El Regalo
En unos días occidente y sus provincias lejanas revivirán su particular potlatch en el que las sociedades se entregarán al intercambio de regalos con el principal objetivo de reivindicar su adhesión al ethos del grupo. Como en otros usos, su necesidad social se define en negativo, en tanto se percibe como inadecuado no equilibrar en un sentido o en otro el balance de regalos entregados y recibidos.
Define Lévi-Strauss tres niveles comunicativos entre los distintos miembros de una sociedad (en su caso primitiva): parentesco/mujer, valor/bien, símbolo/signo. El regalo puede operar en los tres niveles comunicativos y, al mismo tiempo, en una esfera más íntima como es la de la emoción.
En muchas culturas el intercambio de valor se ha articulado sobre la base del regalo. Aconsejo al respecto leer los trabajos de Mauss o Malinoski. Según este último, todo regalo lleva implícita la idea de reciprocidad sobre la que se puede construir una economía del regalo. Siguiendo a M. Sahlinhs, en este caso se trataría de una reciprocidad generalizada: el regalo se intercambia sin un seguimiento estricto de los balances y con cierta esperanza de equilibrio en el promedio de las transacciones. Más allá del intercambio de valor (bienes y servicios), el regalo en estas culturas también tiene una vertiente simbólica que, en muchos casos, condiciona sobre qué aspectos del regalo se cede la propiedad y sobre cuales se retiene así como su régimen de uso y disfrute. Incluso, en algunas culturas animistas el regalo dispone de un espíritu propio que condiciona lo que está permitido, lo que está prohibido y lo que es obligado. Del mismo modo el régimen del flujo de regalos en estas sociedades sirve como mecanismo regulador de las alianzas (generalización del parentesco).
Sin embargo no es a estos aspectos antropológicos o sociales a los que queremos prestar atención sino al regalo puramente interpersonal (no representativo del grupo) que según veremos, puede convertirse en la más bella forma de comunicación que hoy día tenemos en nuestras manos.
A aquellos lectores del post anterior acerca del perdón no les extrañará que, de nuevo, no sean los aspectos diádicos o transaccionales del regalo el objeto de nuestra atención sino aquellos que atañen exclusivamente al que regala. Esbocemos pues unas notas sobre el acto del regalo, no sobre su intercambio o su recepción.
El regalo sobre el que me gustaría hablar es el regalo puro, ajeno a la reciprocidad y que no busca la transferencia de valor (lo que tendría más que ver con la caridad o el altruismo).
El regalo al que me refiero es una performance comunicativa y un ejercicio íntimo de reflexión acerca de la relación que mantenemos con la otra persona. Este regalo puro nace de una necesidad necesitante de comunicarse con el prójimo más allá de las palabras, allá donde las palabras no bastan.
Por eso el regalo puro no obedece a efemérides sino que se presenta de improviso como el apremio por comunicarse. El regalo puro es siempre inesperado pero, lo más importante, sus plazos son más largos que los de la palabra por lo que su mensaje es siempre mucho más reflexivo y meditado. Además es un mensaje soportado no solamente por el objeto sino, además, por el acto de regalar, su forma y circunstancias.
Planear un regalo es como prepararse para escribir una novela (La préparation du roman) según lo describe Barthes. Es un ejercicio de introspección acerca de qué queremos decir, cómo percibimos nuestra relación con la otra persona y, sobre todo, qué sentimos por ella. El proceso de cosificar toda esta información y de ungir de símbolo un objeto es un proceso de una gran riqueza psicológica pues nos pone en contacto tanto con nosotros mismos como con el conocimiento, sentimientos y relación que mantenemos con el otro. Parte de este ejercicio se refiere a un proceso de alteridad (Levinas) en el sentido de que nos obliga a situar nuestro yo en el otro, en el acto de recibir, al igual que el escritor debe a menudo imaginarse lector. En este proceso, quizá, descubrimos en el prójimo una persona nueva e insospechada. Este ejercicio de alteridad propiciado por el regalo puede ser muy valioso en el establecimiento de un nuevo marco más auténtico de relación con el otro, desacoplado de nuestros deseos, expectativas y necesidades, y conectado con las suyas.
Regalar al enemigo, a alguien que nos ha hecho sufrir y nos ha maltratado, y elegir el regalo conforme a sus gustos, imaginarse ser él recibiéndolo y descubrir sus ilusiones, sus miedos y cómo nos percibe: ofrecerle el regalo inesperado que simboliza la renuncia íntima al conflicto puede tener un definitivo poder curativo del alma. No se trata de reconciliarse con el otro, sino con nuestra propia ira.
Regalar al amigo ese regalo inesperado que, ante todo, quiere decir que pensaste en él, que te preocupaste por él, que por un tiempo estuvo en tu cabeza y que hablaste y hablaste con él desde el corazón. Ese regalo inesperado que el que recibe no alcanza a interpretar pero que se constituye como un puente que te une a él: ese regalo habrá de quedar siempre como una palabra prendida del alma, aunque sea un vocablo extraño de una lengua muerta.
Por ello el regalo es una performance comunicativa y un ejercicio íntimo en el que el significante se hace objeto propiedad del receptor y pasa a conformar su espacio material mientras que el símbolo construido enriquece sobre todo al emisor que es el que lo retiene en toda su significancia.
En aquellos casos felices en los que este símbolo alumbra al receptor tras la sorpresa inicial asistimos al más bello acto comunicativo que el ser humano pueda ejercer.
Cualquier momento es bueno para regalar, no espere a Navidad: es un placer y se sentirá mejor.