Diagnóstico. Titulitis
Por titulitis entiendo la cultura, ampliamente asentada, que asume que los conocimientos de los demandantes de empleo en el mercado laboral deben ser acreditados mediante diplomas, certificados y diversos títulos; oficiales o no[1].
La palabra “cultura”, entendida como: costumbres y creencias de una determinada sociedad, es benévola con esta realidad cultural que se describe. Pero la define muy bien. De alguna manera, las generaciones jóvenes hemos sido educadas en la creencia de que los títulos “abren puertas y sirven para algo”. Sin especificar qué puertas o qué utilidad tiene el título en sí -no la utilidad del título para el acceso a un trabajo-. Y también, de alguna manera, es costumbre desde las últimas generaciones realizar una formación encaminada a la obtención de algún certificado o título.
La lógica misma no encuentra crítica para la titulitis. Existe un mercado articulado en torno a la oferta y demanda de empleo -de un puesto de trabajo-, por lo que es lógico que se creen mecanismos (acreditaciones de formación) para agilizar y dar seguridad al contacto entre oferentes y demandantes.
Podría parecer que, simplemente, un concepto como el de titulitis, no sea más que un nombre perverso para describir una situación de desarrollo cultural normal de nuestra sociedad moderna.
Pero hay una trampa. Quedarse en la superficie del análisis asumiendo que la existencia de un mercado garantiza en sí misma los derechos. En un mercado laboral en que los activos somos las propias personas, la trampa ya es pensar que también garantiza los espacios necesarios para el desarrollo de la personalidad. ¡Ojo! Es una trampa más peligrosa si cabe, para los propios titulados. Pues no profundizar más y mostrar una capacidad mayor de pensamiento crítico, puede ser síntoma de que la titulación no ha sido útil para la formación de una conciencia crítica o, peor aún, puede ser síntoma de que se haya obtenido una titulación sin haber desarrollado las aptitudes y capacidades que se esperaban y requerían.
Titulitis es un concepto perverso, precisamente porque invita a analizar un poquito más. Esto es así, porque la noción negativa sobre la cultura de la acreditación de la educación no parte de la relación; título académico-mercado laboral. La noción negativa de la “cultura de los títulos”, surge al darse cuenta de que el título es un activo en sí mismo, con un mercado propio.
No se discute la utilidad de los títulos para la competencia y el desarrollo personal en el mercado laboral. Que el título sea un criterio para poder acceder al recurso: “puesto de trabajo”. Se discute que el título sea, además de criterio en el mercado laboral, un recurso en sí mismo, cuyo acceso también se articula bajo la forma de mercado. Es discutible, y muy criticable, que el acceso y obtención de un título -superior especialmente- se base en una relación mercantil entre oferentes (centros de formación) y demandantes (estudiantes).
Es, evidentemente, una cuestión compleja esta. Pero creo que se puede simplificar para que sea algo más comprensible:
Si en el mercado laboral la titulación es un criterio para acceder al recurso que supone el puesto de trabajo, ¿cuál es el criterio para acceder al recurso que supone un título, en el mercado formativo?
Sí, vale, dinero. No me interesa enfangarme en intentar explicar cómo es posible que titulaciones de especialización puedan llegar a costar seis, diez o quince veces un sueldo mínimo interprofesional. Máxime cuando se pide esta inversión a personas que, en su mayoría, ni siquiera han tenido un contrato profesional como para pensar que han podido ganar un sueldo próximo al mínimo interprofesional.
Para acceder al título, uno tiene que invertir tiempo.
Lo siento, no soy capaz de dejar el tema. Uno tiene que invertir un tiempo, que primero ha tenido que pagar. Sí, esto son los créditos universitarios ECTS. Cuando uno pagar una matrícula universitaria, paga créditos de matrícula, que son valores representativos de las horas necesarias de dedicación del estudiante para obtener la titulación -evitemos decir que tiene que dedicarlas al estudio-. Cada crédito ECTS equivale a unas veinticinco-treinta horas de dedicación, y cada crédito tiene un precio según la universidad y el certificado a que se aspire.
No importa el análisis monetario -que tiene tela-, sino la inversión en tiempo. Tratemos de verlo desde la matemática, que no miente:
1 grado = 240 ECTS en 4 años ≈ 6.000 horas de dedicación ≈ 28 horas/semana
Vamos, que un grado sacado a la primera supone una dedicación exclusiva del 17% de los cuatro años que dura.
Personalmente, no me gusta que la educación -y no nos vayamos a la sanidad-, sean necesidades o recursos que se ofrezcan, demanden, atiendan o satisfagan mediante relaciones de mercado. Pero ese es mi problema.
La crítica a la titulitis es que considera un solo “título”, pero no considera que su actuación se desarrolla en dos mercados distintos. El mercado laboral valora el resultado de la formación -el título-, pero no valora el proceso de formación. He aquí la cuestión: cuando uno obtiene su diploma y el título pasa de ser un recurso obtenido en el mercado educativo a ser un activo que facilita el acceso a un puesto de trabajo, ¿cuál es el método de valoración y acreditación de las horas reales dedicadas a la formación? No se trata de tener un título o cuatro. Y no queramos llevar el análisis de mercados desde la titulitis a acreditaciones de cursillos, diplomas y otras formaciones no regladas. Se trata de que el título, en sí mismo, se desvalora cuando sale del mercado educativo para actuar en el mercado laboral.
La titulitis no es la enfermedad (-itis) de quienes sacan título tras título, haciendo gala de un fantástico modelo de consumo capitalista en el mercado de la formación. La titulitis es la discapacidad que afecta al juicio de quienes son capaces de tener titulados ante sus narices y no asumen lo que esto ha implicado y transformado sus vidas.
Es como una especie de miopía, pero grave. Afecta al trato y a la comunicación entre unas generaciones que han tenido un acceso clasista a la formación y las generaciones actuales “sobrecualificadas” -que nunca “sobrecapacitadas”-. Esta miopía podría hacerse crónica a la hora de valorarnos como personas, más allá del ámbito laboral. Pues la experiencia laboral jamás tiene en cuenta la experiencia de cuatro años formándose.
Y eso dar mucha vida “por sabida” de cara a valorar las aptitudes y conocimientos de cualquier persona a un puesto de trabajo.
[1] Puede consultarse información sobre titulaciones y empleo en el Informe anual del Sistema Estatal de Indicadores de la Educación.