Los legados
Si tienes la fortuna de poder compartir momentos con alguno de tus abuelos/as, aprovéchate. Concédete ese tiempo paras dejarte llevar por sus historias, anécdotas que en algunos casos ya habrás escuchado en reuniones familiares. Los abuelos son en muchos casos los poseedores de ese legado, historias vividas a las cuales dotamos de un significado y una emoción. Lo mismo un día nos descubrimos rememorándolas permitiéndonos recordar porqué y cómo las reprodujeron de forma cómica o trágica, pero en cualquier caso interpretadas para su querido público. Los padres/madres por extensión también dejan legados, aunque a mi modo ver, afloran de manera menos consciente. O quién no se ha visto a sí mismo haciendo eso que siempre juró que no haría porque le repatea de sus progenitores y sin previo aviso, le brota. Como una buena amiga diría: “no lo hurto: lo heredo”. Ante este brete vital, tenemos dos alternativas: pensar en que estas herencias no conllevan gravamen, por lo tanto ya son nuestras sin ningún tipo de peaje. O bien librar una batalla interna en modo rebelión, lo que ya implica peaje al menos en tiempo y desgaste. Personalmente, me decanto por la primea opción.
Siento que podemos cambiar el enfoque: ya que somos depositarios del material genético (alopecia, disgusto por las arañas, anchura de caderas o facilidad para el cálculo matemático), busquemos el mejor relato adaptado a lo que en verdad somos. Sin embargo, con lo que verdaderamente podemos trabajar es con el patrimonio educativo y en valores. Véase: los chicos no lloran en público, el célebre “ni parque ni parca” o si no lo comes, lo cenas. El valor de la lealtad me viene a la cabeza. Volver una y otra vez a lo que somos gracias a esas otras personas que nos han cuidado, criado y querido, es una manera de mostrarse leales a su labor y a lo que podemos llegar a ser. En las entregas de premios, se repite una mención a esas personas significativas en la vida de uno dignos de su gratitud durante el speech. “Soy lo que soy gracias a ti”. Como compensación añadiré que los legados, (in)conscientes o (no)asimilados, conllevan responsabilidad. Por consiguiente, no vale echar la culpa de mis males cotidianos a esas personas que me han criado. Algunas corrientes de pensamiento describen determinados problemas durante la etapa de la niñez como el germen de cuestiones venideras. Coincido, pero no como causa / efecto si no como una variable más a tener en cuenta. La infancia pasa para todos, pero casi todo puede ser objeto de reconstrucción y elaboración en la etapa adulta.
Los abuelos aportan jerarquía. Nos recuerdan que nos debemos a un orden. Esos órdenes tienen que ver con los legados familiares con independencia de sus manifestaciones. Hellinger hablaba de que quien no sabe colocarse frente a su madre, no sabe colocarse frente a la vida. Esta verdad nos puede dar idea de la importancia del reconocimiento hacia nuestra familia de origen. Desde el punto de vista de quien los transmite, los legados no son si no lo que quieren dejar. Por consiguiente, ¿cómo no reconocer a esas personas cuyo legado les trasciende? “Salvaremos” a los demás a través de nuestro propio reconocimiento.
Los lectores se habrán dado cuenta de que no soy entendido en genética ni en precisiones terminológicas sobre corrientes de la Psicología. Será porque quienes me han proporcionado valores han preferido que aprenda a reflexionar, a cuidar el lenguaje y a desarrollar la curiosidad entorno a nuevos enfoques. Al hilo de la reflexión, una recomendación para los amantes del cine: “Los descencientes” (2011). Invita a pensar en los desórdenes de la vida y a la manera de abordarlos, legado que indudablemente permanecerá en la memoria.
Pizarro, M. J. noviembre 2018