Singapur y mi maestra de quinto
Seguramente inspirada en los datos optimistas del Manual Santafesino de Kapelusz que usábamos en mi escuela (llamada previsiblemente, y con toda justicia, Domingo Faustino Sarmiento), la maestra de quinto grado nos decía que vivíamos en un lugar rico porque en aquella época teníamos trigo y vacas.
Ahora estoy en Singapur, donde nunca hubo nada de eso. Calculo que cuando yo estaba en quinto este extremo de la península de Malasia, donde Gran Bretaña había instalado un puerto en medio de la ruta entre China e India, llevaría poco más de cinco años desde su independencia. El flamante estado debía resolver problemas tan elementales como el agua, la alimentación y un alto nivel de analfabetismo.
Todo el país consiste en una ciudad y unos cuantos islotes que la rodean. De sus cinco millones y medio de habitantes, tres cuartas partes son de origen chino y el resto, principalmente indio y malayo. Hay cuatro idiomas oficiales, los tres de las colectividades más importantes y el inglés que todos hablan como lingua franca. Conviven religiones para todos los gustos.
Singapur tiene un sistema parlamentario copiado del británico y elecciones periódicas, pero la democracia es, digamos, algo especial. El padre de la patria, Lee Kwan Yew, gobernó treinta años y ahora el primer ministro es su hijo, que además de haberse graduado con honores en Cambridge es evidente que también tiene el mérito haber nacido después que su padre.
El finado señor Lee, para muchos un dictador, fue una especie de Sarmiento, en el sentido de alguien obsesionado por la educación. Ningún estado dedicó tanto porcentaje de sus recursos a educar como Singapur. El país lidera hoy las pruebas internacionales PISA para estudiantes secundarios. Ha ubicado una universidad en el lugar 22 entre las mejores del mundo según el ranking que elabora The Times (las 21 que la preceden son todas británicas y norteamericanas salvo una, que es suiza). En el otro de los rankings más consultados, el QS, figuran dos de sus universidades nada menos que en los lugares 11 y 15 (en este aparece la Universidad de Buenos Aires, en el 75). Más allá de estas polémicas tablas de posiciones, más apropiadas para el deporte que para el mundo académico, probablemente sea cierto que el país tiene mucha gente educada porque hace ya algunos años Google invirtió aquí más de mil millones de dólares en un centro de desarrollo de software.
El PBI per capita de país es, junto con el de Suiza y Hong Kong, el más alto del mundo. Cada singapurense es en promedio cuatro veces más rico que un argentino. La expectativa de vida es de 83 años, contra la nuestra de 76. Hasta ahora (nunca he estado en Japón) no he visto en ninguna parte una ciudad más limpia, más ordenada y con mejor transporte público que esta.
La libertad económica es muchísima aquí, pero en materia de derechos civiles la cuestión es más vidriosa. Según la Constitución, el nombramiento y la remoción de los jueces parecen atribuciones bastante discrecionales del poder político. La expresión de opiniones sobre los gobernantes no es del todo libre, existe en la ley la pena de latigazos, hay -como en general en la región- pena de muerte para delitos graves como el narcotráfico y las relaciones homosexuales están prohibidas, aunque pareciera que esta última norma no es aplicada tan estrictamente como las demás. Sorprende que algunas infracciones menores sean castigadas con multas severas, como escupir o tirar un chicle en la calle (un chicle traído del exterior, porque en Singapur está prohibida su venta).
Recuerdo la importancia que le daba mi maestra a que tuviéramos fábricas. En aquella época nadie imaginaba que los servicios emplearían más gente que la manufactura. En mi pueblo las fábricas que había fueron quebrando una tras otra. En Singapur, donde una empresa se abre en dos días, el comercio y los servicios contribuyen bastante más a la economía que la industria y el país tiene una desocupación del 2%, un número que creo se equipara al pleno empleo.
La señorita decía también que una ventaja que hacía imbatible a nuestro país era el clima templado. Aquí hace un calor del demonio incluso en lo que llaman invierno, la humedad en este momento es del 89%, llueve varias veces cada día y durante una tercera parte del año soplan los monzones. Yo no me imagino qué pondrá esta gente en los manuales escolares.