Un Fin de Semana Desastroso.
En una de esas noches de insomnio, que han sido más habituales durante la cuarentena, vino a mi mente una vivencia de hace más de 20 años, lo que llamaría un “Fin de Semana desastroso en compañía de mi Padre”, desastroso pero que sin duda me dejó dos grandes lecciones.
Recuerdo tener alrededor de 9 años y mi padre dentro de sus proyectos había decidido construir una casa de campo para compartir con su familia, compró un terreno en una Urbanización llamada Camino Real y comenzó la construcción de su casa soñada, cada detalle estaba ajustado al gusto de mi padre y de mi madre, una acogedora construcción de tres habitaciones, dos baños, un gran cocina abierta, todo esto se comunicaba a través de un camino de piedras, a un bohío en dónde se encontraba una gran parrillera, sin duda asar carne era uno de los principales hobbies de mi padre.
Luego de varios meses de arduo trabajo al fin nuestra casa de campo estaba lista, nos encontrábamos solos al final de una calle ciega únicamente con vecinos al frente, por los lados lo que se veía era verde, árboles y pasto hasta dónde se perdía el horizonte. Estábamos muy emocionados, esperando ansiosamente poder pasar nuestra primera noche allí, sólo faltaba un detalle, las “telas metálicas”, encargadas de evitar el paso de los insectos, especialmente de los zancudos, pero eso no nos detuvo, habíamos tomado la decisión de dormir en la nueva casa y nada nos lo impediría.
Iniciamos esta aventura mi padre y yo, nos fuimos cargados con lo esencial, entre lo cual estaban sábanas limpias, un ventilador para poder refrescar la habitación y sobretodo mucho ánimo, pasamos el día organizando todo y llegadas las 6 de la tarde comenzamos a sentir la presencia de los zancudos, el conocido “avance” había iniciado, ese período de tiempo en que en el campo los zancudos se alborotan y atacan todo a su paso, lo cual pareció interminable hasta aproximadamente las 9 de la noche, hora de dormir.
Así hicimos, nos pusimos nuestras pijamas y nos fuimos a dormir, bueno eso pretendíamos hacer, pero la cantidad de zancudos fue avanzando con el transcurrir de las horas y esto hacía imposible poder conciliar el sueño, pero esto no importaba estábamos tan felices que queríamos quedarnos allí toda la noche; decidí subir la velocidad del ventilador y cubrirme con una sábana de pies a cabeza, pensando que así me protegería de las picadas de estos insectos, pero los subestimé, eran capaces de atravesar las sábanas con una facilidad impresionante.
Algunos se preguntarán que por qué no salimos corriendo, pero el amor que sentía por esa casa y la emoción de vivir esta aventura con mi padre eran más grandes y fuertes, a pesar de esa oleada de zancudos que silenciosamente nos atacaban, mi corazón estaba lleno de alegría por inaugurar nuestro nuevo hogar. Llegadas las 6 de la mañana, mi padre decidió que era hora de tocar la puerta de nuestros vecinos y pedirles resguardo, nunca olvidaré la cara del vecino cuando vio mi frente llena de picadas de zancudos pero con una sonrisa enorme de oreja a oreja, realmente todo esto era una aventura fascinante para mí.
De inmediato, me acosté en el sofá y caí rendida, esperando recuperar las horas de sueño que había perdido durante esa larga noche. A eso de las 8 de la mañana, los rayos de sol que entraban por una ventana me despertaron y percibí de inmediato el aroma del café recién colado, esto sólo podía significar una cosa, se aproximaba la hora de desayunar.
Mientras esperaba ese llamado a desayunar, decidí pasar un rato en la parte de atrás de la casa, en dónde se alzaba un bohío, siendo el espacio perfecto para compartir con el Pastor Alemán que tenían en la casa, sin duda uno de los animales más nobles que he conocido, su dueño era capaz de introducir su mano en el hocico del gran animal y éste nunca fue capaz de lastimarlo. Estuvimos un rato jugando con su pelota favorita, hasta que llegó la hora de su desayuno, un joven que trabajaba en la casa se acercó a servirle un plato de comida bien cargado y él de inmediato dejó de jugar conmigo para disponerse a comer.
Yo insistía en jugar con él, por lo que inocentemente me acerqué a acariciar su cabeza mientras comía, creo que hasta ese momento nadie me había dicho que no debemos acercarnos a los perros cuando comen, ante esta acción comencé a escuchar fuertes ladridos, lo que vino seguido de un gran dolor en mi pecho, cerré los ojos y comencé a gritar llamando a mi padre, no podía abrir mis ojos, me dolía tanto que tenía miedo de estar rodeada de sangre, lo que venía a mi mente es que este noble animal, con el que hace poco había estado jugando, mordió mi seno y lo había arrancado sin dudar.
Por los siguientes segundos grité fuertemente hasta que sentí las manos de mi padre rodeándome, me repetía que abriera los ojos pero estaba tan aterrada que no tenía la fuerza suficiente para hacerlo, hasta que su voz amorosa me convenció de que todo estaba bien, abrí los ojos y el charco de sangre que había imaginado no existía, sólo veía un animal asustado ante los gritos que yo había emitido y los nervios de todos los allí presentes.
Me llevaron a la casa para revisarme y lo que pude ver fueron pequeños morados con forma de pata en mi pecho, patas que quedaron marcadas por el fuerte empujón que me dio el perro al ver amenazada su comida ante mi indebida acción, morados que con el debido cuidado desaparecieron con el transcurrir de los días.
Sin duda un Fin de Semana desastroso ¿cierto?, es increíble como 22 años después recuerdo todo claramente y sobretodo las dos grandes lecciones que aprendí en esa casa de campo:
1) Aunque estemos rodeados de circunstancias difíciles, si hacemos las cosas con amor, siempre será más grande la satisfacción que el dolor.
2) Cuando nos encontramos en una situación difícil, en ocasiones decidimos cerrar los ojos y sumergirnos en nosotros mismos; seamos valientes, abre tus ojos y te darás cuenta que el panorama es mucho más positivo y alentador de lo que imaginaste.
Seamos agradecidos por las pequeñas vivencias, porque de todo ello derivan aprendizajes que nos ayudan a forjar nuestro carácter.
Dedicado a mi Padre, Gustavo Caraballo, mi gran maestro y compañero de aventuras.
PATRICIA CARABALLO