El Espacio Chancleado de Frank Hdez.
Durante 46 años di la batalla y me resistí a reconocer esta sabiduría. Me doy; me rindo; me declaro ampliamente derrotado. Las mujeres siempre tienen razón. Jamás pensé que yo llegaría a escribir esto, pero todo lo que he sufrido (y lo que han sufrido muchos monumentos y estatuas de la Ciudad de México) me ha enseñado que, por el bien del mundo debo reconocerlo de entrada.
Aviso a todas las mujeres, que previo a que me envíen un comunicado para notificarme su arrebatado dolor y su ira innumerable para calificarme como un puerco machista. Que yo adoro a las mujeres, más si son de buen ver y mejor tocar. Yo desconozco (y quiero seguir desconociendo) las maldades que los machos les hayan hecho a todas ustedes, pero afirmo que no son culpa mía, ni de la población, ni de los monumentos históricos, ni de muchas otras mujeres incluyendo a Lady Yuya Petite y que, más allá de los nocturnos juegos eróticos que llegué a practicar con alguna en el pasado y que se apoyan en las múltiples y machistas novelas del Libro Vaquero que yo solamente he leído (y el Bronco), pero no he escrito (y no se me hagan las mustias que ustedes leyeron las 50 Sombras de Grey); más allá de eso, trato de normar mi vida por el respeto a la mujer, a su inteligencia, a su sabiduría y a su bien estar en el mundo. Si todas ustedes se encabritan y dicen que no están dispuestas clamando “Ni una más, ni una menos” yo les digo a nombre de todos los daños que ocasionaron. Que lamentablemente su protesta y desmanes fueron inútiles.
No es que sea un amante de apreciar monumentos, que de por sí jamás los había visto he de confesar. A ese respecto, no experimento la menor nostalgia por lo antiguo; lo que me ocurre es que no logro acostumbrarme al nuevo modo feminista si es que a este comportamiento se le puede llamar así. Sigo regalando flores, cediéndoles el paso y la palabra, abriéndoles las puertas de autos y edificios y, en general, tratándolas con mucho afecto y respeto. De vez en cuando me topo con alguna feminista bigotona e incendiaria que, lejos de pensar que estoy actuando como me parece correcto, me avientan fulgurantes broncas porque, según ellas, me siento superior y las considero inválidas, o taradas, o mentalmente incapaces de tan siquiera abrir una puerta. No es cierto. Yo no pienso esas cosas; de hecho, al actuar así lo hago automáticamente y sin pensar en nada; es mi aprendizaje de infancia y juventud el que me mueve a actuar así. No sean braveras.
Es cierto que recibí instrucción y formación castrense. Yo nací en la época en la que además del Coco había una figura que erizaba todos los vellos de mi cuerpo, si amiguitos. En mi tierra, donde hay luna de plata y es tierra de piratas. No había mayor terror que “El Cuero”. Artefacto de tortura que Torquemada mismo lloraba al solicitarlo. Su simple mención evocaba lamentos, lágrimas y llanto. Y que era utilizado con destreza y maestría por todas las mujeres de la casa que tuvieran a bien educarme o gozaran de la dicha de ser mayores, más fuertes y rápidas que yo.
Con gozo recibo la noticia que Por ley, queda prohibido dar cinturonazos, pellizcos, ‘cocos’… a hijos. Y seguramente Josefina Vázquez Mota igual; ya que lo promulgó entre sollozos. Así le iría a la pobre cuando era niña. Por eso ella está en el Senado y las demás en la calle pintando paredes y dañando estatuas. Le guste a quien le guste y le duela a quien le haya dolido. Pero no me lo tomen a mal, siendo minoría y con la representación extraoficial del desigual género masculino de este País, yo quisiera desagraviarlas, pedirles perdón y suplicarles, a todas ustedes, que no atropellen su inteligencia. Las mujeres pensantes son la mayor riqueza natural de este País. Por favor se los pido, compórtense así.
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Muy pronto en un periódico de circulación nacional.
Frank Hdez, 281119