Siempre.

Juramos amor eterno, estar hasta el fin, nunca faltar. Obviamos nuestra fecha de expiración en pos de ofrendarlo todo por los mas altos compromisos y lealtades.

Nos olvidamos de aquellas cosas que nos hacen "ser", fantaseando con esos "no ser" que nos permiten pretender, aunque sea por un ratito, que vamos a estar ahí, allá, acá y en todos lados, cada vez, cada siempre.

Pero la verdad es que no siempre vamos a poder estar. La realidad es que nuestra atención no puede estar en todos lados y en todas las veces. Por más que apostemos a subsidiar con sofisticados mecanismos artificiales la prometida omnipresencia inmortal, las probabilidades de "no estar", siempre van a estar ahí.

En los tiempos que corren, y que muchas veces nos corren, terminamos descuidando algunas de esas incumplibles promesas, en pos de otras que sí podemos cumplir. Pactos de menor valor o cuantía, pero no por ello menos importantes. En definitiva, como todo en la existencia, es una cuestión de saber en qué poner foco y en qué no.

Cuando hablamos de las relaciones con quienes nos eligen como proveedores de servicios, es importante entender e identificar aquellos momentos que son los mas importantes. Esos instantes donde tenemos que causar la mejor impresión. Los llamados "momentos de la verdad", son esas interacciones donde "no estar" será sinónimo de "no te elijo" o, peor aún, "nunca más".

La experiencia del cliente, entendida como algo virtuoso, es la suma de todos esos pequeños momentos de verdad que, al amparo de la promesa omnipresente e inmortal, se construyen en un delicado balance de aciertos y errores.

Los aciertos se aseguran, entre otras acciones, en el entrenamiento y el control de calidad, los errores se pagan en cicatrices que van desgarrando un pequeño y trascendente hito: que alguien nos haya elegido.

Retomando las ideas del inicio de este artículo debemos prometer estar, cumplir y ser aquello por lo cual nos han elegido: no sólo una vez, no sólo cada vez, sino SIEMPRE.