Desde el invierno. Veintitrés cuentos canadienses


Fruto de una colaboración entre Margaret Atwood y Graeme Gibson, sale a la luz esta selección de cuentos canadienses, una literatura que en gran medida nos es ajena. Como se apunta en el prólogo de esta edición, mientras la imaginación europea está obsesionada por el tiempo, es el espacio lo que obsesiona la imaginación del continente americano, y de Canadá en particular.

Aquí, los sucesos exteriores en sí mismos y el dinamismo con que puedan ser narrados parecen no tener importancia. Lo que vale es el mundo interior del personaje y cómo percibe lo que le rodea. Esta circunstancia se traduce a la escritura en formas donde prevalecen la descripción de sensaciones y reacciones particulares ante un hecho. Para el lector cubano a quien va dirigida esta selección, tal vez más habituado a la agilidad de las oraciones cortas y acciones que se suceden rápidamente de la literatura norteamericana de la primera mitad del siglo XX, o los efectos literarios de la literatura latinoamericana, donde imperan hechos demasiado violentos o inesperados desde nuestro nivel de realidad, esta literatura nos parecerá un tanto gélida, lejana; es aquella en la que solemos decir que “no parece ocurrir nada”.

Recoge no solo cuentos, sino también fragmentos de novela de autores nacidos entre 1930 y 1963, por lo cual los relatos se inscriben dentro de la ficción contemporánea, pero pertenecen a diferentes tendencias que van desde el modernismo, el realismo, hasta el postmodernismo. No obstante estas clasificaciones, el lector hallará rasgos en común y que encasillarlos en una época determinada es una elección puramente metodológica.

Por ello, se encontrará aquí con autores como Mavis Gallant, con un relato como “Florida”, donde lo extraordinario emerge de manera casi imperceptible de lo aparentemente ordinario; rasgo que es visible, a mi entender, en muchos otros narradores canadienses. Otros relatos son exponentes de tendencias distintas, como “Los osarios”, de Matt Cohen, de aliento postapocalíptico y, sobre todo, preocupado por la disyuntiva del ser entre seguir a un grupo social mayor o defender un pensamiento propio. “Como las aves atraen al sol”, de Alistair Macleod, rescata tanto desde el estilo como en el tema las estructuras de los cuentos folclóricos para referirse a una maldición popular, relato de gran aliento postmoderno. Otras historias como “Disneylandia”, de Barbara Gowdy, apelan al humor; en este caso se explora el mundo interior de unas hermanas niñas y adolescentes para enfrentar la obsesión de su padre por la guerra nuclear a inicios de los sesenta. “El Chmarnyk”, de Caroline Adderson, bebe del absurdo y representa la distorsión de la realidad cuando los personajes cargan con una gran cantidad de tradiciones y supersticiones. Recomiendo en particular “El duelo del parque Cluny”, de Thimothy Findley, descrito de una manera casi cinematográfica, y donde se explora, de manera fluida, el pensamiento y las motivaciones de un gran grupo de personas que conviven en un mismo espacio físico.

Es visible en esta narrativa la presencia de autores no nacidos en Canadá o cuyos padres provienen de otras tierras. En su narrativa reflejan las experiencias de sus países de origen; tanto de aquellos provenientes de países caribeños(como Dionne Brand, de Trinidad, y Austin Clark, de Barbados), donde la cuestión racial y social e incluso la esclavitud son temas constantes, como aquellos que tratan simplemente el desarraigo que representa su nueva condición de migrantes(como Rohinton Mistry, de la India). Un valor añadido a este libro se encuentra en la representación de los dialectos y su preservación histórica. En estos casos el lector puede plantearse una cuestión que también preocupa a los propios estudiosos de la literatura canadiense: ¿es Dionne Brand una autora de Trinidad, o podemos tomarla como canadiense? En un país donde el 21 por ciento de la población es inmigrante, preguntarse qué es lo típicamente canadiense representa un callejón sin salida, por lo cual es preferible convenir en que estas culturas caribeñas, asiáticas, etc., enriquecen el paisaje literario y cultural de un país casi desconocido para el resto del mundo, pero que es más plural y complejo de lo que pueden imaginar.

Esta selección no incluye narradores de habla francesa, cuya narrativa, en parte por la diferencia lingüística, presenta otros rasgos.

Es visible aquí la presencia de una gran cantidad de autoras mujeres. Esto va aparejado al hecho de que la narrativa de este país, tanto escrita por hombres como por mujeres, es la expresión de una sensibilidad que va más allá de grandes efectismos literarios o técnicas demasiado complicadas. 

Debe decirse que se trata de la reimpresión de un título de hace ya veinte años, por lo cual la literatura escrita desde entonces por estos autores y las noveles figuras de hoy no aparecen recogidas. No obstante, su aparición hoy nos hace ver que hay ciertas constantes que se mantienen, y nos permite visitar autores hoy muy reconocidos como la premio Nobel Alice Munro. 

En esta antología es visible la labor de las tres traductoras en pos de hacer más potable para el lector cubano una realidad que es ajena a nosotros. Debe señalarse, asimismo, que cada una de ellas imprimió un estilo diferente, por lo cual quien lea estos cuentos encontrará cómo en ciertas narraciones se le dio una solución determinada a un problema, mientras en otros textos se recoge de otro modo. 


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