¡No tengo tiempo!
Hoy lo tenemos, en cantidades industriales. La verdad sea dicha, nunca hemos dejado de tenerlo.
Pero esta es una de esas frases que aprendemos desde que adquirimos conciencia por su efectividad en patear los problemas para luego... o nunca. Nada más que una "mentira blanca" para salir de un compromiso.
O eso creemos. Una mentira dicha mil veces se convierte en verdad, y efectivamente nunca tenemos tiempo. Y si no me creen, nada más falta revisar en nuestro teléfono móvil la sección de bienestar digital, y mirar cuántas horas "no se ha tenido" y en qué, específicamente.
Es un golpe duro, percatarnos de la verdad. Pero el primer paso siempre es aceptar la realidad, cruda y dura.
Dejar de decir que no tengo tiempo es uno de esos pequeños life hacks que realmente funciona. Por el contrario, siempre podemos recurrir a lo que de verdad sucede: tengo trabajo pendiente, tengo una cita con mi pareja, hice un compromiso con mis hijos para hacer una excursión, ¡o simplemente necesito relajarme y mirar televisión! Ninguna de estas excusas es menos válida que la anterior. Pero aceptar la verdadera naturaleza de nuestra negativa ante una propuesta puede ser doloroso porque desentierra la raíz de nuestros sentimientos ese mismo rato. En otras palabras: cuando usamos esta frase estamos mintiendo, también, a nosotros mismos.
¿Por qué no quiero hacer 'x', sino 'y'? ¿No lo disfruto? ¿Mi mente solo está perezosa? ¿Qué puedo obtener haciendo 'x' en lugar de 'y'? O, mejor aún, ¿qué lograré haciendo 'x' y qué lograré haciendo 'y'?
Reemplacemos las variables personas en la ecuación, como generalmente sucede.
He notado a lo largo de la mayoría de mis años considerándome una persona introvertida que las relaciones humanas se definen en contadas interacciones. Es decir, el impacto que una conversación de 10 minutos puede tener en nuestras vidas es espectacular. La gente almacena a otras personas en pequeños compartimentos que se despiertan, o no, cuando nos volvemos a encontrar con esa persona. Si toda nuestra vida solo nos hemos remitido a decir 'hola' cuando alguien nos habla, ¿cuál podemos esperar que sea la categoría en la que nuestra contraparte nos ponga? Tengo la respuesta: ninguna. Interacciones tan pobres generan tan pocos sentimientos que ni siquiera alcanza para ubicarnos como "misteriosos", como a veces seguro pensamos.
Si entendemos que la mayoría de interacciones es pasajera y despertamos nuestra percepción, podemos llegar a entender la verdadera naturaleza e intención de la otra persona.
Para modificar la primera impresión se necesitan 7 interacciones adicionales —como media, solo interactuamos 3 veces más con cada persona nueva que nos presenten. Si nuestra conversación regular empieza y termina con 'hola', cuando nos presenten a una persona nueva la interacción será: "no te conozco", "no te conozco" y, "creo que te he visto antes".
Adam Grant en su libro "Give and Take" se explaya en la importancia de los "contactos dormidos" y como, años después de perder el contacto con alguien, casi siempre es una sorpresa tremenda cuando nos informamos respecto de su actividad actual. Fuera de la importancia que esto pueda tener en nuestras carreras y en nuestras vidas, en este libro se deja muy claro que, de hecho, crear un impacto ni siquiera es tan costoso. "La regla de los 5 minutos", lo llama el autor, por la experiencia directa de Adam Rifkin. Pequeños gestos pueden tener un impacto de largo plazo en nuestra relación con las personas.
Entender esto nos da una herramienta fantástica de interacción con las personas. Nos permite, primeramente, rebelarnos en contra del criterio malnutrido de nuestra sociedad de que tenemos que cuidarnos constantemente de lo que decimos y de lo que hacemos y que, si ayudamos a alguien, muy probablemente no seremos correspondidos. Llámese cadena de favores, karma o como quieran. Lo importante aquí es entender que, de hecho, las buenas personas si terminan primeras... con cuidado de no convertirnos en "alfombras".
Si sentimos ansiedad social podemos extinguirla adoptando una personalidad a lo "Dr. Jekyll y Mr. Hyde". Sin dejar de ser quien somos, podemos "jugar" a ser diferentes personas en diferentes ámbitos. Fake it 'till you make it canta el adagio popular. Esta actitud, increíble como parezca, permite descubrir facetas de nuestra personalidad que no sabíamos existían, así como disfrutar de "los otros individuos de nuestra especie", vengan de donde vengan. Incluso, me atrevo a decir, lo que se puede aprender de gente con quien no tenemos nada en común es mucho si nos liberamos de prejuicios, callamos y simplemente observamos.
Pero la sociedad humana no es perfecta y por supuesto que existen abusivos y sociópatas. Aquellos que nos usarían de "alfombra" con una sonrisa en el rostro. Gente que juega un juego de "suma cero", en donde solo puede haber perdedores y ganadores. Pero se ha estudiado que solo el ~3% de la población tiene este "problema", y que una sociedad colapsa desde sus cimientos si este porcentaje llega al 20%... todos conocemos a un 'Donald Trump' en nuestras vidas. Y por su puesto, dicho conocido nos dirá, con ojos soñadores, no estar de acuerdo con sus políticas, pero «¡es que es un gran líder!».
¿Por qué llegan estas personas a posiciones de poder? Mentirosos, sinvergüenzas, o como lo puso Julio Sosa en su tango Cambalache, "chorros, Maquiavelos y estafa'os".
No, no significa que la mayoría de personas tengan este perfil. También son estas personas las que regularmente están involucradas en escándalos y que terminan rellenando los pabellones de oro de las prisiones de 'cuello blanco' —que hemos descubierto estas semanas no son tan brillantes. ¿Por qué? Porque cuando no estás limitado por tu moral, no tienes límites en lo que puedes llegar a hacer, y la práctica solo te hace mejor en el arte del engaño. Según Daron Acemoglu en su libro "¿Por qué fracasan los países?", el problema radica en la motivación. Si un sistema tiene muy pocos balances de poder —por lo general un equilibrio de oportunidades—, un sociópata dispuesto a sobornar a cuanto funcionario se cruce en su camino lo tiene demasiado fácil y, como si eso fuera poco, ahora tiene a un ejército de funcionarios dispuestos a defenderlo porque tiene algo en su contra.
Lo que empieza como una bola de nieve se convierte en una avalancha.
'Mentir está mal', por lo general nos decían nuestros padres, tíos y profesores. Pero nunca vino acompañado de un 'mentir está mal, porque...'. Aquí radica un problema. Cuando creces en un país corrupto, con funcionarios constantemente corrompibles, te preguntas, ¿todas las personas son corruptas? Pero si este fuera el caso, ¿por qué te enteras? Si sale en los noticieros debe significar que hubo alguien honrado dispuesto a poner un alto a estas personas. Por supuesto, no vale la pena entrar en el argumento de que los medios, de manera también corrupta, tienen algo que ver en el asunto... para eso está la serie "House of Cards", o el canal Fox News y Telesur, por nombrar los primeros ejemplos que me vienen a la mente.
Evitamos mentir porque la mentira tiene una fuerza destructora, no creadora. La mentira es usada, por lo general, para evitar problemas. Si los problemas no se resuelven, generan más problemas. Ojo por ojo, terminamos ciegos. ¿Cómo podríamos mantener una conversación seria con alguien si dudamos de cada palabra que sale de su boca? Necesitamos confiar en la gente para poder crear. El tiempo que podríamos ocupar creando, descubriendo y mejorando, lo pasaríamos en un eterno e ineficiente círculo de intriga más parecido al guión de una telenovela Mexicana que a la vida real.
Tener un propósito llena nuestro espíritu de gozo. Los psicólogos organizacionales coinciden en que el mayor motivador, por largo, no es el dinero, sino el propósito. La conciencia de que nuestro trabajo importa y que lo que hacemos tiene un impacto positivo en algún sentido, sea grande o pequeño, también. La felicidad es pasajera, como la tristeza.
Entonces, ¿cuál es el propósito de nuestras vidas? ¿El dinero? ¿Los hijos? ¿La búsqueda de la felicidad? ¿'El Proyecto'?
Los países latinos son más felices de lo que deberían a pesar de su pobreza, según el 'World Happiness Report', mientras que el país más rico del mundo tiene el peor sistema de salud de los países 'desarrollados', lo que ha llevado a replantear la validez del PIB como métrica fiable de la palabra 'bienestar'. Y también nos lleva a meditar respecto de la verdadera fuente de nuestra felicidad y tristeza. ¿En qué estamos gastando el único recurso que no podemos conseguir más?
Recomiendo hacerse esta pregunta la próxima vez que nos enfrentemos nuevamente con la prerrogativa de 'x' o 'y'.
En resumen, borra ipso facto estas palabras de tu léxico. Descubrirás que siempre hay tiempo.