Ser hostelero en Bélgica en tiempos de Covid-19

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En varios países del norte de Europa, entre los cuales Bélgica al que yo estoy vinculada personal y profesionalmente, se está anunciando ya la reapertura de bares y restaurantes. ¿Qué envidia no? Qué suerte tienen… ¡Parad! Antes de pronunciar esas palabras nefastas para los ánimos, analicemos la situación de nuestros amigos del norte más en detalle.

Un país sin mar ni sol

El pasado viernes 17 de abril, los medios de comunicación belgas anunciaban que este verano se limitará el acceso a la zona costera del país, una línea de playa de 70km de largo que posee unas 15 estaciones balnearias, cada una con su identidad y atmosfera propia, pero todas destinadas a una población con alto poder adquisitivo. La limitación, que está siendo discutida por los ayuntamientos locales, permitirá únicamente a residentes y propietarios de segundas residencias de la zona acceder a las playas. Obviamente, para los comerciantes y hosteleros locales esta medida sería una catástrofe, ya que “la côte” supone uno de los mayores atractivos turísticos del país. Esta zona acoge cada verano a 8 millones de turistas belgas y extranjeros, entre los cuales una parte proviene de la ciudad de Brujas a menos de 20km, que representa el valor turístico más importante del país y cuyo potencial (más de 8 millones de turistas en 2018) se perdería.

¿Y por qué hablo yo de Bélgica en la situación actual en la que ya tenemos bastante con lo que tenemos? Pues porque con las previsiones alarmantes que se están haciendo para la recuperación de la hostelería en España (que si julio, que si agosto y ahora que si Navidad), yo me pregunto: ¿si España, que fue el segundo país más visitado del mundo en 2019, ya teme por la solidez de su red hostelera, como sobrevivirá la hostelería en países del norte o del este de Europa que no pueden beneficiarse del impulso que supone el turismo para la economía local?

Y es que, como sabemos, y como se imaginan en el norte de Europa, España es un país de bares, de comer y beber fuera, de fiesta y de alegría. Con sus 260.000 establecimientos de restauración y 50.000 de alojamiento, el sector de la hostelería contribuye con un 6,2% al PIB nacional. La omnipresencia del sector es tal que se plasma en nuestros televisores y nuestra prensa. ¿Cuánta actividad vinculada con la hostelería española hay ahora en nuestros Instagrams? ¿Cuántos “directos” y webinars con especialistas españoles vemos circular a la semana? ¿Cuántas publicaciones relacionadas con el comer y el beber existen?

En Bélgica el turismo es muy diferente. Para empezar es muy local, por lo que:

1) Ya que de costumbre no es un destino de veraneo, este año probablemente no reciban ningún turista extranjero (que son en su mayoría americanos, españoles y chinos, con eso lo digo todo);

2) En un país cuyos habitantes se dirigen en masa a sus playas en cuanto sale el sol, una limitación del turismo interior representará una perdida casi total de ese componente del PIB.

Y además sin música ni restaurantes.

Por otra parte, otro de los aspectos importantes del turismo belga son los 450 festivales de música que ofrece, y que se concentran entre mayo y septiembre en un territorio igual de grande que Cataluña. [Ojo al dato: en la península contamos “solo” unos 850 festivales al año.] Esta cifra posiciona a Bélgica como el líder europeo incontestable en número de plazas de festival por habitante y esto atrae a una parte principal del turismo extranjero. Durante esos días en la que las localidades vecinas a los festivales se llenan de gente, el incremento de las ventas para los restauradores llega a su máximo anual. Desgraciadamente, la mayoría de los festivales han sido anulados, al igual que las reservas de hotel que derivan de ellos. Más de 1 millón y medio de asistentes; imaginemos la perdida de facturación para la restauración y marcas de alimentación y bebida que eso supone.

Pero centrémonos en la restauración únicamente. Bruselas por ejemplo cuenta con solamente 7.500 establecimientos de restauración y Bélgica 55.000, y eso a pesar de la popularidad creciente de la gastronomía y de la curiosidad por la cocina de otros países. Existe una gran diversidad de conceptos, con cocina muy fiel a la original. Es fácil encontrar una pizza de la misma calidad que en Nápoles o un bibimbap auténticamente coreano. Pero a pesar de esto, la restauración no vive el mismo auge que en España. La prensa especializada se nutre de la francesa, al igual que los programas de televisión.

No hay “directos” en Instagram ni chefs haciendo #1dia1receta. Culturalmente, el belga no come tanto fuera de casa como el español y no pide comida a domicilio tan a menudo como nosotros. De hecho, las cifras del delivery no han aumentado tan significativamente como en España este último mes. En otras palabras, la locura gastronómica en Bélgica no llega ni a la mitad de la nuestra. En esta situación en la que suprimimos turismo interior cerrando las playas, turismo exterior anulando los eventos y festivales y que por un factor cultural se seguirá comiendo en casa más que fuera, nos podemos hacer muchas preguntas. ¿Cómo podrá sobrevivir la hostelería en Bélgica (o en Holanda o Alemania)? ¿Qué panorama tendremos allí en junio, julio y Navidades, horizontes que manejamos aquí? ¿Qué consecuencias tendría eso en la economía local, con un sector de la hostelería que representa casi 3% del PIB y el turismo un 6%, ambos la mitad que en España? Claro está, campañas de publicidad como nuestras “España te espera” y #yoviajoporespaña, cuya utilidad queda por demostrar, no sirven de nada en un país que no le da tanta prioridad a la hostelería como los españoles. Sus restauradores deberán contar principalmente con las ayudas del estado para salir de esta situación (que menos mal son consecuentes y rápidas en llegar).

España seguirá siendo el país de los bares.

Sí, la situación es terrible para nosotros españoles y para nuestra hostelería. Pero en un intento de hacernos relativizar propongo un experimento. Imaginémonos que el coronavirus hubiese aparecido cuando nuestro turismo volvía a niveles normales tras los atentados del 11M. Añadámosle ahora todas las circunstancias que hemos enumerado y una duración para la temporada de verano de 2,5 meses o 3 a lo sumo y no casi 5, como en España. Pues ahí tenemos a Bélgica y a sus hosteleros, compañeros y amigos míos, preguntándose cómo saldrán esta vez de esta, ahora que el país y su industria turística y hostelera terminaban de reconstruirse tras los atentados de marzo de 2016.

Es verdad que la economía global de esos países que envidiamos por tener mayor estabilidad económica y bienestar social se recuperaran antes que nosotros, pero lo que es el sector de la hostelería ya es otro cantar, y eso a pesar de que empiecen a reabrir las puertas de los restaurantes.

Como después de los atentados de 2016 en Bruselas, los demás sectores tendrán que tirar de la carreta de la hostelería para que ésta remonte la cuesta y esta vez con el añadido del miedo a socializar por parte del cliente.

En España, ese miedo será franqueable mucho más rápido, porque seguiremos siendo el país de los bares, de comer y beber fuera, de la fiesta y de la alegría. Y que culturalmente nosotros necesitamos socializar y salir, y esas ganas de terraza no nos las quita nadie. Saldremos de esta porque tenemos modelos de países que lo han conseguido, China, Corea del Sur y Nueva Zelanda, para inspirarnos y marcarnos las pautas. Porque tanto a clientes como a hosteleros lo que no faltan son ganas, y a los extranjeros que desean venir a visitarnos tampoco. Porque somos los mejores en contagiarles esas ganas a nuestros turistas, que vienen no tanto por nuestro patrimonio y la belleza de nuestros paisajes si no por nuestro modo de vida. Y es a eso a lo que nos tenemos que aferrarnos y lo que salvará nuestra industria antes que a nuestros vecinos del norte.

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