Una España sin educación

Como decía aquel, todo es soportable, menos la mala educación. En la España actual tenemos mala educación y educación mala, las dos. Por un lado el nuevo exponente de lo que debiera ser, según Ortega y su misión universitaria, líderes sociales, de la sociedad civil, como se dice ahora, y lo que realmente son: chabacanos. Y no porque sean de ese reducto de las Filipinas dónde se habla el español, sino por ser de una ordinariez y grosería insoportables. Porque vamos a ver, se puede ser cínico, demagogo, mentiroso, conspirador, liberticida, fraudulento, criminal, inculto, embaucador y hasta mal oliente, pero no se puede ser mal educado. Y es que la educación demuestra un grado de cultivo espiritual, anímico y vital, que puede hacer todo lo demás hasta llevadero. Y ahí va España pilotada por una tripulación, un gobierno, que en el fondo son muchas cosas, la lista es larga y de poca categoría, pero la carencia absoluta de reparo y de educación es lo que les hace insoportables.

En cualquier caso. Los de la mala educación nos están sembrando de educación mala (y aquí no sólo los del Gobierno central, sino los políticos en general). Si, hijo mío, antes de hacerte doctor universitario, viendo la degradación del grado en la España actual, hazte buena persona. La desigualdad educativa de los ciudadanos españoles hace ya muchos años que se rompió, pero ahora lo vemos de forma palpable. Hay 17 criterios diferentes, de la enseñanza preuniversitaria, de cómo y con qué criterios se va a promocionar de curso. Y esto no es bueno. No es bueno que se hayan seguido criterios de clases presenciales, por muy virtuales que las hayan hecho, y que tras meses de no asistencia se pretenda evaluar no sólo como si nada hubiera pasado, sino lo que es peor, sino como si nada fuera a pasar. Y en ninguna de esas situaciones se ha estado previamente, salvo, por ejemplo, los casos de guerra, afortunadamente muy lejanos ya y con una tasa de analfabetismo entonces que nada tiene que ver a la actual. Unos dicen que hay que promocionar sin más, y otros que no, que hay que premiar el esfuerzo y hay que evaluar convencionalmente. Tanto los unos como los otros, más puestos en sus diferencias politiqueras más que en el bien común, desprecian algo tan de Ortega y su definición del yo como la circunstancia. Y es que la prohibición y la persecución, verbigracia, del Homeschooling en España ha llevado que seamos el único país desprovisto para afrontar una educación en el hogar con recursos propios. Lástima que aquellos esfuerzos primigenios de UNED e INBAD no descendieran hasta las educaciones elementales y básicas, quizás hoy en día tendríamos unos jóvenes preparados en una misma sociedad con unos mismos criterios curriculares. Pero no lo tenemos, así que hay que enfrentarse a la esta situación con los recursos que se disponen.

Eliminadas las convocatorias extraordinarias de septiembre, lo honesto, lo DECENTE (que aquí, a lo que presumo, el adjetivo no hace al que lo dice) y lo inteligente, y para todos, independientemente de sus dos evaluaciones anteriores presenciales, pasa por realizar trabajos de resumen conceptuales que son los que deben ser evaluados. Y es que el esfuerzo de realizar el trabajo está en su realización y no en la evaluación de un examen y menos con las circunstancias actuales. Para los que venimos de las ciencias, entonces llamadas puras, la inteligencia de un concepto no suponía especial esfuerzo porque se "veía", salvo los que se aprendían el teorema de Bolzano de memoria, claro. Así que hasta eso ha sido siempre relativo, por lo que tomar papel y lápiz se hace para todos igual de penoso. Pues que lo tomen y los que llevan el rumbo de la nave se dediquen a diseñar las estrategias en un modelo de sociedad no cambiante, sino cambiada, para un curso que viene, que ha de venir y nadie hace nada para que se adecue a una nueva sociedad. Trabajo, conciliación, educación, economía, paz y prosperidad social penden de un delgado hilo que amenaza rotura.