Tres años después...
Una de mis redes sociales me recordaba que ayer, domingo, se cumplían tres años desde que dejé de trabajar en el lugar donde pasé otros cuatro de mi vida profesional haciendo una de las cosas que más me ha gustado hacer, que es radio en directo, experimentar y compartir con los oyentes.
Tras más de dos décadas sin parar de trabajar, de pronto me vi con una carta de despido en las manos y sin saber muy bien qué hacer, aunque con la seguridad de que en unas pocas semanas volvería a estar ‘en la trinchera’ ¡Qué equivocada estaba!
Desde el primer momento tuve claro que mi vida de ‘parada’ debía parecerse lo más posible a mi etapa anterior, así que me impuse un horario programado diario y a partir de entonces mi trabajo iba a ser encontrar trabajo; algo que asumí con una disciplina espartana. Tenía tantos contactos que era cuestión de tiempo, de poco tiempo, que comenzara a ejercer mi profesión de periodista de nuevo. Así, día tras día, hacía llamadas, enviaba currículums y no dejaba de mirar portales de empleo.
Pasé de tener dos teléfonos que no paraban de sonar a tener uno que parecía estar mudo; mi agenda pintaba cada día igual que el anterior, con hojas en blanco sin tener nada con que llenarlas. Y así pasaron semanas y meses…Y la esperanza de encontrar un trabajo en medios de comunicación se disipaba cada vez más. Añadiré a esta fotografía, otras circunstancias de índole personal y familiar que, lejos de ayudarme, me empujaban a una desesperación cada vez mayor.
En estos tres años, la vida se llevó una realidad que manejaba a la perfección y me trajo otra absolutamente desconocida para mí, a la que miré primero con desconcierto, después con miedo y desconfianza y finalmente como una gran oportunidad. En medio, una etapa repleta de preguntas cuya única respuesta eran largos, incómodos e insoportables silencios y muchos momentos llenos de una densa angustia que me atormentaba sin atisbar ninguna salida posible.
Estos tres años me han traído una sucesión de circunstancias que se han ido entrelazando y personas nuevas que me han acompañado y me han ayudado a descubrir nuevos caminos que me gustan y me gustan mucho.
Los de siempre, con los que supe que podía contar, han estado ahí, nunca se han ido. Unos, regalándome su apoyo, en silencio y sin alardes. Otros, zarandeando mi ánimo y mis pensamientos. Cada uno a su manera y todos formando parte de una transformación.
Mentiría si dijera que no ha sido una etapa muy dura en la que la vida me ha dado la vuelta como un calcetín. He tenido que aprender a mirarme para constatar que en muchos aspectos no me reconocía y descubrir que algunos de ellos no me gustaban. Un auténtico descubrimiento no exento de dolor y sufrimiento pero también salpicado de importantes revelaciones. Y mi realidad ha pasado de la oscuridad más absoluta a tener una luz nueva, porque mi mirada es nueva. Esta ha sido una etapa de autoconocimiento y aprendizaje a partes iguales. Y me gusta. Porque siempre me gustó aprender.
En estos últimos años he leído tantas veces eso de que las personas y las cosas llegan a tu vida sólo cuando uno está preparado para recibirlas que hoy puedo corroborarlo al cien por cien. Cuando ha llegado el momento adecuado, el cambio se ha producido y lo ha hecho sin pedir permiso, ni falta que hace, porque ya estoy preparada para asumirlo. Ha sido un gran proceso. Es como si de pronto hubiera pasado de ser alguien inexistente y con la sensación de no encajar en ningún sitio a formar parte de un universo en equilibrio.
Hoy, tres años después, y siendo todo lo honesta que soy capaz, doy las gracias por aquella carta de despido que hizo tambalear buena parte de mi existencia.
Hoy, tres años después, doy las gracias porque me he dado cuenta de que la vida es eso, tomar consciencia de mí misma y de mis circunstancias, evolucionar y crecer. Y en esas estoy. Ahora soy yo la que acompaña y ayuda a otros en ese proceso de búsqueda, a través del coaching. Y es que todo pasa por algo y para algo.