POESÍAS SUELTAS DE CERVANTES
Una meta personal: leer todo Cervantes.

POESÍAS SUELTAS DE CERVANTES

La edición de las Obras completas de Miguel de Cervantes, editada por Aguilar en 1967, cuenta con la recopilación, el estudio preliminar, prólogos y notas de Ángel Valbuena Prat. Después del estudio preliminar, la primera sección está dedicada a los poemas sueltos. Para el momento de la publicación, la autoría de algunas piezas no había sido comprobada al cien por ciento. Ignoro si la crítica más reciente ha logrado un avance en ese sentido.

Según lo comenta Valbuena, “Cervantes poeta, influido por Garcilaso y la escuela clasicista del divino Figueroa y de Laínez, no suele pasar de una honesta habilidad en la mayoría de estas composiciones” (p. 41).


Me costó trabajo hallar este ejemplar. No se alejará mucho de mi librero.


En mi comentario sobre Garcilaso, decía que una de las características que hacen interesantes a estos poetas es su caudal no sólo libresco sino en cuanto a experiencia de vida. En estos dos poetas, la terrible experiencia de la guerra dejó huellas aquí y allá en su obra literaria. Así, en el estudio preliminar Valbuena nos dice: “En su vida se nota el tránsito del triunfo de las armas al de las letras, y al final el paso de las letras a la picaresca y a la inacción” (p. 9), y en la página 11: “El 7 de octubre, fecha gloriosa para la cristiandad en Lepanto, se encontró Cervantes peleando a bordo de La Marquesa, cuyo honor sería el recuerdo más grato de toda la vida del escritor”. Y más adelante: “Herido en el pecho y en la mano izquierda, cuyo uso perdió, fue llevado, siguiendo el rumbo de la vencedora escuadra, a Mesina, en cuyo hospital fue curado” (p. 12). Guerra y amor serán temas constantes en Cervantes, aun cuando su matrimonio no parece haber sido fruto de un romance memorable.


En el poema “A la muerte de la reina doña Isabel de Valois”, encuentro unos tercetos de este carácter:

“Y aquel que no ha gustado de la guerra / a do se aflige el cuerpo y la memoria, / parece Dios del cielo le destierra. / Porque no se coronan en la gloria / si no es los capitanes valerosos, / que llevan en sí mismos la victoria” (p. 44).

 Más adelante, en el romance titulado “Los celos”, desarrolla una alegoría que recuerda a cierto pasaje dantesco:

“Yace donde el sol se pone / entre dos tajadas peñas, / una entrada de un abismo, / quiero decir de una cueva, / profunda, lóbrega, oscura, / aquí mojada, allí seca, / propio albergue de la noche, / del horror y las tinieblas […] A la entrada tiene puesto, / en una amarilla piedra, / huesos de muerto encajados / en modo que forman letras; /las cuales, vistas del fuego /que arroja de sí la cueva, / dicen: ‘Esta es la morada / de los celos y sospechas’” (p. 53).

La lúgubre alegoría de los celos como sinónimo del infierno es desarrollada en pocos versos más, pero demasiados para este comentario.

 En la “Epístola” dedicada a Mateo Vásquez, que no reproduzco aquí, versifica sobre la experiencia de haber estado preso cinco años en Argel, a donde lo llevaron piratas turcos.

La selección termina con “Dos canciones a la Armada Invencible”, donde el poeta lamenta de la derrota de España, y equipara el suceso con algunos pasajes bíblicos. He aquí una de las estrofas más descriptivas:

“Di, que al fin lo dirás, allí volaron / por el aire los cuerpos impelidos / de las fogosas máquinas de guerra; / aquí las aguas su color cambiaron / y la sangre de pechos atrevidos / humedecieron la contraria tierra” (….) (p. 51

 Pero no todo es solemnidad en la violencia. Cervantes nos lo muestra en el soneto “A un valentón metido a pordiosero”, con una figura parecida a la del soldado fanfarrón, desarrollada por Plauto y renovado en la CommediaDell’Arte:

Un valentón de espátula y gregüesco, / que a la muerte mil vidas sacrifica, / cansado del oficio de la pica / mas no del ejercicio picaresco, / retorciendo el mostacho soldadesco, / por ver que ya su bolsa le repica, / a un corrillo llegó de gente rica / y en el nombre de Dios pidió refresco. / “Den voacedes, por Dios a mi pobreza / —les dice—; donde no, por ocho santos / que haré lo que hacer suelo sin tardanza”. / Mas uno que a sacar la espada empieza: / “¿Con quién habla —le dijo— el tiracantos? / Si limosna no alcanza, / ¿qué es lo que suele hacer en tal querella? / Respondió el bravonel: “Irme sin ella”:

 Estoy muy agradecido de haber encontrado este ejemplar en el pequeño refugio que constituye La Abismal Cafebrería.

 

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