Se va el sueño
En realidad todos vendemos algo, solo que algunos se atreven a llegar más lejos.
Cierto o no, vamos por la vida, lo trabajos y las redes sociales prometiendo experiencia, conocimientos, tiempo, personalidad, lealtad y hasta amor. Qué oferta más absurda si reconocemos que el costo es muy alto porque -aunque nos paguen con dinero- muchas veces van en juego nuestros sueños de emprendimiento.
Sé que la estabilidad económica aligera el alma de preocupaciones, pero ¿quién no ha suspirado al leer historias de exitosos que iniciaron con una computadora en un garaje?
Y es que esas ideas de negocio que algunos guardamos en la cabeza y en el corazón podrían ser un valioso plan B en caso de que nuestro matrimonio empresarial se acabe por "culpa de la monotonía" o porque alguien más joven y actualizado nos tumbó el puesto. Nada es garantía cuando en la relación tú tienes un número de empleado y la otra parte, un contrato en la mano.
Los que hemos sido felices en una empresa, celebrando aniversarios, superando pruebas y formando parte de una familia sabemos que es maravilloso y prometedor. Lo que noto es que ese idilio, a veces nos aparta del anhelo de ser dueños y señores de nuestro propio negocio.
¿Será que nos relajamos con la quincena asegurada? ¿Será que el tiempo y la energía no dan para ambas cosas? ¿Será que en realidad no creemos lo suficiente en nuestro plan independiente?
No lo sé, pero veo con alegría que la realidad actual empuja cada vez más almas libres al deporte extremo del emprendimiento. Me maravilla toparme por la calle o por la web con ideas hechas negocio. Me motiva ser testigo de que estamos logrando el equilibrio entre el trabajo fijo y el independiente y, sobre todo, me tranquiliza ver que poco a poco rompemos los prejuicios hacia los proyectos nuevos y las mentes detrás de ellos.
No están huyendo de la formalidad, no son flojos, no son ilusos, no son pequeños. Al contrario, representan un valioso intento generacional por asegurar la provisión en la vejez. Son un grito colectivo en defensa de la calidad de vida, el latido de quienes sacan del cajón las buenas intenciones y las transforman en proyectos vivos.
Pero en este escenario también existen los que nunca han tenido un empleo corporativo, hablo de quienes atienden los supermercados, las gasolineras, los almacenes, o los obreros que cobran menos de lo que creemos. Ellos también están expandiendo el mundo del emprendimiento.
Hace poco renté por Facebook un inflable para celebrar el cumpleaños de mi hijo en casa de sus abuelos, en una comunidad muy pequeña cerca de Tlaxcala.
Resultó que gané un segundo juego solo por ser la primera compradora del año (¡vaya muestra de atención al cliente!), pero eso obligó a que me los llevaran en dos viajes y es que se trataba de una familia que hacía las entregas en un carro pequeño “de batalla”, en el que por supuesto no cabían los dos castillos.
Cuando los vi llegar en la noche entendí que venían de su jornada laboral. Ahí estaba, una pareja madura, seguramente cansada del trabajo, descargando, acomodando y vaciando los pulmones para dejar todo listo.
Sentí tanta admiración que escribí esto que hoy les dedico porque -sin pretenderlo- me recordaron que no debemos tener todos los recursos para empezar un negocio y que el sobreesfuerzo de cada intento será lo que nos coloque más allá de la cómoda estabilidad.
A ellos, gracias.
Periodista y escritora en Independiente
1 añoHermoso texto y homenaje. Un placer cuando nos damos cuenta del esfuerzo de otros, para continuar con lo propio y redoblar esfuerzos.