Ando con muy mala música en el alma.
Ando con muy mala música en el alma. Necesito de esa mirada con tacto que sí puede entenderme porque sabe interpretarme como un cuadro de arte abstracto.
El miedo amenaza y nos distancia del prisma cálido del respeto a uno mismo. Resulta que si hablas te juzgan, si caminas provocas violencia, si piensas tienes angustia, si dudas estás loca, si sientes tienes soledad.
Nada es suficiente: esa es la condena. Siempre existirá el deseo y, ser humano, es aprender a domesticarlo. La historia del arte es la historia de la relación del hombre con sus deseos.
En pintura aquello que excluye lo concreto y lo aleja del aspecto exterior de una realidad es lo que se entiende por abstracto. Es lo mismo que decir que para tener aliento, hay que tener desaliento; que para levantarse hay que saber caer, que para ganar hay que saber perder y, hay que saber que la vida es solo eso. Algunos se caen y no se levantan nunca, en general son los más sensibles; los más fáciles de lastimar, la gente a la que más le duele vivir.
Pongámonos en ese punto de debilidad, donde se pone el artista cuando expone. Más que entenderlo a él o ella, entendámonos a nosotros mismos y nuestra capacidad de percibir un solo color como una actividad transgresora, biológica, trascendental. Seamos capaces de ver el giro que el arte abstracto propone, en vez de mostrarte mi todo y contarte una historia: ahora te vas a desnudar y a contarme la tuya.
Me gustaría tener un ojo puesto en un telescopio y el otro en un microscopio. Ser capaz de mirar lo que no se mira pero que merece ser mirado, las minúsculas cosas de la gente anónima, de la gente que los intelectuales suelen despreciar. Ese micro mundo que de verdad alienta la grandeza de una obra. Al mismo tiempo me gustaría ser capaz de contemplar el mundo desde el ojo de una cerradura; desde las cosas pequeñas, asomarme a las cosas más grandes.
Me gustaría ser capaz de ver con perspectiva la grandeza de la creación humana y esa pugna por un mundo “casa de todos” y no “casa de unos pocos” o, el infierno de la mayoría. Y algunas cosas más como la capacidad de belleza, la capacidad de hermosura del dibujo más simple, más sencillo que tiene una insólita analogía a la de los niños. A esa edad todos somos paganos, somos artistas. Después, el mundo se ocupa de arrugarnos el alma.
El mundo está hecho de grandes obras maestras. Porque son éstas las que permiten convertir el pasado en presente, y las que también permiten convertir lo distante en cercano. No hay dos pinturas iguales. Cada una brilla con luz propia entre las demás. Hay lienzos de colores serenos que no saben que son observados y hay pinturas llenas de contraste que generan miradas expansivas. Obras que muestran la vida con tanta pasión que no se pueden mirar sin parpadear.