A seguir las huellas... del carbono
La huella de carbono es un indicador de la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que se emiten a la atmósfera en cierta actividad. Si bien el impacto ambiental de la producción y uso de fertilizantes se viene estudiando desde hace varios años, últimamente la lupa se puso sobre el impacto climático.
"Cada fertilizante deja abierta una huella de carbono diferente", había dicho hace algunos años en Córdoba (en el marco de un Congreso Tecnológico Crea) Frank Brentrup, responsable de la investigación ambiental en el Centro de Investigación de Hanninghof de Yara Internacional. Buscando herramientas disponibles para reducir el impacto climático desde el agro, Brentrup desarrolló la metodología de medición de la huella de carbono para los fertilizantes (“life cycle assesment”), que permite identificar los puntos críticos de emisiones y absorciones de GEI durante todo el ciclo de vida de los fertilizantes. Si vamos a resumir brutalmente, podríamos decir que la actividad agrícola sería emisora, mientras que los bosques son captadores de GEI.
La de cal, la de arena
Globalmente, la agricultura genera el 14% del total de las emisiones, contra un 40% de la industria. En esta ecuación, los fertilizantes tienen mucho peso en el aumento de la productividad: casi la mitad de la humanidad accede a alimentos producidos gracias al uso de fertilizantes minerales… que también generan GEI.
“Durante las etapas del ciclo de vida de los fertilizantes se emiten gases de efecto invernadero, como el CO2 (dióxido de carbono), el N2O (óxido nitroso) y el CH4 (metano), entre otros. Para poder comparar las diferentes emisiones de gases, se ha creado la unidad equivalente kg eqv CO2/Kg N”, decía Brentrup. “Lo primero que surge de esta medición es que diferentes tipos de fertilizantes poseen distintas huellas de carbono, y para comparar correctamente los tipos de fertilizantes, se debe contemplar el ciclo de vida completo… incluir todos los puntos críticos, desde la producción en fábrica, pasando por la aplicación a campo y llegando hasta las emisiones de GEI que se producen en la cosecha de un cultivo”.
Hoy, muchas industrias están en proceso continuo de mejora en la medición y reducción de la huella de carbono de los fertilizantes, desde su producción hasta su logística y aplicación. Y han logrado reducir bastante las emisiones, pero todavía hay mucho por mejorar.
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Se aumenta, se achica... al revés también, y todo lo contrario
Cuando Brentrup habló de las dosis, planteó esta dicotomía: para producir determinada cantidad de alimentos utilizando bajas dosis de fertilizante, necesitaríamos incrementar la superficie agrícola actual... mientras que dosis extremadamente altas de fertilizantes generan altos rendimientos, pero que no compensan las emisiones generadas. Proponía optimizar las dosis a utilizar, maximizando la productividad e incrementando la eficiencia agrícola. Así, se evitaría la expansión de las superficies cultivables en perjuicio de áreas de bosques, selvas y montes, que son naturalmente captadoras de CO2. “La remoción de la vegetación nativa tiene un impacto de aproximadamente un 12% sobre el total de emisiones de GEI, y esto es clave a la hora de evaluar sistemas productivos y comparar prácticas agrícolas”, agregó.
¿Todos los fertilizantes emiten lo mismo? No: existen diferencias relacionadas con la fuente nitrogenada, el tipo de aplicación, el clima, el suelo y el manejo. Los fertilizantes basados en nitratos (de amonio, de amonio calcáreo, de calcio) y producidos con tecnologías modernas han demostrado ser generalmente más eficientes y tienden a ser más amigables con el ambiente que los que vienen de fuentes úricas… que, desde que son aplicados en el suelo, generan mayores emisiones.
¿Cómo el productor puede contribuir a reducir el impacto ambiental? “El aumento de producción por unidad de superficie, la eficiencia en el uso de nutrientes y la elección de insumos que tengan una menor emisión de GEI son aspectos a tener en cuenta cuando pensamos en un menor impacto climático”, agregaba Brentrup. ¿La recomendación de fondo? Tratar de ser eficientes en el uso del nitrógeno, el nutriente de mayor consumo en cultivos de cosecha, ajustando al máximo la demanda real del cultivo con la dosis aplicada y en el momento justo.
¿Hay herramientas que ayudan a esto? Sí: los análisis foliares y de suelo. “También es importante la estructura del suelo... todas aquellas prácticas que mejoren la porosidad, la infiltración y el drenaje van a ayudar a reducir las emisiones. La compactación tiene un efecto muy nocivo, independientemente del fertilizante que se aplique”, concluía. Observación: métodos de cultivo como la siembra directa, casi generales para el complejo de la soja, ayudan a la compactación.
Y no fueron los ambientalistas: hace más de 10 años, el gobierno de Brasil lanzaba el “Plan ABC” (Agricultura de Bajo Carbono), con una serie de propuestas tecnológicas para reducir las emisiones de los gases llamados por los brasileños “de efecto estufa”: allí, la FBN (Fijación Biológica del Nitrógeno) era apuntada como gran aporte, por medio de la rotación de cultivos y el uso de abonos verdes principalmente. Y la integración de agricultura, ganadería y reforestación también apuntaba a darle combate frontal a las emisiones de GEI.
Sería una buena estrategia, ahora que - por la guerra entre rusos y ucranianos - los precios en el mercado global de fertilizantes parecen una cañita voladora.
(Fuentes: Plano ABC, Gobierno Federal de Brasil. Diario La voz del interior, Córdoba)