¿Y ahora qué?
Para mí Rafa Nadal es uno de los deportistas más grandes que ha dado este país; primero, por lo que representa como ser humano, intachable en cuanto a sentimientos, y segundo, por lo que es dentro del deporte, persona responsable, constante, trabajadora, luchadora y que rebosa disciplina y buenos valores por los cuatro costados. Escucharle decir que le "dan ganas de llorar" viendo lo que está pasando en este nuestro país, me entristece aún más si cabe.
Hoy podría hablar como jurista, pero no lo voy a hacer. Podría analizar el tan reclamado artículo 155 de nuestra Constitución de 1978, y justificar el por qué de la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad amparados en el cumplimiento de la ley, y en este caso concreto, en el deber que tienen a la hora de hacer cumplir la resolución judicial que la Juez del TSJ de Cataluña emitió para la no celebración del referéndum ilegal. Pero no lo voy a hacer.
Hoy podría dejar pasar este momento, y no escribir, pero no lo voy a hacer. Podría permanecer impasible a la amargura que nos están haciendo padecer a los que tenemos un gran sentimiento de país, pero no lo voy a hacer.
Cuando impartía clases, una de las preguntas que me gustaba hacer a mis alumnos (pues suscitaba un debate enriquecedor tanto para mí, como para ellos), era si "es lo mismo hacer justicia que hacer lo justo". Las respuestas daban lugar a un ejercicio de razonamiento impresionante. Yo les ponía siempre un supuesto: "si alguien mata a una persona, es condenado por un homicidio a 15 años, ¿es justo? ¿Se ha hecho justicia?". Entonces entrábamos en el peligroso juego de la moral y el derecho. "La ley tipifica como delito de homicidio la conducta de matar a alguien, por lo tanto (incluyendo todo dentro del marco del derecho penal), se ha hecho justicia, ¿pero se ha hecho lo justo?, pues seguramente la tía, la madre o el hijo de la víctima piensen que no, pero no por ello se toman la justicia por su mano, y ejercen lo que consideran legítimo para sancionar esa conducta".
Pues algo parecido es lo que ha sucedido la pasada jornada del domingo en Cataluña. Algunos considerarán tener derecho a decidir sobre su situación territorial, pero otros también tenemos derecho a pensar que no es así, que debe ser un ejercicio común para todos los españoles. La legitimidad que nosotros podamos pensar que tienen nuestros derechos, no siempre va a estar dentro de la legalidad, y la ley es eso, una norma escrita, consensuada, que nace para poder servir como regla de orden y convivencia en un estado de derecho.
¿Y ahora qué? Pues ahora estaremos otra vez a vueltas con la descarga excesiva por parte de los Policías Nacionales y Guardias Civiles, con la victoria de la ideología independentista, con la poca contundencia del Gobierno estatal y con el acoso y persecución que llevan a cabo jueces y fiscales. Para emitir titulares, tenemos suficiente material, podemos llenar las portadas de todas las ediciones que quedan por salir este año y parte del que viene.
Pero, ¿y ahora qué? ¿Y ahora qué? Seguramente no tendrá los mismo efectos lo que yo haya escrito hoy en este artículo, pero he de decir que yo también lloro, también lloro si creo que la legitimidad que yo considero que tienen mis actuaciones, condiciona mi imagen, pero el victimismo de algunos, no puede ser instrumento de debate cuando se trata de una perturbación del orden público tan grave, y con consecuencias tan nefastas para la convivencia democrática de los que seguimos creyendo en este gran país, amándolo en su conjunto e intentando participar de su vida pública y política, bajo el cumplimiento de la Constitución y la ley.
Espero que mis lágrimas valgan lo mismo, que la de aquellos que llevan camisetas con la bandera de mi país, me representan en el exterior, y juegan bajo unos colores, un himno y abrazados por una afición que no sólo vibra con el espectáculo del fútbol, sino que vibra, grita y baila por pertenecer a un territorio que ha dado grandes lecciones de unidad, de solidaridad y de humanidad, y que ha sabido enterrar los sentimientos más mezquinos después de grandes crisis sociales.