UNA VEZ MÁS, VERGÜENZA DE SER ZARAGOZANO.

UNA VEZ MÁS, VERGÜENZA DE SER ZARAGOZANO.

Para ser honesto, jamás he sentido amor por Aragón ni por Zaragoza. Nací en la capital maña, pero supongo que por mi historia personal, jamás sentí que perteneciera a una ciudad tan endogámica.

El maño es un ciudadano orgulloso de su propio catetismo, ese que entiende el orgullo patrio desde la perspectiva que da no haber viajado o no haberlo hecho con el chip de aprender, sorprenderte y descubrir culturas nuevas. En Zaragoza, todo es mejor que en ningún lugar del planeta o todo se parece a las plazas, centros comerciales o paseos zaragozanos.

El mañico, supongo que de las ventolás que le da el cierzo a lo largo de su vida, es un personaje cuanto menos curioso. Amable con el extranjero, es cierto; buen anfitrión, sin duda alguna, siempre y cuando no se te ocurra llevarle la contraria y utilizar las comparaciones que ellos producen en la fábrica del catetismo como argumentación para desmontarles el argumentario.

"Si no te gusta, vete, que nadie te obliga a estar aquí" es la frase que más he escuchado a lo largo de mi vida. Si ya el español es un personaje "cuñao" que sabe de todo, como dice un buen amigo mío, en Zaragoza, todos son como Sánchez Dragó; saben de todo, 100 veces.

Cabezudos, testarudos, ignorantes, poco viajados, incultos y prepotentes a la hora de comparar constantemente su capital con el resto del mundo.

Para poneros algún ejemplo: el zaragozano te contará con orgullo que la Plaza del Pilar es la mayor plaza de cemento sin árboles de toda Europa. Así es, ¡sí señor! En pleno siglo de cambio climático, en una ciudad que en verano alcanza temperaturas infernales, el mañico cazurro farda delante de todo turista, nacional o internacional, de tener el mayor espacio público desolado de vegetación de mundo mundial. No se te ocurra preguntarles por qué creen que en el resto del planeta las plazas públicas tienen arboledas, jardines y zonas de sombra. A eso ellos, ya no les llega.

Otro ejemplo es que las redes sociales de organismos públicos y privados publicitan sin pudor alguno las iniciativas copiadas de otras ciudades españolas. Eso sí, parece ser que la fotocopia la hacen en fotocopiadoras de blanco y negro y sin tóner. Véase la copia mal ejecutada de Zaragoza Florece como telón del Festival Internacional de Arte Contemporáneo Flora de Córdoba, donde sí hay un trasfondo cultural internacional y con participantes que ya le gustaría a la torpe Mañolandia tener.

Otra fantástica iniciativa que lleva ya algunos años es copiar la acción que Madrid puso en marcha con las Meninas de Velázquez, pero esta vez con el busto de Goya. Incluso un año pidieron a "artistas" —así, entre comillas— que interpretaran dichos bustos, ya que el primer año sólo fueron las mismas estatuas, mismos formatos por diferentes puntos del centro de la ciudad. ¡Oh, sorpresa! ¿Por qué demonios íbamos a copiarlo a medias, pudiendo pedir a amigotes con dudoso gusto y nefasta calidad artística el hecho de interpretarlos? Dicho y hecho. Vergüenza ajena.

En la Expo del Agua (que da para otro artículo) el video promocional de Ibercaja decía en un momento dado: “Zaragoza, en medio de todo sin ser centro de nada”. Esta demoledora y cierta frase, no sé con qué ánimo, la usaban para describir la capital aragonesa en un spot internacional. ¡Qué nivel, Maribel!

Desde los 22 años que conseguí escaparme de ahí, he vivido en ciudades como Barcelona, Milán, París, Londres y he viajado por todo el mundo. Es curioso cómo jamás en mi vida eché de menos mi ciudad natal. Es más, me costaba ir aunque fuera a visitar a la familia o amigos.

Incluso con mis queridos amigos de infancia y adolescencia, con los que aún hoy en día mantengo una relación fraternal, no comprenden mi odio sin paliativos hacia ella. Aunque creo que en el fondo han visto cómo he sido maltratado, creativa y artísticamente, por esa ciudad.

Y aunque a mis casi 52 años creí haberlo visto todo de Mañolandia, hoy me he despertado con esta noticia y este cartel que, nada más verlo, me hiela la sangre.

No es solo que Mazón eliminara la Unidad de Emergencias Valenciana y pusiera como Director General de Interior a su amigote mata-toros, experto en festejos taurinos. No es solo que, mientras la DANA arrasaba con casas, cultivos y vidas en Valencia, el gobierno autonómico priorizara gastar dinero en mantener la tradición del maltrato animal. No, eso ya es grave. Lo que resulta absolutamente hiriente es este cartel: una imagen de toreros de espaldas, en traje de luces, observando con seriedad una escena de destrucción. Coches amontonados, barro cubriéndolo todo… La viva imagen del desastre. Pero el mensaje es todavía peor: en Zaragoza, para “ayudar” a Valencia, han decidido hacer ¡un festival taurino benéfico!

¿Quién puede concebir esta ironía macabra? El mismo acto de violencia y desprecio por la vida, usado para recaudar fondos para los afectados de una catástrofe que, en gran parte, pudo mitigarse con un plan de emergencias adecuado, con una inversión responsable en protección civil. Pero no. Para Mazón y los suyos, la fiesta sigue. La “solidaridad” con Valencia pasa por organizar un evento taurino y hacer caja, para así devolver simbólicamente el dinero que ellos mismos desviaron hacia los toros.

La hipocresía no tiene límites. Esta es una burla descarada. Una falta de respeto no sólo a las víctimas de la DANA, sino a toda una comunidad que merece algo mejor. ¿Hasta dónde llega la ceguera institucional que permite que esta ironía perversa ocurra? Es como si se rieran de las víctimas en sus caras, como si quisieran hacer un espectáculo del desastre mismo, vendiéndonos el teatro de la solidaridad mientras manchan el suelo con la sangre de más inocentes.

Esta es la realidad de una España donde el “orgullo patrio” se vuelve brutalidad, donde la tradición es excusa para la barbarie, y donde la incompetencia institucional se disfraza de cultura popular. La solidaridad no se mide en entradas vendidas para la tortura de animales, ni en aplausos al horror. No, señores, esto no es ayuda. Esto es marketing de la miseria, un circo grotesco que demuestra, una vez más, que a algunos les importa más el espectáculo que la vida humana.

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