Despertando al niño interior
Cada vez con mayor frecuencia, oímos hablar del niño interior, hasta el punto de convertirse en un tópico recurrente en muchas actividades. Si hablamos de creatividad, pedimos a las personas que permitan aflorar a su niño interior; si se trata de ser felices, sugerimos dejar que este niño actúe por nosotros. Incluso, se plantea la necesidad de sanar al niño interior, llevando muchas veces a la idea errónea de que todo lo relacionado con diversión, creatividad o perder la cordura tiene que ver con activar al niño interior.
Sin embargo, el concepto del niño interior va mucho más allá de eso. Hablar del niño interior significa reconocer un vasto conjunto de creencias, algunas potenciadoras y otras limitantes, que se originaron en nuestra infancia. Estas creencias, aprendidas como mandatos absolutos, se han convertido en verdades personales que moldean nuestra realidad. No se trata de un ente o un lugar dentro de nosotros, sino de un conjunto de definiciones sobre quiénes somos, nuestras cualidades y oportunidades, y cómo operamos en el mundo para alcanzar nuestros objetivos. En esencia, el niño interior es una parte integral de nuestra esencia.
Este acervo de experiencias incluye momentos en los que nos sentimos vulnerables o en carencia, tanto física como emocional, así como el amor que recibimos, los juegos que aprendimos y los recuerdos de situaciones que nos marcaron. Si en la infancia nos sentimos abandonados, minimizados o menospreciados, esos recuerdos —muchos de ellos inconscientes— condicionan la forma en que nuestro yo adulto se comporta y los resultados que obtenemos. Estas improntas se convierten en patrones de comportamiento tan arraigados que nos llevan a vivir en un ciclo repetitivo, reproduciendo las mismas conductas y frustraciones hasta que tomemos consciencia de ello. Por ejemplo, si aprendimos que una situación es peligrosa o que una meta es inalcanzable, nos aferraremos a esas creencias y actuaremos de forma que las confirmemos.
En esta época navideña, el niño interior cobra una relevancia especial. La Navidad, con su magia, tradiciones y recuerdos, nos invita a reconectar con nuestra esencia más pura, con ese niño que una vez fuimos. Tal vez recuerdes la emoción de abrir regalos, el brillo de las luces o el calor de compartir con tus seres queridos. Estos momentos no solo despiertan nostalgia, sino también una oportunidad para sanar y revivir la alegría innata de nuestro niño interior.
Hace unos días, me encontré esta frase en Instagram: “Todos tenemos un talento. Yo, por ejemplo, nací con el don de complicarme la vida”. Aunque puede sonar graciosa, refleja cómo el niño interior de quien la escribió se manifiesta. No obstante, la realidad es que no nacimos así ni tenemos por qué seguir actuando de esa manera. Podemos analizar a ese niño interior y preguntarle qué necesita para superar estas creencias limitantes.
He mencionado antes que solemos actuar en “piloto automático”, lo que significa que nuestro inconsciente domina la mayor parte de nuestras acciones, dejando poco espacio para la atención consciente. La neurociencia respalda lo que la PNL propuso hace décadas: sólo somos plenamente conscientes del 3% al 5% de nuestras acciones diarias; el resto, un abrumador 95% al 97%, está gobernado por patrones automáticos. ¿Te has encontrado comiendo sin disfrutar los sabores y texturas porque estás pensando en tu lista de pendientes? ¿Has caminado por la calle sin notar el calor del sol o el sonido del viento porque vas preocupado por llegar a tiempo? Esos momentos mágicos que tanto disfrutó el niño que fuiste se han diluido en la rutina. Como dijo John Lennon: “La vida es lo que ocurre mientras estás ocupado haciendo planes”.
Sanar y liberar al niño interior en Navidad
La Navidad es una invitación perfecta para trabajar con el niño interior y ajustar algunos de sus mandatos. Aunque contar con el apoyo de un coach puede ser ideal, también puedes empezar por tu cuenta con algunas acciones para sanar y liberar a tu niño interior en esta época tan especial:
1. Reconoce que la niñez no es un pasado distante. La niñez conforma lo que eres hoy; es la parte más esencial de cada ser humano.
2. Vive el momento con plenitud. Durante las celebraciones navideñas, deja a un lado el teléfono y las pantallas. Disfruta de las luces, los aromas de la comida y el calor de las reuniones familiares. Activa todos tus sentidos.
3. Revive recuerdos agradables de tu infancia. Toma un momento para recordar las navidades de tu niñez. Cierra los ojos y trae a la mente esos momentos felices: el olor a las comidas y dulces navideños, los villancicos, las risas de los seres queridos.
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4. Juega sin inhibiciones. Si tienes hijos, sobrinos o nietos, comparte tiempo jugando con ellos. Ayúdalos a decorar el árbol, haz manualidades o canta villancicos. Si no tienes niños cerca, busca una actividad que te haga sentir la magia de la Navidad.
5. Dedica tiempo a ti mismo. Regálate un momento de paz para reflexionar sobre lo que esta época significa para ti. Escribe tus deseos o propósitos desde el corazón, conectando con esa parte pura y alegre que hay en ti.
En El Principito, Antoine de Saint-Exupéry escribió: “Quiero dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños (pero pocos lo recuerdan)”. Leer de nuevo este clásico puede ser un regalo para tu niño interior, especialmente en esta época de magia y reflexión.
La Navidad no solo es un tiempo para dar y recibir, también es una oportunidad para escuchar a ese niño interior que guarda las claves de nuestra alegría y plenitud.
¿Estás viviendo el momento con plenitud, como lo soñó el niño que primero fuiste?
Speaker, Trainer, Máster Coach, Máster en PNL – IANLP Consultor Internacional certificado por la Universidad del Rosario y BVQI
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@leogcoach