"Sergio o cómo reinventarse".
Sergio López-Andújar Alonso comenzó a jugar al fútbol sala a los diez años en su colegio de Torrejón de Ardoz, el Diego Laínez. Se apuntó como muchos de sus amigos. Hizo las pruebas para formar parte del equipo. Ya entonces Sergio destacaba por la coordinación y la destreza debajo de los palos. Lo que nadie supo durante su carrera deportiva es que en el pecho llevaba una bomba que desde su nacimiento podía haber estallado en cualquier momento.
Si te metes en LinkedIn, el currículum deportivo de Sergio es el siguiente: «Jugador profesional de fútbol sala desde 1995 al 2008. Dos veces elegido mejor portero de España de la LNFS, 1 Campeonato de Liga, 2 Copas y 36 veces internacional absoluto».
Lo que no pone es que, cuando estaba en su mejor momento, a los 26 años, cuando estaba a punto de cumplir el sueño que había perseguido desde el colegio, acudir a un Campeonato del Mundo, el corazón le dijo hasta aquí hemos llegado.
1. El día D
Sergio acudió junto a tres compañeros más de la Selección Nacional de Fútbol Sala y el médico, Lorenzo García, al Centro de Alto Rendimiento de la Residencia Blume, en Madrid, para hacerse las pruebas rutinarias en estos casos: análisis de sangre y orina, prueba de esfuerzo, ecocardiograma... Cuando la doctora Araceli Boraita comenzó a explorar el corazón del portero, enseguida frunció el ceño: una malformación congénita estaba poniendo en riesgo la vida del portero. Y así se lo comunicó en ese mismo instante: «Creo que vas a tener que dejar de hacer deporte con esto que estoy viendo aquí». El corazón, que en la imagen no paraba de bombear sangre, tenía una válvula que, en vez de ser tricúspide, era bicúspide y además sacaba la sangre en una dirección incorrecta, lo cual estaba provocando una estenosis de la aorta. La artería estaba seria- mente dañada. El paso de los años, el deporte de alta competición, la malformación... Eran demasiados factores en contra y en juego estaba la vida del portero de la selección.
El primer vistazo de la doctora se lo dejó claro: la dilatación de la aorta no dejaba más opciones: había que parar inmediatamente y valorar una posible operación, ya que en cualquier momento Sergio podría fallecer.
Fuera, el grupo de compañeros esperaba en los sofás a que acabaran las pruebas para regresar a la Ciudad del Fútbol, donde se encontraban concentrados. La cara con la que Lorenzo, el doctor, salió de la sala acalló el barullo. «Le han visto algo a Sergio».
Cuando la doctora Boraita le comunicó a Sergio su patología, éste no pensó en el final de su carrera deportiva, ni en todo lo que había luchado por llegar hasta allí. Su primer pensamiento fue: «Menos mal que me lo han visto a tiempo. Si no, me hubiera quedado por ahí tirado. En cualquier momento el corazón, sin previo aviso, me hubiera explotado, como lamentablemente hemos visto en ocasiones por la televisión». Su primer mensaje no fue de rabia, ni de pena...sus primeras palabras fueron de agradecimiento: «Bueno, muchas gracias por haberme diagnosticado el problema». En cuanto pudo llamó a su novia, regresó a la Ciudad del Fútbol, recogió su habitación, se despidió de todos y se reunió con Raquel. Ambos estuvieron toda la tarde reflexionando. Al día siguiente se lo contó a sus padres, Enrique y Lola, y a su hermano David.
El 13 de octubre, tras pruebas, análisis y valoraciones, le comunicaron lo que había:: «Hay algo que no cuadra. La salida de la aorta está muy dilatada. Aparte la válvula es bicúspide. Hay una medida que se sale de lo normal. El diámetro de la aorta es exagerado. El chorro que sale del corazón no sale de manera normal, no sale recto sino de lado y golpea constantemente en la pared, formando una dilatación muy peligrosa. Conclusión: hay que abrir lo antes posible».
2. Golpe a la selección
El 30 de octubre del 2004, en plena preparación de la Selección Nacional de Fútbol Sala para el Mundial de China Taipei, en la página 27 del diario Marca, publiqué el siguiente artículo: «La pelota y sus caprichos».
«La pelota es al jugador lo que la palabra al periodista. Uno cree que juega, que se divierte con ella, y, en realidad, es al revés. Ellas, de bote en bote o de boca en boca, nos usan, nos manipulan para sobrevivir. Nos creemos los dominadores, pero estamos expuestos a lo que se les antoje. Los caprichos de la pelota han dejado fuera a Daniel, Cristian y Sergio. El primero es del tipo de jugadores que no se recuerdan, sino que se sueñan. Con su ausencia perdemos creatividad y atajos para llegar a la portería rival. El último en lesionarse ha sido Cristian. Domina todos los aspectos de nuestro deporte: capacidad de reacción, visión de juego, saque milimétrico... El ligamento de su rodilla nos ha quitado un seguro de vida, aunque por su juventud tiene aún muchos campeonatos por delante. La pelota le ha dicho a Sergio que se tome un respiro, que tiene un corazón muy grande, pero que tiene que cuidarlo. El deporte es sano, el de competición, no. Él lo tiene claro: ha elegido parar por el momento. Es un cambio brusco y duro, aunque una vez que has sido portero, estás preparado para cualquier situación. Mucha suerte, amigo. Las bajas están siendo una adversidad. Pero como ha dicho Serrat, lo importante de la vida, no es lo que te pasa sino cómo te enfrentas a lo que te pasa».
Antes de comenzar el Mundial, la adversidad nos quitaba parte de las expectativas. Perdíamos a nuestro mejor jugador, Daniel. Sin duda, el mejor de todos los tiempos en nuestro deporte. Y también perdíamos a dos de los tres porteros que iban a defender nuestra meta: Cristian y Sergio. Era duro para todos y especialmente para el responsable de la selección, Javier Lozano. Pero fue aún más duro saber que en el caso de Sergio el asunto era realmente grave. Dani y Cristian volverían a tener oportunidad de darle a la pelota. Pero, ¿y Sergio? Las lesiones de Dani y Cristian eran importantes porque afectaban al aparato locomotor. Los dos vieron cómo sus rodillas se rompían. No obstante, en Sergio estaba en juego su vida.
La selección acudió al Campeonato del Mundo sin tanto potencial como a priori se preveía. Perdimos por el camino creatividad y posibilidades. Pero aquello nos unió aún más como grupo. Quizá no éramos tan buenos. Pero sin duda formábamos un conjunto tremendamente cohesionado. Aquella desgracia, vista con la perspectiva del tiempo, fue pegamento para el equipo. La adversidad nos unió más que nunca. Y eso se transmitió en cada partido.
La imagen la tengo grabada en mi memoria desde aquel cinco de diciembre del 2004. Nada más entregarnos la copa que nos acreditaba como los mejores del mundo, Fran Serrejón y Kike, mostraban la camiseta en la que se podía leer «Sergio, estamos contigo». Él no estaba en la foto final, pero estaba presente en el pensamiento de cada uno de los integrantes de aquella maravillosa expedición.
Una semana y un día más tarde, uno de los que recibieron la medalla de oro en aquel lejano lugar, se encontraba junto a Sergio y su familia en la habitación del Hospital de Córdoba. Sergio no recuerda con claridad los instantes anteriores a la operación. Es lógico: le habían suministrado desde el día anterior muchos tranquilizantes. Pero el doctor de la selección, Lorenzo García, que había vivido tan de cerca todo este proceso desde el primer minuto, estaba allí. «Hay que reconocer que fue admirable cómo llevó todo. El día que le operaron estaba con él en la habitación, con sus padres y su novia, y era él el que daba ánimos; era consciente de que había tenido suerte y le habían diagnosticado una patología cardíaca que en poco tiempo le hubiera mandado a la tumba, así que tenía unas ganas terribles de operarse y olvidarse de la pesadilla que estaba viviendo».
Esa misma noche, rodeado por los suyos, con el pecho ardiendo y como si su cuerpo fuera ya viejo, Sergio pensó en la delgada línea que separa una vida de la otra, del deporte de alto nivel al sedentarismo, de luchar por un título mundial a luchar por vivir lo más normal posible. Y pensó en que, en cierto modo, lo que estaba viviendo ahora, lo había vivido ya. Sergio había sido portero; Sergio era portero; Sergio sería portero para siempre. Y un portero de fútbol sala vive rodeado de compañeros, protegido por el grupo. Pero en último término el portero tiene que sacar el partido adelante. En los momentos críticos los porteros dan la cara y ganan el partido o lo pierden. Sí, juegan en un deporte colectivo, pero al final el guardameta se enfrenta a sus miedos, a sus rivales. Y se queda en un mano a mano, en un uno contra uno. En soledad vive los momentos más intensos. Por eso el portero marca el carácter del equipo. Ahora, viendo que en la habitación estaban todos sus seres queridos, Sergio sintió algo que le pasaba en cada partido, como si la vida le hubiera estado preparando para afrontar este momento decisivo: sí, os agradezco que estéis junto a mí, que me deis todo el cariño y la atención, pero esto lo tengo que sacar adelante cueste lo que cueste. Así que tomó un espirómetro (ese aparatito transparente en el que hay que elevar unas diminutas bolas livianas, pero que cuando uno arranca de cero, parece como si estuvieran hechas de hormigón) y comenzó la rehabilitación con un único objetivo: volver a sentirse jugador de fútbol sala.
Estuvo siete días ingresado en el hospital. Cada día notaba una pequeña mejoría. El primer día apenas podía moverse. El segundo ya podía incorporarse. El tercero, ya pudo pasearse por los pasillos... Y al séptimo no descansó, porque no paró hasta volver a vestirse de corto.
Trabajó duro y contra el sentido común. Casi todos los que le rodeaban pensaban que no lo conseguiría, incluso que lo que es- taba haciendo era una locura. Pero nadie se lo expresó con contundencia porque su forma de enfrentarse a lo que le estaba pasando acallaba cualquier argumento. No dudó un instante y trabajó como un salvaje. Primero, aeróbicamente, sin cambios de ritmo, sin brusquedades. Y siempre controlado por la doctora Boraita y por el cuerpo médico del conjunto murciano. El entrenador de porteros del equipo, Marcus Vinicius, Guaiba, se convirtió en su sombra y en su bastón. También el preparador físico, Chevi, y el fisioterapeuta, Alberto.Todos le marcaron el camino y le ayudaron. Poco a poco fue metiendo ácido láctico al cuerpo y comenzó a volver a sentir al bicho del que habla Vargas Llosa dentro de su cuerpo. Así, hasta que a los cinco meses se entrenó junto al resto del equipo. Se vistió de corto y se sentó en el banquillo y recibió el aplauso y el reconocimiento de todos los que vivieron de cerca su progresión, 532 días después de la operación.
Hasta el final de la temporada tan sólo jugó un partido y medio. El día de su reaparición marcó el único gol de su carrera deportiva. No defendió apenas la portería, pero sabía que aún estaba lejos del nivel al que había llegado antes de la operación. Ya jugaba, pero no terminó de sentirse portero hasta más adelante.
La siguiente temporada fichó por el Reale Cartagena y allí se disputó el puesto de portero titular con Cristian. Pasó de la zona de calentamiento al lugar donde todo jugador quiere estar: en el 20 por 40, en la pista de juego.
En Cartagena consolidó lo que había imaginado en el hospital nada más abrir los ojos y preguntar si le habían cambiado la válvula de su corazón. Y se sintió importante de nuevo. Se sintió feliz.
La siguiente temporada fichó por Playas de Castellón. No sabía entonces que sería su última campaña. No sabía que la doctora Boraita le diría a mitad de la temporada que el corazón no le daba para más, que la insuficiencia cardíaca comenzaba a deteriorarse, que ese era su punto y final en el deporte de alto nivel. Y curiosamente fue este año cuando alcanzó el nivel que le había abandonado tras abrirle el pecho.
El compromiso de Sergio le llevó más allá del límite. Meses antes de acabar el campeonato, le aconsejaron que debía retirarse, pero él no paró hasta el final de la campaña. No se lo dijo a casi nadie, pero se la estaba jugando. En cada partido, en cada entrenamiento, en cada disparo. Pero terminó, como lo hacen los grandes porteros, luchando como un felino cada balón.
El verano en el que cumple 30 años marca el final de su carrera deportiva. Todo le ha ido indicando una única dirección, la de salida. Acaba la licenciatura de INEF, su pareja se queda embarazada, la aorta no aguanta más embestidas... Los meses de julio y agosto le sirven para disfrutar del embarazo, para estar de verdad con su mujer, para aclimatarse a su nueva situación.
Sergio hace cosas muy positivas en estos momentos tan críticos: se toma su tiempo para reflexionar, pero no se relaja. Descansa brevemente y se pone en marcha en seguida. No se frena, sino que toma impulso. Sabe que debe trabajar, actualizarse, hacer cursos, poner en marcha su red de contactos. Además, se centra en algo que le cambiará la vida: el nacimiento de su hija. Esto también es fundamental: prestar atención a partes de la realidad que no tienen que ver con el deporte. No se centra en lo que ha sido como deportista, sino en lo que tiene que hacer como padre. Y eso le facilita la transición, el cambio. Ya no todo gira alrededor de Sergio, el deportista, sino que en su vida los demás también cobran la misma importancia en su agenda diaria.
Antes de lo esperado le surge una oportunidad de oro y, como buen portero, se lanza a tumba abierta. El Comité Olímpico Es- pañol (COE) abre un proceso de selección para elegir deportistas que muestren los valores olímpicos a los estudiantes de secundaria de toda España. Se presenta y, por supuesto, le eligen para este proyecto educativo. Es diciembre. Diez días más tarde de comenzar con su primer trabajo fuera del deporte de alto nivel, nace su hija. Así que se toma unas semanas de baja para estar cerca del núcleo de su vida, su mujer y su pequeña.
Durante estas semanas le llaman del CSD y le hablan de un nuevo proyecto, el PROAD. En menos de dos meses a Sergio se le presentan alternativas de vida muy ilusionantes. Acababa de decir adiós al deporte profesional y aquellas dudas que le asaltaban por no saber qué hacer se convertían ahora en posibilidades de trabajo muy satisfactorias. Sin apenas tiempo para decidir, como le había pasado tantas veces en el deporte, Sergio dice que sí al PROAD. El 2 de febrero comienza a trabajar. Ahora él es un tutor y tiene la responsabilidad de hacerse cargo de 60 deportistas de alto nivel que representan a España en Juegos Olímpicos y campeonatos del mundo.
El trabajo de Sergio, al igual que el del resto de tutores, es principalmente a distancia, a través de la Red, pero, en ocasiones, el deportista pide que le visites y, como se genera tal complicidad, es fundamental verse cara a cara y contarle las cosas mirándole a los ojos. Este programa es muy proactivo, intenta adelantarse a las necesidades que el mercado laboral les exigirá a los deportistas cuando se retiren. De ahí que tanto Sergio como sus compañeros no paren de mandar información y recordatorios de lo que deben hacer, de las posibilidades de cursos, de ofertas de empresas... Actualmente Sergio se encarga de más de 60 deportistas que entrenan en Valencia, Murcia, Madrid e Islas Canarias. Y utiliza sus propias experiencias para aconsejarles y orientarles de la mejor manera posible.
Sergio nos recuerda que es importante saber la diferencia entre deportista profesional, deportista de élite y deportista de alto nivel. La gente confunde estos conceptos, incluso los propios deportistas. También nos recuerda que cuando Almudena Cid y Alex Correjta presentaron el PROAD en sociedad allá por el 2009 dijeron que era una pena que ellos no hubieran disfrutado en su época de una herramienta tan útil.
3. El Pepito Grillo de los deportistas
Nadie mejor que Sergio puede mostrarnos cómo, de repente, la vida te da un zarpazo y te arranca de raíz de tu sitio y te deja desubicado. Y nadie mejor que él puede mostrarnos qué se debe hacer para sobreponerte a la adversidad. «Yo soy el Pepito Grillo de cada deportista. Me pego a él y le digo todo lo que puede aportar a la sociedad, todo lo que lleva dentro y no sabe. Cuando te quedas sin tu deporte, sin tus reglas, te quedas vacío, sin armas con las que enfrentarte al mundo. Los tutores generamos confianza al deportista y le mostramos todas las competencias que tiene, pero que desconoce que tiene y que puede aplicar al mundo laboral. El agradecimiento de los deportistas que encaminan sus vidas profesionales gracias al PROAD es lo más reconfortante de nuestro trabajo. Cuando te dan las gracias, te vale por todo lo demás.
Me da mucha rabia cuando el deportista deja de lado lo que está por venir. Yo he tenido la suerte de trabajar aquí, donde puedo ayudar a otros deportistas. Esa sensación no tiene precio. Tiene un valor incalculable».
«Nosotros les guiamos, pero no decidimos por ellos. Les facilitamos la vida, pero no les solucionamos todo. Les facilitamos, pero no les generamos comodidad porque si les acomodamos en exceso, está todo perdido. No hay que quitar tiempo de descanso, ni de entreno... Es aprovechar el tiempo mejor, de una manera más eficiente. Se tienen que desengañar ellos mismos, de que no sólo existe el deporte, de que hay más cosas».
«Tenemos casos de deportistas de primer nivel que no han terminado la ESO porque ha competido en un deporte a edad temprana y han tenido que competir a nivel internacional. Es un programa voluntario. Entras porque quieres sacarle un provecho, pero si el deportista no quiere, se le retira el apoyo hasta que nos lo vuelva a demandar. Hay contactos diarios, semanales, mensuales... Depende de cada deportista... Se han dado muy pocos casos de deportistas que no han querido seguir, pero ya digo, muy pocos casos».
Los primeros meses tras su operación Sergio creó una barrera con respecto a los demás. Todos (amigos, conocidos, aficiona- dos y familiares) querían acercarse, pero él no les dejaba. Y se atrincheraba en su barrera física y mental. Con el tiempo Sergio se ha convertido en un referente para muchos, en alguien a quien imitar por cómo se enfrentó a lo que le sucedió y por cómo superó todos sus miedos. Sergio es un ejemplo, un modelo a seguir para todos. Así es Sergio: deportista, amigo, tutor, padre y, sobre todo, grande, muy grande.
Funcionario en GISS
6 añosApoyo y afirmo
RESPONSABLE EN TORREJON DE ARDOZ
6 añosAmén.