TODO LO QUE NECESITAMOS ES UNA BUENA HISTORIA, SERÁ ÉSTA?
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Yo, ridícula

Más allá de mi compendio de acciones ridículas que puedo cometer sin querer y queriendo, lo más ridículo sería todo lo que hago para disimularlas . Ejemplo, estaba pisando los cincuenta cuando creí que todavía podía correr un colectivo; obviamente no lo alcancé, pero no solo no lo alcancé, sino que me tropecé y me desparramé en la vereda. El “¿señora, se lastimó?” que me propinaron cuatro morrudos tan fuertes y musculosos como pendejos, me hicieron ruborizar hasta el tuétano. Me faltó decir que el porrazo estaba fríamente calculado, pero dudaba si me volvería a parar y si de la rodilla para abajo existía una pierna. En vez de verificar en qué estado estaban mis gambas, propiné al aire un gesto a lo Farrah Fawcett, antes de agarrarme fuertemente de los dos musculosos que ofrecieron solamente los brazos. Sopesé el papelón, porque en algún momento consideré desestimar el ofrecimiento e intentarlo por las mías. Recordé que siendo más joven podía pararme por mi misma, pero supuse que en esa ocasión no sería lo más apropiado. Ellos no dejaban de mirar una rodilla sangrante, que venía a ser la mía, y yo no dejaba de mirarlos a ellos. Salir airosa de ese estado, por mi cuenta, no hubiera funcionado. Por el contrario, hubiera significado que a los cincuenta volviera a gatear y no era el caso. Llevar anteojos nunca fue lo mío, aunque me es imprescindible. Antes era miope; ahora se me agregó la presbicia, con lo cual, cuando oscurece, mejor que me agarre en un lugar seguro y más si tengo a hijo conmigo. Estaba maldiciendo a la oscuridad en voz baja, cuando otra mujer más joven que yo y con un crío de la mano coincidía conmigo y mi propio crio en medio de una vereda en construcción. Tan propias de la zona de facultad de medicina, más exactamente enfrente de la morgue. No es que les tenga miedito a los muertos, pero por las dudas no me gusta pasarles tan de cerca, con lo cual pensé que mi TOC podría ser compartido por la otra mujer, que también trataba de eludir la morgue de mi lado, pero en sentido contrario. Habremos estado intentando ser gentiles la una con la otra, con ampulosos ademanes al estilo de: “pasá vos, no, pasá vos…” cuando en un momento dado, ella tan miope como yo, me mira y yo la miro: ¡era mi amiga y no nos habíamos reconocidoooo! Ridiculeo, luego existo Para el ridículo se necesitan compañeros… por ende hablo con el gato, tratando de convencerlo de que baje de la mesa, y él me maúlla o se me hace el indiferente; según su humor de cada día. O trato de convencerlo de que no se momifique con el papel higiénico. También hablo con las plantas, que casi nunca contestan; me hablo a mi misma y siempre me termino peleando. En fin, ridiculam hasta la muerte… Ahora me voy de mi analista a ver si atenúa los efectos secundarios y colaterales porque mi entorno los estaría sufriendo.

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