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Ya usábamos tapabocas antes de la pandemia. Y no sólo para que nos se nos notaran los colmillos de nuestra ambición creativa. Lo mal usábamos también para no ver dónde depositar nuestros empeños en conseguir algo original. Nuestra fe en lo que hacemos y sus posibilidades. De allí que hoy nos resulte tan cómodo su uso. Sin importar las tallas ni haber crecido en ellas, los preferimos antes que rebelarnos. Y eso está mal. Crear es dejarlo atrás.