POR SU LETRA LO CONOCERÉIS
Ahora que mis hijas terminan su año escolar y oficialmente entran en periodo de vacaciones de verano, me vienen a la memoria mis primeros años de educación básica. Muchos episodios nostálgicos en tiempos en los cuales la infancia se vivía al exterior de los hogares, disfrutando de largas tardes de pichanga, juegos simples y noches calurosas jugando a la escondida hasta que recibíamos el llamado a volver a casa. Aunque no todas las cosas eran divertidas y placenteras, de hecho los principales accidentes infantiles ocurrían en este periodo estival y no había nada peor que estar enyesado o en cama en esta época. ¿Porque hago esta nostálgica referencia a tiempos que no volverán?, simplemente para introducir el tema de esta vez y que guarda relación con algo que era común en esos años y que marcaba también la temporada de vacaciones: ensayar la caligrafía y ortografía diariamente.
La felicidad por salir de vacaciones se veía “empañada” por la obligación de tener que hacer una copia diaria de cualquier escrito a la mano, con tal de completar una plana. Esta tarea condicionaba para nosotros muchas de las actividades al exterior del resto del día. Todo con la entendible finalidad de mejorar nuestra caligrafía y ortografía, pero también no perder los hábitos de lectura y de estudio. No era nada extraño acumular varios días de copias, ya sea por negociación con la mamá o algún evento extraordinario. Así había días que levantarse temprano para cumplir con la “deuda” eran de lo más odiado de las vacaciones. Luego al regreso a clases, en la primera clase de castellano, teníamos que llevar el cuaderno respectivo con todas las copias para ser revisadas por el o la profesora del ramo. A esto se sumaba como obligación redactar una composición de las vacaciones, tratando de narrar nuestras experiencias en el periodo estival. Imprescindibles se volvían los cuadernos de caligrafía y los diccionarios, sobre todo éstos últimos, ya que si había en el texto que copiábamos alguna palabra desconocida, debíamos anotarla y buscar su significado.
Si en esos años hubiera sabido que cuarenta años después la escritura manuscrita sería una disciplina cada vez menos utilizada, me hubiese ahorrado cientos de horas de práctica y haber aprovechado más tiempo con mis juegos. Claro, nadie podía entrever que en tan poco tiempo dejaríamos la pluma por un teclado touch o simplemente por un dictado por voz. Ya ni siquiera importa la ortografía, es más, corregir a las personas por algún correo mal redactado es criticado y respondido con un “lo importante es que se entienda”. Para eso existe el revisor de texto, aunque este también se equivoca y requiere una revisión que evite chascarros, según el tiempo con el que se cuente o la importancia que se le dé al mensaje transmitido.
Eran tiempos en que tener una letra redonda y clara era requisito para ser bien evaluado para algunos trabajos. Y si eras de aquellos que tenía “mala letra”, pasabas a ser calificado con “letra de médico”. Pero ahora ya ni ellos escriben las recetas. La escritura manuscrita, por cierto, siempre tuvo como obstáculo la velocidad. A mayor velocidad, menor claridad y letra ininteligible. En mi caso creo haber tenido una “bonita letra” al egresar de educación básica. Periodo en el cual los profesores escribían en el pizarrón y nosotros copiábamos con todo el tiempo del mundo. No faltaba el más lento o el corto de vista que salía con un “todavía no borre profesora”. Pero ya en educación media el primer desafío era tener que tomar apuntes, ya que el profesor sólo dictaba. Allí comenzó a pervertirse mi letra y se transformó en una combinación de letra manuscrita, de imprenta y de símbolos. Aunque todavía era posible descifrar lo escrito. Fue en primer año de leyes en la U. De Concepción, mas exactamente en la clase de derecho romano, que perdí definitivamente toda preocupación por mantener una caligrafía regular. El catedrático, y también juez de policía local, Capponi dictaba a una velocidad de relator de futbol. Imposible seguir el ritmo a menos de poseer conocimientos de taquigrafía. Allí terminó todo lo practicado en varias vacaciones y aprendido en casi diez años de vida escolar. Ya ni siquiera yo me entendía.
Ya en esa etapa de mi educación contaba con una máquina de escribir convencional, la cual me ayudó a redactar trabajos de manera legible. Con este instrumento ya podía hacerme entender, pero no ganaba en velocidad, porque tampoco tenía la capacidad de teclear con todos los dedos y sin mirar el teclado. Hasta el día de hoy me acompaña esta deficiencia. Por lo menos la práctica me ayudó en mis primeros años laborales, donde el uso de máquina de escribir eléctrica y de papel calco daban una ventaja sobre la escritura manuscrita, la cual ya pasó a ser secundaria como elemento de competencia. No pasó mucho tiempo para que la llegada de los primeros procesadores de texto desplazaran casi totalmente a la escritura manual. De allí en adelante el cambio ya es conocido y vivido por todos aquellos que fuimos adaptándonos a las exigencias de la tecnología como principal ventaja competitiva laboral. Personalmente admito que hoy para un día laboral con dos a tres post-it y una plana de cuaderno tengo más que suficiente. Todo lo demás es a través de dispositivos. Reconozco sí que los wassap trato de escribirlos y no hablarlos, para conservar algo de disciplina ortográfica.
Termino con esta auto referencia para pasar a la reflexión. Me declaro un admirador de la tecnología y de los avances que permiten facilitar nuestras actividades rutinarias. La nostalgia de los años pasados no siempre considera el esfuerzo que significaba hacer todo casi manual. Indudablemente todos querríamos haber nacido en esta época actual. Y sobre todo haber estudiado con todas las facilidades que te ofrece internet. En una publicación anterior me referí a la importancia de la filosofía como una ramo que debe ser mantenido en las mallas curriculares de nuestros hijos, por ser una disciplina que despierta nuestro pensamiento, única ventaja que nos queda frente a la embestida de la inteligencia artificial. La escritura, y me refiero a la manuscrita, no debe dejar de ser practicada, tanto en la infancia como en la adultez. Tal vez el silabario hispanoamericano ya no sea el referente obligatorio para el aprendizaje de nuestras primeras letras. Las clases de Lenguaje, nuestro antiguo Castellano, oral y escrito tienen que considerar la formación tradicional, pero también el nuevo lenguaje: el digital. Tal como hace muchos años atrás el analfabetismo era una piedra de tope para el desarrollo de un país, hoy el analfabetismo digital también requiere la misma atención. Pero sin perder la práctica de la escritura no digital, que más lenta y menos universal, con sus trazos incluso posibilita descifrar parte de nuestra personalidad.
Finalmente la comunicación se vale de distintos métodos para cumplir su objetivo. Hoy en día nuestros sentidos son invadidos de múltiples formas para que el mensaje sea decodificado por nuestro cerebro. La R.A.E. está permanentemente incorporando nuevas palabras al léxico español. Hace pocos días el diario español El Mundo hizo un reportaje sobre nuestro lenguaje y nos llenaron de flores por la enorme cantidad de palabras que usamos, los modismos y el dinamismo de nuestra lengua. ¿Pero qué hay de la escritura? Debemos prepararnos. No solo que esa preparación tenga como culminación dar la PDT de Lenguaje y obtener un buen puntaje y después olvidarnos. Ejercitemos el lenguaje manuscrito, pero en forma voluntaria, mirando de reojo nuestras vacaciones de verano en educación básica.
Luis Aguilar Pino
Master of Business Administration - MBA
Recomendado por LinkedIn
Universidad San Sebastián
Ingeniero en Administración de Empresas
Diplomado en Logística y Distribución
Links:
https://www.24horas.cl/nacional/hablamos-bien-en-chile-medio-espanol-elogia-nuestro-lenguaje-5085320
| Operaciones | Logística | Servicios | Sostenibilidad para la industria |
3 añoscrack