Prometo estarte agradecido

Si creciste en España en los 80 seguro que no has podido evitar tararear ese estribillo que sugiere el titular. Si tienes la fortuna de no saber de qué hablo, busca la canción de Rosendo y disfruta. Puro rock and roll "carabanchelero". Pura declaración de intenciones.

Es cierto que en aquel tema este estribillo tiene una clara connotación romántica. Es cierto también que el romanticismo, en general, de alguna manera nos define a los idealistas. Pero tampoco es mentira que aquí, en esta plataforma, hablar de amor puede parecer una insensatez. Pues mira, oye, no; no lo creo. El amor está infravalorado. Porque el amor es parte de lo que somos y de quiénes somos. Es parte del por qué somos lo que somos y es parte del cómo llegamos a ser. Es protagonista de nuestro día a día, y no hablo sólo de relaciones sentimentales.

Honestamente, ¿hay alguien que piensa que existe alguna relación que no sea sentimental?.

Las relaciones profesionales, las relaciones profesionales, también las relaciones casuales o puntuales, todas, tienen una gran característica común en el propio nombre que las define antes del calificativo: son relaciones. Y las relaciones se llevan a cabo entre seres. En este caso, humanos. O eso creemos. Ejem. Pero, en general, es algo común del género animal.

Y si existe entre dos o más individuos un contacto que facilita una comunicación, una transacción o un simple encuentro, ¿cómo no van a influir los sentimientos? Hasta que la IA diga lo contrario, las personas estamos influidas, siempre, incluso los menos influenciables, por la subjetividad. Por las emociones. Pasadas, presentes o futuras. Da igual.

Dicho esto, el otro día, reflexionando (pocas cosas sientan tan bien como un poquito de tiempo para uno mismo), me di cuenta de que aquellas personas que de una manera u otra más relevancia tienen hoy en mi vida son aquellas personas que me han demostrado, en algún momento, agradecimiento. Agradecimiento por ser y por estar. Que no por parecer. Y viceversa. Creo, por contra, que aquello que más daño ha hecho a cualquiera de mis relaciones personales más desgastadas es el desagradecimiento, que se puede mostrar (o todo lo contrario) en diferentes formatos o fórmulas.

Hace ya tiempo (cuando empecé a reflexionar más) decidí trabajar personalmente para evitar en mí todo aquello que no me gusta que veo fuera. Con mayor o menor éxito, ahí vamos; avanzando. Que si la autocrítica es difícil, la ejecución de la corrección de lo que uno es aunque no quiera serlo es ya canela fina.

Lo primero que empecé a hacer es decir gracias más a menudo. Gracias. G-R-A-C-I-A-S. Siete letras que, juntas, tienen poderes mágicos. Porque dicen mucho por sí mismas y porque dicen mucho de quien las dice. Pero, sobre todo, también, por lo que generan. Porque al otro lado de un gracias hay alguien a quien se lo estás diciendo. Un gracias va seguido de un de nada. O de un con gusto. O de un no hay de qué. No problem. Pero va seguido también de un proceso emocional que muchas veces ignoramos.

Hay pocas cosas en la vida que tengan más poder que un gracias.

Muchas veces obviamos el agradecimiento porque damos por hecho que alguien ha hecho aquello que corresponde. En esa ecuación antimatemática nos olvidamos de que para hacer eso que parece fácil, sencillo, obvio o justo hay una cantidad proporcional de esfuerzo. Poco, mucho, regular. Da igual. Pero se nos olvida.

Hay pocas cosas tan gratificantes como recibir un gracias. Qué gracia.

En tu relación sentimental, en tu día a día con aquellos con quien interactúas, en tus conversaciones con compañeros, en tus relaciones profesionales. En tus equipos. A tus equipos. No sé. Qué quieres que te diga. Hay que dar más las gracias. Más.

Gracias.