Terror: Siete coma Ocho
Siete coma ocho
Nacen y mueren entre los escombros.
Los sirios de debaten entre la vida y la muerte,
en sus --ya de por sí-- devastados días
por la guerra cruenta
intestina
que destruye minuto a minuto sus vidas,
desde hace décadas
y ni así la Tierra les da tregua.
Se une al terremoto
la vieja devastación moral,
Inhumana, de los contrincantes,
que no saben de paz,
son puros odios irracionales
que se anudan con la fatalidad,
emanada de esa geografía que partió las placas tectónicas
y en 60 segundos ¿o fueron 90?, da igual…
un terremoto destrozó con sus garras telúricas el territorio.
Turquía fue el epicentro del sismo grado 7,8 en el norte del país,
que derrumbó a la horadada Siria también
y retumbó en otros países aledaños;
fue así como esa zona fronteriza quedó doblemente arrasada
por otros dos sismos subsiguientes, atroces,
de casi iguales magnitudes telúricas y expansivas.
Nacen y mueren los bebés y sus débiles pieles sangran,
los padres mueren de dolor abrazados a sus hijos,
las madres agonizan con sus hijas,
una mujer muerta en el parto pare a su pequeño,
quien es rescatado con el cordón umbilical
aún pegado al vientre de su madre.
La vida se debate para salir de las losas que sepultaron
a 23 mil víctimas –hasta ahora-- muertas,
en la horrenda catástrofe que también arrojó
al precipicio sísmico a 100 mil heridos
y otros cientos de miles de damnificados.
La población se hiela en el más cruento de los inviernos,
inclemencia adicional de lluvia, pobreza y un frío catastral que
congela los cuerpos y las almas petrificadas,
por el terror de lo ocurrido en la madrugada del 6 de febrero.
Bajo las pilas de cemento y hierros retorcidos,
yacen seres humanos entrelazados a los despojos
de los 5,600 edificios caídos,
desmoronados como mazapanes en tres sismos consecutivos
todo es:
A-P-O-C-A-L-í-P-T-I-C-O
así lo han señalado algunos diarios de la prensa internacional,
la misma que ha sido tan poco afecta a conmoverse con la muerte diaria en Siria,
y casi con nada que provenga de oriente o de la faz de la tierra árabe,
a menos que se trate de fútbol u otras frivolidades donde el dinero
blanquee y resplandezca en oro y negocios jugosos,
para satisfacer la hegemonía y la avaricia occidental.
Siete coma ocho mil almas en zonas de guerra sísmica y espiritual,
siete coma ocho, del día 6 del mes 2 y del año 2023.
La urgencia de paz
y de asistencia humanitaria
nos habla
nos grita
pide ayude al mundo en medio de la tragedia.
La naturaleza avisa con antelación
a través de los vuelos agitados de pájaros que avizoran el futuro
de una eminente removida de dimensiones siderales,
pero nadie oye nada entre el griterío de pájaros y seres humanos indefensos.
Padres e hijos desmembrados,
genealogías destruidas buscándose,
queriéndose reunir y abrazarse con esa felicidad que provoca el
afecto real de saberse vivos,
el amor incondicional haciendo su labor,
bendiciendo a esas familias que sí se aman, se buscan y se reencuentran
entre los inmensos cerros de cascajo y huesos quebrados,
son las pequeñas e inmensas felicidades entre los huecos de la tragedia.
Vestigios de familias y juegos junto a los partos nacientes de las muñecas de plástico,
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que también se dejan ver como cadáveres infantiles entre los bloques de cemento.
Y todo llueve sobre las lágrimas de los damnificados,
muchas lágrimas humedecen las nubes de polvo uniformado
de la desgracia moderna y antigua,
llanto urgente de gente inocente y moribunda
Turquía se declara en duelo por siete días
bajo un cielo que estará de luto por siempre,
recordando el terremoto más atroz desde 1939.
Y en cambio aquí, del otro lado del mundo,
la inmundicia nace y aunque aún no muere la vida propia,
hay semanas enteras que el deseo de morir es más persistente.
Un grupo de seres se afana en reprobarnos en la materia vital
de nuestra existencia primigenia,
nos roba con mentiras el poco impulso que nos queda
al grado de repulsar la vida,
porque quien está acostumbrado a ahorcar a sus víctimas
--a quienes dice amar con el sofoco de su inconsciencia--
hace que su presa desee la muerte antes de tiempo,
buscando con desesperación una constante salida;
es un sentimiento de huida prendido al inconsciente
para sobrevivir a la catástrofe personal que la orilla
ha inmolarse.
La vida atrapada entre otras paredes busca refugio
fuera de esas losas que también un día,
se cayeron en pedazos con el vaivén de las olas de la tierra
moviéndose como si el dragón de la desgracia
se hubiera despertado de un sueño alertagado.
Fue un tiempo que nos mantuvo a su vez dormidas
dominadas por la ignominia,
esa que aún quiere apretar nuestros corazones
atravesados con su violencia pasiva
muda
recalcitrante.
Más hiriente que todo grito,
es el odio del silencio que te ignora,
y te revienta por dentro
como si tu edificio emocional implosionara
ante la cobardía unánime,
entusiasta y boba
que se ríe y regodea de tu fragilidad.
Por eso, ya también estamos un poco todos y todas muertas de dolor,
se agotó el parque de la ira para luchar contra esa carcajada pétrea,
ya no hay palabras para encarar la guerra que los depredadores iniciaron años atrás,
ya solo somos también escombros de nosotras mismas,
desmoronadas en la desolación desamorada,
de-esa-morada- que nos recuerda los moretones ejecutados
en el epicentro de nuestra psique por los perpetradores
“anónimos”.
El resto de personas, sin consciencia,
se ríe de sus retorcidas estrategias fatales
entre los hierros de sus telúricas y maquiavélicas cofradías,
arquitectura patriarcal que siguen queriendo invadir
y violentar todos los territorios de la existencia humana,
casi siempre la femenina, por antonomasia.
Soy una sombra agónica, manoseada en mi vulnerabilidad,
temblorosa por esos desastres interiores que también me hacen polvo,
que me vuelven cenizas y nada..
en siete coma ocho años desde la última vez que me usaron
como una muñeca flácida entre todos,
y algunas todas también.
Dios (los) nos perdone a todas las personas que vivimos por una u otra razón
maniatados a las fuerzas de poderes por encima de nuestras propias posibilidades,
y nos ayude a emerger de estos desastres cotidianos que parecen perenes
y podamos renacer nuevas
y vivir en plena libertad, con amor,
al margen de esos odios psicopáticos de humanos deshabitados de sí mismos
p e r m a n e n t e m e n t e
de tanto, que sus máscaras ya no se sostienen en sus rostros
y se les caen en pedazos a cada paso,
y se nota la negrura de estos otros pájaros del adiós
que nos comen como a Prometeo el hígado, cada mañana,
con sus afilados dientes de arcontes, sin memoria ni conciencia.
Vera Milarka
8 de febrero 2023