Un mar de desconfianza

Un mar de desconfianza

Hace unos meses encontré una cartera cerca de mi casa. Contenía una tarjeta de Banco Azteca, otra de Oxxo, 500 pesos y algunas identificaciones. Algo me decía que la pérdida pondría en aprietos materiales a su dueña. Descarté entregarla a la policía local por miedo a que nunca llegara a las manos correctas y, en su lugar, me debatía si debía entregarla en el domicilio de la propietaria, figurando toda clase de escenarios en los que tal vez yo terminaría cayendo en una trampa. La dirección no estaba lejos así que acudí acompañado y con luz de día. Llamé a la puerta de un multifamiliar con un solo timbre y vi mucha gente asomarse por detrás de las cortinas, pero nadie atendía. Después de insistir una mujer asomó la cabeza para increparme; le expuse la situación y se devolvió, ¡Qué buscan a la Juana! −gritó al interior−. Unos minutos después un puñado de hombres salían con rostros de incredulidad y desconcierto. ¿Por qué trae usted la cartera, qué trae? Ahorita no está la Juana, ¿pa’ qué la necesita? −me decían con tono amenazante−. Un par de segundos me bastaron para darme la vuelta y saber que nada bueno saldría de la situación. Al día siguiente entregué la cartera perdida en la estación de policía imaginando que en el mejor de los casos la familia de un oficial tendría al menos una buena cena esa noche.  

Las carteras perdidas y la confianza tienen mucho que ver. En un experimento de honestidad cívica conducido en todo el mundo Cohn et al. (2019) distribuyeron carteras en las calles de 355 ciudades en 40 países e hicieron un seguimiento del porcentaje que eran devueltas a su propietario. Todas las carteras tenían información de identificación suficiente para contactar a su dueño. En promedio, en Latinoamérica se devolvieron menos de la mitad de las carteras que en los países de la OCDE. En aquellos países donde se devolvió el 20% de las carteras sólo el 15% de los encuestados expresó confianza en los demás; en cambio, en los países donde se restituyó el 60%, más del 30% de los encuestados manifestó sentir confianza.

América Latina es la región con la mayor desconfianza del mundo: 9 de cada 10 habitantes de la región desconfían de su prójimo según lo indica un estudio a cargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicado en enero pasado. La desconfianza aumenta y penetra absolutamente en todos los sectores de nuestra sociedad generando un efecto dominó con graves implicaciones en el gobierno, el sector privado, las instituciones y hasta en la vida familiar. La desconfianza nos hace creer que nadie cumplirá su parte y que todos buscarán tomar ventaja de una situación, limitando así cualquier cohesión social necesaria para poner en marcha grandes proyectos que demandan cooperación. 

¿Por qué en Latinoamérica nos inunda la desconfianza? Los expertos apuntan a una mezcla de razones históricas y del contexto institucional actual. Por ejemplo, se observa que los pueblos sujetos a sometimientos tales como conquistas violentas o esclavitud tienen un grado de confianza significativamente menor. Asimismo, naciones con un bajo acceso a la información y menor rendición de cuentas están dominados por la impunidad. En las sociedades donde se cree que los demás no pagarán el precio por un comportamiento oportunista es más probable que la desconfianza se multiplique rápidamente.

La falta de confianza tiene efectos muy negativos en la economía y es uno de los principales motivos de la falta de desarrollo en Latinoamérica; incrementa los costos de supervisión, promueve regulaciones exageradas que acaban en soluciones corruptas, disuade la inversión privada, acaba con la participación ciudadana, mina la productividad, afecta la gobernabilidad y, ultimadamente, puede conducir a escenarios de Estados Fallidos.

En el sector privado menores niveles de confianza llevan a inversiones de menor plazo e impacto, lo que impide por ejemplo su participación en grandes proyectos de infraestructura o en materia energética, tan esenciales para el aumento de productividad de una nación. La desconfianza incluso incide en la manera en que las empresas se organizan, impidiendo la descentralización de las decisiones haciendo a las empresas menos flexibles y aptas para adaptarse a los cambios (pues para delegar hay que confiar). Construir confianza es una de las mejores herramientas para promover el crecimiento económico. Un metaanálisis elaborado por la consultora Deloitte cuantificó esta relación y concluyó que un incremento del 50% en los niveles de confianza de los habitantes de México generaría un aumento 2 puntos porcentuales en el PIB per cápita, suficiente para superar el umbral de la pobreza de millones de personas.

Las recomendaciones para romper el círculo vicioso de la desconfianza pueden agruparse en dos frentes, por un lado, reducir las asimetrías de información y por otro las de poder. En el primer caso las acciones incluyen la generación de incentivos desde las instituciones para promover la vigilancia externa de los gobernantes y empresas, la transparencia presupuestaria y regulatoria y la comunicación de conflictos de interés. En segundo lugar están el fortalecimiento de dichas instituciones para permitir a las personas defenderse de la conducta oportunista de actores públicos y privados. Si bien los cambios en la psique colectiva toman tiempo, la generación de confianza está influida por un ciclo virtuoso que pronto tiende a operar: aumentar la confianza en el prójimo, en opinión del BID, lleva a los ciudadanos a exigir más y mejores bienes públicos y privados; también construye civismo ya que las personas no solo están orgullosas de un país que funciona bien, sino que también están orgullosas unas de otras y se muestran más dispuestas a participar en el esfuerzo colectivo que es el soporte de una sociedad próspera y en paz.

Te invito a leer esta y otras entradas en mi blog El Postre no es al Final.

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