Que el lujo vuelva a ser lujo y no un sello de horteras y "new rich"
En los últimos años, se ha observado un cambio radical en el concepto de lujo. Lo que solía ser un mundo definido por la elegancia discreta, la calidad impecable y una exclusividad que hablaba en susurros, ha sido reemplazado en muchos casos por una estética ostentosa y saturada que parece estar más enfocada en atraer a las masas que en preservar los valores esenciales del lujo. Este fenómeno, que podría llamarse "Luxurich", plantea una cuestión fundamental: ¿Es este el rumbo que se desea para las marcas que históricamente representaban lo mejor del arte y la artesanía?
El lujo, por definición, no debería ser accesible para todos. No se trata de exclusión social, sino de un concepto que celebra lo único, lo excepcional y lo atemporal. Hoy, sin embargo, muchas marcas de lujo han caído en la trampa de priorizar lo viral sobre lo virtuoso. Diseños llamativos, logotipos desmesurados y una obsesiva búsqueda de impacto visual han convertido el lujo en un espectáculo, pero no necesariamente en algo deseable.
La “estética hortera” y el gusto por lo exagerado, propios de lo "Luxurich", parecen haberse apoderado de grandes nombres, transformando a estas marcas en símbolos de un estatus rápido y superficial. Esto no solo erosiona el valor intrínseco del lujo, sino que también aliena a quienes valoran la sutileza y la maestría artesanal que estas casas solían representar.
Gran parte de esta transformación responde a la aparición de una nueva clase de consumidores adinerados que buscan validación social a través de lo que poseen. En este contexto, el lujo ha pasado de ser un placer personal a una herramienta de exhibición. Los "new rich", lejos de buscar la discreción, abrazan el exceso como una forma de demostrar su éxito.
Para satisfacer esta demanda, las marcas han cambiado su enfoque. Ahora, en lugar de centrarse en la calidad silenciosa y los detalles exquisitos, se busca que los productos sean reconocibles desde lejos, que griten "lujo" en lugar de susurrarlo. Este cambio puede resultar rentable a corto plazo, pero también pone en peligro la esencia y el legado de estas casas históricas.
El lujo verdadero no necesita ser estridente. Se encuentra en el corte perfecto de un traje, en el acabado impecable de un bolso hecho a mano, en los pequeños detalles que solo el ojo entrenado puede apreciar. Es la experiencia de poseer algo que lleva consigo historia, maestría y un compromiso inquebrantable con la excelencia.
Para que el lujo vuelva a ser lujo, las marcas deben recordar que no están en el negocio de vender productos gran escala, sino en el negocio de crear experiencias excepcionales y transmitir un legado. Esto significa priorizar la calidad sobre la cantidad, la autenticidad sobre las tendencias pasajeras y el arte sobre la publicidad estridente.
En lugar de perseguir el aplauso fácil del consumo masivo, las marcas de lujo deberían redirigir su enfoque hacia aquellos que valoran lo exclusivo y lo refinado. Esto implica:
Recuperar la discreción: Diseños que hablen de lujo a través de la calidad y el detalle, no del ruido visual.
Reafirmar la artesanía: Volver a poner el foco en el trabajo manual, las tradiciones y las técnicas que convierten cada pieza en una obra de arte.
Rechazar lo superficial: Apostar por la atemporalidad y la innovación sutil en lugar de las tendencias rápidas y desechables.
Reconstruir la narrativa: Comunicar historias que resalten la historia, los valores y el compromiso de la marca con la excelencia.
Si las marcas de lujo desean permanecer relevantes y deseables en el futuro, deben recordar que el lujo verdadero no se mide por su capacidad para generar "likes" en redes sociales, sino por su habilidad para generar emociones profundas y duraderas en quienes lo experimentan.
El lujo no debería ser un sello de ostentación, sino un recordatorio de lo que se puede lograr cuando la creatividad, la dedicación y el talento humano se unen. Es hora de que las grandes marcas vuelvan a sus raíces y reivindiquen el lujo como lo que siempre debió ser: un reflejo de excelencia y autenticidad, alejándose del paradigma "Luxurich" que tanto ruido y tan poco significado aporta.