¿Qué nos espera?

¿Qué nos espera?

Hace unos días publiqué un artículo sobre el balance personal de fin de año. Ahora completo la idea con una perspectiva global de lo que creo que podría pasar en el 2023. Claro que son perspectivas improbables, pero al menos ofrecen a los lectores la oportunidad de contrastar sus propias ideas con las mías y generar su propia síntesis en cada caso.

Un año tremendo

Hannah Arendt intentó explicar el juicio a uno de los principales operadores del Holocausto,  el nazi Adolf Eichmann, con la frase de “la banalidad del mal”.

 “La banalidad del mal” refleja la rutina de la repetición automática de acciones repugnantes, percibidas como tareas no agradables pero autojustificadas por el sentido de la “obediencia debida” a las órdenes de un superior.

El propio Eichmann en el juicio declaró que “ya no era dueño de mis propios actos”...”no podía cambiar nada”.

Alguien que tuvo el poder absoluto sobre la vida, el sufrimiento y la muerte de miles de personas, a la hora del juicio mostró que su poder hacia los demás era percibido por ese ser humano monstruoso como impotencia.

Lo que la guerra de Rusia contra Ucrania muestra es que la humanidad ciertamente ha cambiado en estos sesenta años desde la ejecución de la sentencia de muerte de Eichmann.

La humanidad ha cambiado tanto que una invasión militar imaginada por los rusos y los occidentales como un paseo de dos semanas por la campiña ucraniana, terminó transformándose en una gesta épica de más de siete meses con más de 100.000 muertos y al menos 300.000 heridos en total, más de 600.000 millones de dólares de costos de destrucción estimados en Ucrania y una cifra impensable de costos militares y de ayuda financiera aportados por los países de la Unión Europea y los Estados Unidos.

Lo que ha cambiado es que los quiebres unilaterales a ciertas reglas centrales de la convivencia internacional ahora encuentran límites colectivos más allá de la retórica.

Lo que ha cambiado es que cualquiera sea el costo de la puesta de límites, incluso desequilibrar la economía local y arriesgar la vida de los propios ciudadanos por falta de energía, ese costo es considerado menor que la tolerancia al retorno de los relatos imperiales sangrientos del siglo XX.

Es la gradual declinación del todo vale de los cleptócratas seguros de que nadie se dará cuenta, nadie podrá oponerse y nadie podrá juzgarnos.

¿Cuáles son los motores de esos cambios? A mi juicio son básicamente tres.

Un motor esencial ha sido el desarrollo de las TICs, la Inteligencia Artificial, el aprendizaje automático, la biotecnología, la nanotecnología, la informática cuántica y la exploración espacial.

Otro motor determinante es la conciencia universal sobre el cambio climático y los esfuerzos de diverso grado para intentar demorar o suavizar sus efectos sobre la capacidad de sobrevivencia de las especies vegetales, animales y de la raza humana, incluyendo los criterios de sustentabilidad aplicables a casi todas las actividades humanas.

Un tercer motor, a mi juicio, es la convicción en los centros mundiales del poder económico sobre la urgencia de un cambio en las condiciones históricas del capitalismo neoliberal para concretar un pasaje desde el capitalismo de los accionistas al capitalismo de los stakeholders como lo promueve el Foro Económico Mundial.

Estos tres motores no son necesariamente conscientes. Muchos empresarios y ejecutivos de industrias sofisticadas operan tecnología digital pero razonan en modalidad analógica, o lo que es parecido, operan en modo on line pero piensan en modo batch; a pesar de los tornados, las sequías y las inundaciones muchas personas insisten en mantener sus rutinas de derroche de recursos naturales y no pocos empresarios creen que tienen el poder para manejar sus empresas como se les ocurra, a espaldas de la sociedad.

Cada uno de esos motores combinados en mayor o menor grado según el entorno han generado una profunda transformación social motorizada por la libertad de obtener y generar información mediante las redes sociales, han creado expectativas de una mejor vida impulsando las grandes migraciones y han aumentado las exigencias de un acceso equitativo a los beneficios de los servicios estatales sorteando la discriminación por género, religión, edad, raza, origen, orientación sexual o nacionalidad.

¿Cómo quedará Rusia? Rusia quedará atrapada en su paradoja de intentar recuperar el protagonismo imperial del pasado con recursos corrompidos, lealtades amenazadas y la persuasión stalinista en una era capitalista que depende más de la inteligencia innovadora que de la obediencia obsecuente.

La infantil amenaza nuclear que los rusos han repetido tanto que ya nadie les cree es otro de los intentos manipuladores porque el estilo ruso de negociación siempre ha sido el mismo: Avanzar exigiendo todo, entregando nada y usando cualquier trampa para quedar bien posicionados. Cuando la negociación se hace insostenible para los rusos tampoco ceden, pero cambian de negociador que comienza desde un piso más bajo.

Mientras tanto Putin sigue puntualmente su tratamiento oncológico y aunque es obsesivamente protegido acaba de caer en su escalera pese a sus zapatos especiales y los escalones adherentes, sufriendo una lesión ósea que no lo matará pero le hará incómodo sentarse.

Este hombre astuto reconoce que la guerra está perdida y ahora busca involucrar a toda la sociedad rusa mediante el estado de sitio (“Hagamos una guerra del pueblo”), porque sabiendo que no puede preservar su vida al menos pretende preservar su lugar en la historia para ser recordado como el continuador de los zares que agrandaron Rusia, soñando con incorporar a Bielorrusia, Georgia, Armenia y Kazajistán para que la pérdida de Ucrania no se note tanto.

Entendiendo que la guerra ya ha ido muy lejos, tanto China como India se han separado de Putin sin alejarse de Rusia y han comenzado un acercamiento hacia los Estados Unidos, preparando el escenario del mediano plazo sin Putin, porque luego de su salida natural o artificial habrá que reconstruir vínculos con los que ocupen su lugar.

El escenario bélico se volverá más controlado y finalmente se cerrará de algún modo durante el primer trimestre del 2023, la situación económica internacional migrará hacia una rápida salida de la recesión y surgirá un contexto de enorme expansión por varios años parecido a la situación del Plan Marshall desde 1948.

Nos espera un mundo más rápido, más sorprendente, diametralmente diferente para los hijos de lo que ha sido para los padres obligando al aprendizaje simultáneo sin antecedentes, los hijos porque nunca habían estado en ese lugar y los padres porque cambió el mar, los vientos y también el barco en el que navegaron hasta ahora.

La eterna contradicción entre libertad y seguridad se volverá tan aguda que habrá que elegir entre la cárcel de la seguridad o el despelote de la libertad en más de una ocasión, aunque ninguna opción resultará 100% satisfactoria.

Como muchas universidades siguen sin actualizar sus planes de carrera, demasiados graduados descubrirán que las competencias adquiridas en los estudios no les sirven para asegurarles un buen trabajo y que, para peor, han pagado en el tercer mundo por una formación más costosa y atrasada que la que ofrece el primer mundo sin necesidad de viajar.

Del otro lado del mercado, a las empresas les resultará más tortuoso conseguir personas adecuadas para atender los nuevos desafíos de productividad y competitividad por la carencia de competencias técnicas actualizadas y de competencias blandas funcionales al negocio.

El paradigma de la Gerencia de Capacitación operando como central de multicine que administra salas y temas con un KPI basado en la cantidad de asientos ocupados perderá espacio en Latinoamérica, porque en el hemisferio Norte ha desaparecido hace tiempo.

En las sociedades el problema del poder resultará una cuestión trascendente, también en buena parte de Latinoamérica donde el poder parece enquistado en pocos personajes.

El poder será trascendente en las iglesias que buscarán aumentar el protagonismo de sus fieles y reducir la exagerada discrecionalidad de sus representantes.

También en las escuelas, en tanto por fin se logre que los maestros empoderen a sus alumnos para que ejerciten más su inteligencia creativa que su memoria mecánica.

Claramente el poder será tema crítico para los gobiernos que buscarán darles mayor fluidez a los canales de la participación ciudadana, porque de otro modo los votantes sacudirán la alfombra de la legitimidad en la que se paran sus políticos. Algunos gobiernos serán más eficientes y otros mostrarán su torpeza sistémica, como siempre.

En las empresas será imprescindible lograr iniciativas innovadoras de autogestión de abajo hacia arriba, para ganar productividad en lugar de perder el tiempo con rituales improductivos del ejercicio del poder que agregan ínfimo valor al negocio.

¿Cuánto poder se debe entregar a los gerentes, a los supervisores, a los operativos? El poder que necesiten para operar con una autonomía sincronizada que ahorre tiempo, elimine problemas allí donde se producen y también puedan calificar decisiones ejecutivas que no estén alineadas al negocio.

Es necesario distribuir tanto poder como sea necesario entendiendo que el “principio de autoridad” no se basa en la obediencia sino en el entusiasmo respetuoso.

Si no se distribuye el poder adecuadamente en la empresa, se corre el riesgo de impotentizar a los colaboradores, y al quitarles poder se construye un colectivo obediente, sumiso, que tenderá a simular cuando no pueda opinar honestamente, que actuará como un “recurso humano” pasivo sin iniciativa, una especie de zombi como los prisioneros en cualquier lugar que no eligen.

Pensándolo bien, el año que viene no viene, uno va hacia él. Tampoco nos espera, seguirá su derrotero y quien no se suba a tiempo seguirá viviendo en el pasado sin darse cuenta, como le ha sucedido a Vladímir Vladímirovich Putin. ©

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