Psicología de los musulmanes sunitas

Lic. Javier Rafael Maffei

Hace unos meses, en forma totalmente casual, me encontré en una reunión con el médico oncólogo que hace más de veinte años llevó adelante el tratamiento de mi tío Miguel, hasta el mismo día de su fallecimiento. Dejando de lado todas las emociones que se vinieron a mi al verlo, conversamos en primera instancia de qué había hecho cada uno en este tiempo, y luego, ya habiendo pasado varias horas del evento y al coincidir nuevamente en el mismo lugar físico, le pregunté qué avances había habido en las últimas dos décadas en la lucha contra el cáncer, a lo cual me respondió que con algunos tipos de tumores se habían logrado mejorar los resultados, con otros no tanto, y en algunos nada. Pero de su respuesta me impactó más que nada cuando me explicó cual es el mayor problema en la lucha contra el cáncer, y es que aún no se sabe exactamente contra qué se está peleando, lo cual obviamente hace todo más difícil.

Quienes me siguen, saben que en todos mis ensayos y exposiciones mi hipótesis principal es que para solucionar cualquier conflicto o problema, sea de la índole que sea, hay que primero llegar a su origen, a aquello que lo generó, y de ahí en adelante empezar a buscar las soluciones.

En las últimas décadas, el avance implacable del capitalismo occidental, a la sazón el único sistema que concebimos para desarrollarnos, al menos hasta que aparezca uno mejor, ha hecho a los países líderes de esta ideología enfrentarse a sociedades que hasta el advenimiento del petróleo como fuente de poder y riqueza eran amigables con nosotros, pero a quienes a su vez nuestro esquema de valores ha enriquecido hasta niveles inimaginables, con las consecuencias que enseguida analizaremos. Hoy, dinastías que hasta hace un siglo basaban su poder en ver quien tenía más camellos y ovejas, son las fortunas más grandes del mundo, y paradójicamente, otra vez el sistema que nosotros creamos le permite acceder a todo tipo de bienes, como por ejemplo los armamentos que nosotros, los occidentales, desarrollamos. Estas naciones hoy tienen un poder antes inimaginable, sustentado por nuestro hemisferio pues a nosotros nos venden sus recursos naturales. Pero ocurre que como es intrínseco en el ser humano, una vez que el hombre satisface sus necesidades básicas, pide más, ya no se contenta con eso. Oriente se olvida que su desarrollo económico, fue gracias a nuestras empresas que invirtieron y apostaron en sus territorios, y hoy las nuevas generaciones quieren sacarse de encima todo rastro de occidentalidad, encontrando base doctrinal para eso en su religión, en el Islam, una doctrina inalterable desde hace casi 1400 años, pero cuyos fieles se encuentran hoy, gracias a los avances en sus naciones, en condiciones de finalmente llevar a cabo sus mandamientos.

Obviamente en este enfrentamiento de civilizaciones, las cabezas no se muestran, y muchas veces los intereses geopolíticos se camuflan en luchas religiosas para tener legitimidad, pero no son ellos los que ponen el cuerpo, sino las bases, los chicos, los jóvenes combatientes de uno y otro lado.

Podemos disertar días sobre esta nueva etapa del mundo, a la cual algunos han denominado ya la Tercera Guerra Mundial, pero mi objetivo es hacer un llamado al Cristianismo para no permitir que Cristo nos mate, pues las cartas ya están echadas, y nuestros fundamentos de misericordia, piedad y poner la otra mejilla, acabarán con nosotros, pues nos enfrentamos a quienes ven en la guerra santa su medio natural de vida, y morir en ella matándonos a nosotros su deseo más sublime. El Islam es una religión que se impuso a través de la guerra, llevada a cabo con lealtad hay que reconocerlo, pero a través de la guerra al fin. Nuestra Fe se divulgó a través de la prédica incansable de Pablo, de Pedro, de Juan, y de tantos otros que fomentaban no devolver las agresiones, aceptar lo que imponían las autoridades y no revelarse contra ellas, y casi todos ellos terminaron sus vidas entregándose mansamente a las cortes romanas para ser crucificados o decapitados.

En los medios, en las calles, incluso en los gobiernos, todos nos cuidamos de decir la verdad con respecto al Islam, como si estuviéramos ofendiendo a alguien, y la verdad, como sabemos, no es buena ni mala, lo que no tiene es remedio.

¿Alguien vio en Francia, luego de los atentados de Charlie Hebdo , del teatro Le Bataclán, de la masacre de Niza, manifestaciones de musulmanes repudiando los hechos?

No. Porque no las hubo. Apenas algunas solicitadas tibias sacadas con fórceps de algunos líderes religiosos ligados al presidente Hollande.

¿Estamos diciendo que los musulmanes son malos? De ninguna manera, lo que sí quiero decir, es que debemos tener en claro que todas sus acciones y sus métodos de lucha están totalmente justificados y fomentados en su libro sagrado, en el Corán, y como analista de las tres grandes religiones monoteístas, incluso de sus distintas vertientes, lo digo con fundamento. De hecho, si yo mismo fuera musulmán, hace rato estaría en Siria combatiendo junto al Estado Islámico, y consideraría cobardes a quienes no lo hacen, o al menos a quienes no colaboran de una u otra manera en esta gesta.

¿Me cambié súbitamente de bando? ¿Soy un traidor? De ninguna manera, y mis lectores saben que se me sale mi cristianismo fundamentalista en cada uno de mis trabajos, aunque traten sobre la maleza del sorgo. Simplemente que debemos conocer a quienes nos enfrentamos, sin eufemismos ni maquillajes, pues sino ya estamos vencidos.

Como en el caso de la oncología, si no sabemos a qué nos enfrentamos, nunca podremos ya no digo vencer, sino subsistir.

Hace casi treinta años Ruhollah Jomeini, un gran líder musulmán iraní, predijo que el aperturismo y la liberalidad de las democracias occidentales serían la clave para su destrucción. Para 2020 habrá diez millones de musulmanes en Francia, profesando una fe que enaltece a quienes mueren por ella, contra setenta millones de franceses cristianos y judíos que piensan en qué vino van a tomar el viernes a la noche o donde se irán de vacaciones.

No digo que sociedad es mejor, simplemente que si no dejamos las cosas en claro ya fuimos derrotados. Ya estamos en el baile, ahora hay que bailar. Debo confesar que como cristiano, tengo muchos puntos es común con quienes hoy están enfrente nuestro. ¿Cómo no comulgar, por ejemplo, con quienes prohíben los juegos de azar, la usura, la hechicería, el alcohol, y ven a la ayuda a los necesitados como regla fundamental del creyente? Voy a ir más allá, aún a riesgo de ser criticado por mis propios hermanos. Un tiempo atrás, participé de una charla sobre las nuevas formas de terrorismo, y en un momento en que exponían sobre los atacantes suicidas que utilizaban explosivos en sus ropas, reaccioné cuando llamaron cobardes a quienes llevaban adelante estos hechos, pues dije que a un atacante suicida se le puede decir asesino, sanguinario, cruel, pero nunca cobarde, pues para inmolarse creyendo que se está cumpliendo la voluntad de Dios hay que tener unas agallas grandes como la Biblioteca Nacional. Obviamente casi me echan del salón, pero como siempre digo, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, aunque se incomode a alguien.

Nos cuesta entender a los musulmanes, de hecho no podemos hacerlo, e incluso grande fue mi sorpresa al saber que la gran mayoría de los funcionarios de inteligencia de países occidentales o las fuerzas armadas que van directamente a los frentes de batalla no leen ni una sola vez el Corán. Es inconcevible. Y es una falta de respeto a nuestros enemigos.

Cabe aquí destacar que el Islam considera a Moisés y a Jesús profetas, por lo cual conocen sus doctrinas.

Nos indignó ver las burlas de soldados estadounidenses y británicos a prisioneros en Afganistán e Irak. Estoy seguro que nadie haría eso al saber que esos combatientes luchan por lo que ellos creen es defender a Dios, el cual paradójicamente también es nuestro Dios. Y su libro sagrado, el Corán, los avala para la gran mayoría de las cosas que llevan a cabo y a nosotros nos parecen barbaridades. Si ninguno de nosotros se atrevería a cuestionar la Biblia, por qué pedirle a ellos que cuestionen el Corán.

Reaccionamos con los pelos de punta cuando vemos al trato que dispensan a las mujeres, pero como juzgarlos, cuando su propio libro sagrado dice, entre otras cosas con respecto a ellas, que no podrán entrar al paraíso, en el cual solo entrarán los hombres consagrados a Dios y quienes hayan muerto bajo las banderas del Islam, y allí habrá mujeres de pelo y ojos negros (no aclara de donde vienen), que solo tendrán la necesidad de amar, sin la vulgaridad que implica quedar embarazadas al hacerlo. ¿No me creen? Capítulo II, La Vaca, versículo 23.

Gelaleddin y Elhacan, dos comentaristas del Corán muy anteriores a mi, dicen que la piedra sagrada de la Kaaba es de jacinto y fue traída del Cielo por ángeles, que era blanca apenas llegó, pero se transformó en negra porque la tocó una mujer. Por eso ellas no pueden hacer la peregrinación a La Meca, que junto con el ayuno en el mes de Ramadán son bases del Islam. ¿Podemos señalarlos con el dedo? ¿Desde que lugar? Maracci, un gran teólogo árabe, dice que el profeta Mahoma mantenía las leyes penales de cada zona que conquistaba, es decir juzgaba a cada uno según sus propias leyes. Quizás en este caso deberíamos seguir su ejemplo.

Nos aterrorizamos, nos da escalofríos, y a su vez nos sentimos seres superiores, cuando vemos los métodos del Estado Islámico o ISIS en sus combates, o años atrás ante los atentados de Al Qaeda. Quisiera solamente transcribir algunos párrafos del Corán para que podamos entenderlos, no por eso justificarlos, ni perdonarlos, ni mucho menos dejar de combatirlos, sino por el contrario, entender que debemos hacerlo de una forma fulminante y total, pues es la única forma útil.

En el citado capítulo II, decreta que se debe matar a los infieles donde quiera que se encuentren, y que nada más purificador que bañarse en su sangre. Que no se debe escatimar hacer la guerra, pues los cristianos y los judíos temen a la guerra. Que los musulmanes que abandonan sus hogares y van a pelear la guerra santa, tienen asegurada la misericordia divina y el paraíso. Y lo mismo para quienes aunque no combatan, den sus riquezas para la causa. En la misma línea, el capítulo VIII, establece que si en la batalla pueden hacer prisioneros, éstos deben ser sometidos a suplicios para desanimar a los que vengan después de ellos, y que no hay límites y se deben unir esfuerzos para llenar de espanto los corazones de los infieles (nosotros). Que solo se pueden dejar con vida algunos prisioneros, luego de haber matado a la gran mayoría de ellos.

Los capítulos XLVII y XXII hablan de todos lo beneficios que esperan a quienes mueran en combate, o adaptado a estos tiempos, a quienes perezcan llevando a cabo atentados.

Puedo transcribir muchos versículos más de los 114 capítulos que forman el Corán, pero creo como muestra es más que suficiente.

Antes era Mahoma, su mano derecha Abubeccar y compañía recorriendo a camello los poblados, hoy a través de las redes sociales, que increíblemente fueron creadas por occidente y cedidas al resto del mundo, se captan las mentes de millones de musulmanes incluso de segunda o tercera generación y se los incita a participar de la guerra santa, con la base, como pudimos ver, de los versículos de su libro sagrado.

Entra los analistas de defensa hay consenso con respecto a cuales son los mejores ejércitos del mundo, si bien hay variables cuantitativas que a veces cuesta ensamblar con las cualitativas, pues sino imaginémonos que el ejercito chino sería por lejos el mejor. Dejando de lado estas salvedades, podemos decir que las fuerzas armadas de los Estados Unidos y de Gran Bretaña están en primer lugar. Pero, hasta el mejor soldado, hasta el mas aguerrido de los Navy Seals (fuerza de elite de la Marina estadounidense), tiene en su cama del cuartel una foto de su familia y quiere hacer lo posible siempre para volver a estar con ellos, festejar los cumpleaños de sus hijos y volver para la Navidad. Una gran debilidad frente a combatientes que dejan todo atrás para luchar por su Dios. Que no temen morir, pues morir para ellos es el pasaporte directo a los mejores lugares del paraíso. Contra ellos debemos combatir de una sola forma, sin piedad y sin cuartel, pues no hay otra manera. Es en vano encarcelarlos, tratar de reformarlos, de atemperarlos, pues ni nosotros ni nadie es más importante que Dios, y ellos creen que cumplen su voluntad.

Es una guerra que se pelea contra un enemigo a quien hay que admirar y respetar, pues quien pelea por su fe y por su Dios, y no duda en dar la vida por El, ya esta en una instancia moral superior al resto. Respeto y admiración si, piedad no.

El alemán Juerguen Todenhoefer fue uno de los únicos occidentales que pudieron entrevistar a miembros del Estado Islámico en el ejercicio regular de sus funciones, en Raqqa y en Mosul, las dos capitales del califato. Y él los interrogaba con la visión y la idiosincrasia de un occidental, sobre cosas tales como su régimen de trabajo, es decir si combatían 24 horas por 48 horas de descanso, como la infantería de los Estados Unidos por ejemplo, si tenían cobertura social de algún tipo, como cobraban sus salarios, etc., a lo cual sus interlocutores se miraban entre ellos y no sabían de qué les estaban hablando, y solo con el paso de las entrevistas nos podemos dar cuenta que los yihadistas del EI libran una guerra como se lo hacía hace mil años, solo que con armamento del año 2015. No existen los francos (no los hay en la guerra santa), se come lo que se puede cuando se puede, para dormir e higienizarse rigen los mismos parámetros, y así con todo. Ellos están consagrados a Dios, y nada es más importante que eso. Cuando el alemán les preguntó sobre sus familias, que habían quedado en Europa, en Chechenia, en Rusia, o en cualquiera de las naciones que nutren las filas del EI, sin mostrar tristeza ni resignación contestaron que para ellos la única salida es la victoria, pues saben a sus países anteriores no pueden volver, y que no extrañan a sus seres queridos, pues ellos como sus familias saben que están combatiendo por algo superior.

Así como Todenhoefer y su asistente se miraban sin comprender, así mira occidente a oriente sin poder entender, sin poder creer que las mujeres no se rebelen o huyan en masa, o como rechazan la democracia y prefieren vivir bajo regímenes totalitarios. No debemos juzgar, debemos aceptar los hechos y obrar en consecuencia. La batalla psicológica, y hasta la moral, está perdida. Nuestra religión tampoco nos acompaña en este sentido, pues nos hace sentir culpables si combatimos con firmeza y decisión. El que debe primar es el sentido común, que nos obliga a avanzar en una guerra que es lisa y llanamente por la supervivencia.


Lic. Javier Rafael Maffei



Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Más artículos de Javier Rafael Maffei

Otros usuarios han visto

Ver temas