gran cantidad de personajes que trata, a los cuales dedica atención por separado, una estructura fragmentada donde se intercalan los progresos de la trama con una especie de viñetas, alegorías poéticas sobre la existencia de estos seres que se mueven como piezas en un juego de ajedrez. Vale señalar , además, que la cotidianidad y condición aparentemente ordinaria de los miembros de esta familia cobran una dimensión otra cuando la realidad, tal como la conocemos, pasa por el tamiz de su subjetividad y los alter ego que, provenientes de diferentes fuentes culturales como la música jazz y rock, los personajes de Disney o los más cercanos refranes y personajes del ratón Pérez, o el barquito de papel de la tonada infantil, han sido escogidos por la autora para identificarlos, no con la intención de llevarnos a la risa, como muchos pueden suponer, sino para acentuar la ironía y lo absurdo de sus tragedias personales.
Así, desfilan ante nosotros el matrimonio que es cabeza de familia, de donde sale el primer rasgo inquietante de anormalidad que signará a los descendientes y sus cónyuges. Por un lado, Luisa, con el terror por los ratones que pueblan la casa y que fue el primer resquicio por donde entraría la demencia que terminaría con ella. Juan, el esposo, que masajea su miembro mientras mira por las persianas los muslos y pechos de su vecina adolescente, y que comparte con sus hijos este momento para él cotidiano, y hasta lógico desde su punto de vista.
Luego viene uno de los hijos, Alfonso. Personaje en apariencia contradictorio, en él conviven no siempre en paz el expresidiario y actual chofer particular, fanático de las peleas de gallo y amigo de delincuentes como el Jabao, con el amante de Miles Davies y Los Beatles, el lector de Spinoza y Platón. Ingenuamente trata de encontrar en los libros alguna explicación para el rompecabezas que es su vida, para la homosexualidad de su hija Sandra, para la relación con su amante, a quien siente tan lejos; para la presencia de su sobrino marginado, que se hace más fuerte por las sospechas, por el gran parecido visible entre ambos. Elsa, la esposa, comparada en ocasiones con la cenicienta por su papel sumiso, es el típico personaje que evade una realidad dura gracias a sus fantasías. Así, el viaje que la llevará a ver a los padres en Estados Unidos, se convierte gracias a su su mundo interior en la visita a un gran parte de distracciones, lleno de grandes chambelonas, Mickey Mouse y pequeñas Lulú que la saludan.
El personaje de Sandra se nos presenta como alguien con claridad en lo que desea, pero cuyas determinaciones deben ser expuestas ante los demás con cuidado, y que un buen día desea quitarse la frágil máscara de vidrio que presenta ante la sociedad, pero ya no sabe cómo ser ella misma entonces. Ella encuentra una salida a los conflictos cuando se decide por el futuro profesional lejos del lugar donde la atormentan la imposibilidad de estar con Raysa y la presencia de Pablo. Este último personaje, antihéroe por excelencia, parte a la guerra en un país que podemos imaginar con varios planes y con un aura heroica que la autora le ha colocado, no porque crea en ella sino porque el propio personaje, en la ingenuidad de la juventud, ha creído en la grandeza que prometen los panfletos y propagandas de la guerra. El héroe vuelve a su realidad cotidiana cuando ya se aproxima el derrumbre, y debe ahuyentar los fantasmas con las tallas de madera para venderlas a los extranjeros, y el cambio del antiguo sueño de casarse y compartir una casa con Sandra, por el de comprarse un motor, pasear con algunas mujeres jóvenes y proponer a Sandra y Raysa un trato tan retorcido como se lo permite su nueva visión de la vida.
Por otra parte se encuentran Diego y Emilia. El primero, hermano de Alfonso, trata de combatir el pesar que le provoca la presencia de su hijo Alisio, marginado incluso por la madre. Unido en una lógica afinidad hacia su cuñada Elsa, quizá porque ambos se saben engañados por sus parejas, busca refugio en sus dos perros de mismo nombre Géminis, y se interna en el trabajo en la agricultura cuando la tragedia familiar no le da otras opciones. Emilia, por otra parte, prefiere evadir la realidad desde el principio y se aleja, allá donde es tan apartado que los personajes son llamados por su grado de parentesco.
Alisio, cuyo nombre no puede dejar de ligarse a Alicia en el País de las Maravillas, es al parecer el principio y el fin de todas las desgracias familiares; pero para algunos, como su prima Sandra, es también el único lugar de la casa donde aún queda espacio para la alegría franca y la nobleza de espíritu. Encerrado como un monstruo entre paredes oscuras, Alisio es aquello de lo que no debe hablarse porque es la evidencia y el castigo por la infidelidad, pero también se trata de algo que no debe usarse como motivo de ofensa, porque siempre saldrán a defenderlo aquellos en quienes convive la repugnancia y la lástima. Alisio es el rey que no era rey, sino un enano con corona.
Por último, está Ángela, amante de Diego y emparentada en la ficción con el ratoncito Pérez, pues se siente atraída por la golosina que representa su historia con Diego, pero una vez dentro no sabe o no desea desprenderse de ella.
Minimal son no alecciona ni condena sus personajes, presenta a cada uno con sus diferentes decisiones, algunas felices, otras desesperadas, pero no los juzga. Al final lo importante es moverse en las cuadrículas hasta hallar la salida del laberinto.