Suda, triángulo de paz (I)
Continuando con el artículo anterior, seguimos con el tratamiento de las bases económicas y políticas desde las que pienso el papel de Sudamérica y nuestros países. Nada casualmente Lula lo leyó antes, y por eso avanza más que nunca el tratamiento de la moneda común SUR.
El mercado interno.
En nuestro imaginario el mercado interno siempre fue importante, para algunos como algo que hay que hacer crecer para mejorar el bienestar, y para otros que hay que desatender para poder conseguir divisas. Tantos unos como otros tienen sus razones, sin embargo es necesario considerar que la complejidad de la producción actual y la globalización (y su crisis) no nos puede pasar por al lado para analizar políticas a futuro.
Muchas veces hemos oído que la industria argentina es dependiente de importaciones. Eso es verdad, pero no toda la verdad, ya que entendemos que la producción mundial depende de los flujos de comercio donde cada región hace una parte de un proceso que agrega valor: los autos que ensamblamos en nuestro país tienen partes argentinas y otras importadas, así como hay otros insumos que producimos localmente y se exportan a otros mercados. Se supone que hay alguna manera de compensar esa “compra” (que en general necesita dólares) con una “venta” (que también se hace con dólares), y el horizonte que solemos manejar en nuestro imaginario es que la industria pague sus propias importaciones, esto es, que la producción industrial pague sus importaciones con exportaciones. Por cuestiones que no vienen al caso, no suele suceder que en la historia de nuestro país eso se concrete.
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Hoy día es difícil pensar un proyecto de país independiente del resto del mundo en términos de comercio, al menos en todo aspecto. Prácticamente no hay países que puedan pensar en tener industrias complejas, competitivas, y con una economía que no dependa de alguna importación. Los países que quieran dejar de depender de importaciones, en el mejor de los casos, tiene que ser paulatina y siempre con ideas realistas y pragmáticas, para sacar el mejor provecho económico y social, en el mejor de los casos acoplándose a las actividades que ya se desarrollen en el país para robustecer sus bases y ampliar sus mercados.
Hoy día buena parte de la producción mundial empieza a recuperarse de la escasez de microchips, y hay o han habido iniciativas para aumentar la producción de los mismos en Estados Unidos, Europa y China, para (adivinó, ¿no?) disminuir la dependencia de las mayores empresas productoras de semiconductores. Estos insumos son fundamentales para producir hoy día, y requieren de inversiones altísimas y tiempo de maduración de las mismas, por tanto, también requiere muchísima inversión en investigación. Primero la pandemia y luego la invasión de Rusia a Ucrania cortaron flujos importantes de comercio, y como consecuencia adicional, el cuestionamiento al dólar y la globalización. Esto nos hace pensar que el mundo no va a estar más regido por los flujos de comercio internacional basándonos en el dólar, sino por bloques económicos-políticos que comercian con sus propias monedas, investigan para sus propios intereses, y poseen estructuras políticas, jurídicas y de defensa comunes.
La región global.
Los mercados internacionales, a partir de la invasión de Rusia a Ucrania, empiezan a trastabillar. Tanto lo que Rusia vende o compra como sus reservas de dinero quedaron, hasta nuevo aviso, paralizadas a partir de las sanciones que le aplican varios países. Por otro lado, los países que siguen comerciando con Moscú ven cada vez más con mejores ojos el comercio con otras monedas que no sean el dólar, y probablemente también el euro. De seguir así, los países europeos y Estados Unidos se perjudicarán tanto o más con las mismas sanciones que buscan debilitar a Rusia, ni hablar de si esas sanciones se continúan hacia países como China o India que siguen comerciando con el país eslavo. Este còctel de malabarismos e iniciativas apuradas para “dejar de depender de” (dejar de comerciar con) ciertos países trae a los Estados de nuevo protagonista de la historia y las sociedades.
Más allá de cómo se desarrollen los acontecimientos de ahora en más, es necesario pensar cómo esta reestructuración internacional nos va a afectar y qué queremos hacer con esto. Para desarrollar y democratizar nuestros países (sus pueblos, gobiernos y mercados) necesitamos pensar un poco más allá de nuestro horizonte inmediato y las oportunidades que podría llegar a tener el comercio internacional, principalmente porque desconocemos en qué moneda vamos a comerciar en dentro de unos años. En principio, sabemos que en el corto plazo no podemos tener una unión aduanera entre los países de América del Sur o Latina, tampoco sabemos si en el mediano plazo podremos tener una sola moneda para comerciar entre países vecinos, lo que sí sabemos es que el costo de los acuerdos serán menores que los beneficios, en términos políticos, económicos y sociales.